sábado, 31 de diciembre de 2016

Paterson.

Algunos podrían decir que en Paterson no ocurre nada y, es más, que a Paterson no le ocurre nada, pero esa sería la visión de la vida que cada vez me da más y más pereza. Paterson es uno de esos documentos maravillosos que retratan la magia de lo cotidiano y lo extraordinario de lo que comúnmente tachamos de ordinario. De todo eso que metemos en el saco de lo "normal".

Paterson me recordó que cada vez me gusta más el presente y me encanta dejar el pasado en el pasado. Durante años fui una persona que se aferraba con uñas y dientes a lo que se estaba marchando; sin embargo, desde hace un tiempo tengo la suerte de saber dejar marchar aquello que tiene que irse, sin que eso suponga dejar de disfrutarlo o lamentar que desaparezca.

Ha sido un año de avanzar en muchos sentidos. Si miro atrás compruebo que no me he detenido en ningún tropiezo, y que he seguido cultivando esa calma sanadora a la que llevo años dedicándole muchísimas horas. Ha sido un año de recuperar equilibrios y disfrutar del tiempo como nunca, de sacarle punta a los malos momentos para que ninguno se extendiera más de lo necesario y de pensar muchísimo en silencio y mantener conversaciones tan interesantes que me han recordado, y me recuerdan, lo afortunada que soy por contar con mentes tan brillantes en mi vida.

Han sido doce meses de una paz que no habría creído hace más de un año, de sobriedad y madrugadas eternas, de palabras y risas, de aprendizaje y nuevos retos. Ha sido un año para darme cuenta de que tengo que aprender a enorgullecerme más de mis logros, pero he de decir, pudiendo caer en lo pretencioso, que no hay día que no me alegre de la persona en la que me estoy convirtiendo, y eso se traduce en una fuerza tan imprescindible que me mantiene cuerda y contenta, feliz de mi normalidad, de mis días, todos, sin excepción.

He visto nacer proyectos, propios, salidos directamente de mí, que me han calentado tantísimo las entrañas que, aunque a veces sea tentador caer en la desidia, me han demostrado que no quiero una vida que no esté unida a la creación, de la manera que sea. Lo contrario a la guerra no es la paz, es la creación. Crear me recuerda quién soy, me mantiene pegada al suelo y me susurra por qué estoy aquí y cuáles tienen que ser mis siguientes pasos. Ha sido un año de empezar a abandonar los miedos y las barreras autoimpuestas, de exploración y de descubrir que todavía queda muchísimo de mí que no conozco. Que el camino apenas está empezando.

Nunca me había gustado tanto seguir adelante. Evolucionar. Simplemente, seguir caminando, sin saltarme ningún paso, incluso cuando eso supone dudar del último trecho recorrido.

Ha sido el año de conocer por fin Escocia, de volver a mi Irlanda firme, de tantas despedidas que ya no las puedo ni contar. De quedarme, una vez más; de decisiones y hogar, hogares, personas únicas que conforman mi atlas vital, cada vez más amplio y ocupado por almas valientes y honestas.

El encanto de la normalidad y la perfección de la sencillez son combinaciones de palabras que cada vez me atrapan con más fuerza. Como un conductor de autobuses urbanos que escribe poesía en sus ratos libres sin ninguna pretensión de publicarlos. Como volver a tu casa después de un día largo y que te estén esperando. Como escribir, por la mañana, muy temprano, antes de que empiece tu turno.

Esos momentos, esos detalles del presente, esa magia casi palpable. Algunos podrían decir que no ocurre nada, que no me ocurre nada, pero esa sería la visión de la vida que cada vez me da más y más pereza. No sabéis cuánto.

Paterson


domingo, 11 de diciembre de 2016

Houses, sobre Pablo (I)

Cuando Pablo giró la llave en la cerradura el sonido le pareció extraño y aterrador. No lo reconoció. Se sintió como si fuera la primera vez que entraba a esa casa; casi un intruso. Empujó la puerta y accedió a la estancia.

Casi le asustaba el hecho de no sentirse destrozado. En momentos en los que no pudo evitar que sus defensas cayeran, había imaginado ese instante decenas de veces, y siempre se adivinaba hecho trizas. Sin embargo, si se concentraba en sus adentros sólo alcanzaba a distinguir órganos y sangre, también algo de hueso y músculo. Piel, protegiéndolo todo. Más allá de todo aquello no hallaba nada en su cavidad interna. No había emociones ni lamentos. Sólo su cuerpo cumpliendo las leyes de la biología, como cada día.

Estaba rodeado de recuerdos en forma de fotografías, muebles, prendas de ropa olvidadas y pequeños signos de las huellas de la irrepetible vida rutinaria. Dejó las llaves en la mesita de la entrada -volvió a no reconocer el sonido-, justo al lado de una crema hidratante que habían olvidado meter en la bolsa de viaje.

Se sentó en el sofá como un autómata y, al pasar la mirada por el televisor apagado, pensó en las películas. Recordó esas escenas que alguna vez había visto en las que un personaje llamaba una y otra vez a su pareja sólo para escuchar su voz grabada en el contestador. Pero era una tontería. Marta ni siquiera había grabado uno de aquellos mensajes; cuando marcabas su número, aparecía la nota de voz de la compañía telefónica de turno. Nada más.

Pero tampoco hacía falta. Cogió su teléfono móvil y, sin desbloquearlo, repasó mentalmente todas las imágenes que había en él, cientos de fragmentos robados al tiempo donde el rostro y la voz de Marta seguían vivos. Dudó pero no desbloqueó el dispositivo; lo dejó encima del sofá, y confió en olvidar que existía.

Escuchaba sus latidos, como un recordatorio de que seguía vivo. Se sentía agotado hasta los huesos, cansado incluso de sentirse vacío. ¿Dónde estaban todas esas lágrimas que se había tragado durante meses confiando en que aparecerían cuando todo hubiera pasado? Menuda gilipollez.

¿Iba a existir de verdad un día en el que todo hubiera pasado? Le parecía imposible. Hay cosas que no pasan jamás; simplemente se quedan, forman parte de nosotros y nunca se marchan. Como ese vacío que se extendía desde sus clavículas hasta su estómago, como un disparo de escopeta certero y macabro. Se tocó el pecho: pudo notar los bordes de piel quemados y sin curar. Se sintió capaz de pasar su brazo por ese hueco y sacarlo por la espalda.

Ni siquiera sabía si se iba a quedar en esa casa. Por una parte, se negaba a abandonar el fuerte donde había comenzado a construir su vida; por otra, cada rincón le hablaba del tono de voz de Marta y eso provocaba que se resintieran todas sus costuras. En ese sofá vieron cientos de series; en esa esquina él siempre se dormía; en la habitación hablaron de ser padres millones de veces; en esa cocina fue donde Marta se desvaneció por primera vez...

El timbre sonó sacándolo de ese peligroso bucle de remembranzas. Se levantó sin entender cómo y fue a la puerta, sin saber si iba a abrirla o no. De hecho, se quedó a un metro, observándola y creyendo de veras que en el umbral iba a aparecer ella.

¿Cómo iba a seguir adelante con tantos fantasmas tirando de su espalda?

Escuchó una voz conocida, desde el rellano.

- Pablo, ábreme.

La voz de Alberto volvió a sonar extraña y aterradora. Sus nudillos resonaron en la puerta, insistentes y casi feroces, y una fuerza ajena le empujó a rodear el pomo con la mano y abrir la puerta. El rostro de su amigo le saludó destilando preocupación.

- Pablo...

Él no respondió. No encontró absolutamente nada en su interior que le sirviera para juntar unas sílabas que merecieran la pena. Se quedó mirando a Alberto, lleno de una vida que en ese momento rechazaba. Seguía escuchando el sonido ensordecedor de sus latidos.

Alberto dio un par de pasos hacia adelante. Llevaba un abrigo negro elegante colgado del brazo, y le hizo un gesto para indicarle que se lo había olvidado. Pablo cayó en la cuenta y de repente comprendió que se había dejado el abrigo en el cementerio.

- ¿Para qué lo quiero? -dijo, con una voz seca y fría.
- ¿Cómo? -le preguntó Alberto.

Pablo cogió la prenda de vestir y se abrazó a ella. Creyó reconocer en ese abrigo los olores de los últimos recuerdos de una Marta ya sin vida y sus hombros empezaron a convulsionarse; primero con lentitud, a los segundos con violencia.

- ¿Qué hago ahora, Alberto? ¿Qué puedo... qué puedo hacer?

Alberto no dijo nada, porque no conocía esa respuesta. Así que hizo lo único que sentía que podía hacer: avanzó con firmeza y rodeó a su amigo con los brazos, asegurándose de que no se zafara como todas las veces en las que había intentado el mismo movimiento. Pero Pablo se dejó abrazar. Soltó el abrigo, que cayó a sus pies, y de repente se dio cuenta de que tenía muchísimo frío. Se sintió estúpido allí plantado, en esa casa que ya no sentía como suya, y pensó en qué habría dicho Marta si lo hubiera visto así.

Entre nieblas, la vio sonriéndole, e incluso le pareció escuchar el sonido de su risa.

Entonces se dejó ir. Dejó que su cuerpo cediera y se apoyara en Alberto, y empezó a llorar.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Noviembre.

Siempre he sentido una especial predilección por el mes de noviembre. Y por el otoño. Cualquiera que me conozca un mínimo lo sabe.

Ocurrió hace ya bastantes años; tuve un mes de noviembre relativamente intenso y eso me sugestionó para el resto de noviembres de mi vida. Esa es mi teoría. Así que cada año llega y se va, y a veces no ocurre nada especial, y otras todavía me estoy curando de algún naufragio, pero siempre está presente de una manera más viva.

Sergio me dijo que todo ocurre por una razón, y yo en parte pienso como él. Así que, desde esta perspectiva, podría decir que conocer a Nuno ha sido una de las cosas más trascendentes que me han ocurrido este año. Parece una tontería, pero él se puso a mi altura, me escuchó y me habló de mis limitaciones autoimpuestas, de lo rígida que me sentía al escribir y de aquello de que la inspiración debía "encontrarme trabajando".

Algo que me arranca una sonrisa inevitable es pensar en que todas nuestras conversaciones sobre lo humano y lo divino, the moon and the sun side of the brain, y otros temas son en inglés. En cierta medida, Nuno me hizo sentir que mi historia merecía tanto la pena como la de cualquier otro. Así que, en nuestro primer día, me encomendó la tarea de "escribir las primeras 15 páginas de mi primera novela". De locos. Pero lo hice, como quien sigue un juego que sólo le produce diversión.

Luego llegó noviembre y hace exactamente un mes me embarqué en este viaje de esfuerzo y superación que comenzaba con mi despertador sonando a las 6:20 de la mañana. Contra todo pronóstico, madrugar era la mejor forma de empezar el día, porque me situaba en mi escritorio, aporreando el teclado entre café y legañas.

Me siento satisfecha pero vacía. En parte vacía por aquello de finalizar un proyecto que ha vertebrado todo mi mes de noviembre. Confiada, sin embargo, porque la historia y los apoyos continúan, y tengo que seguir este viaje para saber adónde me lleva.

Algo se contrae dentro de mí cuando me siento y simplemente tecleo un par de palabras medio dormida y descubro a mis personajes más despiertos que yo misma, guiándome y susurrándome sin malicia por dónde tengo que hacerlos continuar, por dónde quieren que les haga avanzar. Nunca me había ocurrido. Sobre un esqueleto escueto y predeterminado pero no cerrado, el relato iba avanzando sin presiones ni apuros, simplemente dejaba que la vida de esas criaturas continuara.

Las ojeras han merecido la pena, no me cabe ninguna duda. Ha sido un noviembre de pluriempleo, que digo yo, pero sintiéndome plena y comprendiendo que el sacrificio a veces es necesario; me gustaría no tener que pasar nueve horas en una oficina, pero dedicarle tiempo a lo que de verdad me apasiona es la clave para convivir en paz conmigo misma.

Las consignas hay que sentirlas, y cuando eso ocurre ni siquiera uno tiene ganas de gritarlas a todas horas para convencerse a sí mismo de que se las cree. Simplemente nos guían. Y así me está ocurriendo.

no day but today.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

"Good. I love impossible things. I try to do at least one each year."

¿Cómo no me voy a enamorar de él?

Cuando Alberto se deja guiar por la música se convierte en otro tipo de criatura, en un ser cuya esencia se mezcla con las armonías que salen directamente de su sangre. Cuando se trata de él, siempre me viene a la mente un verso de Federico García Lorca que nunca podré olvidar porque me habla precisamente de Alberto.
“Oye mi sangre rota en los violines.”
Así es su música. Indescifrable y necesaria, indómita y generosa. Exactamente como él.
En cada melodía que sale de sus manos, va un trozo de sí mismo, una porción palpitante de su alma. Con su música Alberto completa todos los enunciados que no termina con las palabras. Para entenderlo a él, hay que entender su pasión por este arte.
Cuando termina la canción, salgo de mi estado cercano a la catarsis y decido marcharme antes de que me descubra espiándole desde el umbral de la puerta. Ese momento es solamente suyo, así que es justo que siga así, sin interrupciones de ningún tipo. Me doy la vuelta y enfilo hacia mi cuarto, en el otro extremo del pasillo.
Antes de entrar, no puedo evitar darme la vuelta y dirigir mis ojos hacia el estudio. A contraluz por la negrura del pasillo y enmarcado por la luz que está encendida adentro, Alberto me mira, en silencio, y de él no emana ni hostilidad, ni desconfianza, ni lejanía. Simplemente me mira, con esa intensidad que siempre he creído que sólo percibían mis latidos. Le sostengo la mirada, sin sentir culpabilidad por primera vez en todo el viaje.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Make it count.

The music ignites the night with passionate fire
The narration crackles and pops with incendiary wit
Zoom in as they burn the past to the ground
And feel the heat of the future's glow

lunes, 21 de noviembre de 2016

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Creation?

Me acuesto y me levanto pensando en Mónica, Aitana, Alberto, Marta y Pablo. Cuando pienso que no soy capaz de darles más vida, de repente veo a Aitana afinando la guitarra de Alberto o a Pablo desmoronándose delante de Mónica. Estoy parada y me asaltan, los veo en mi cabeza, tienen vida propia y las escenas pasan ante mí para que las alcance y les ponga palabras.

Anoche le dije a un amigo sin pensarlo cuál era mi vocación. Me quedé unos segundos en silencio, dándole vueltas a algo: pues resulta que sí tengo vocación. ¿La tengo? No lo sé. ¿Cómo se sabe algo así? Puede que la tenga.

martes, 15 de noviembre de 2016

Sobre Alberto (II) y Mónica (I)

(...)

Una queja de la guitarra me saca de la película hecha de recuerdos que estoy viendo en mi cabeza. Pasó hace años, pero parece que hubiera sido ayer. Es increíble cómo en apenas unos segundos pueden cambiar la visión que tenemos de alguien. Puede que una luz débil ilumine unos ojos en los que no nos habíamos fijado antes o una canción nos haga conectar con alguien de una manera insospechada. A menudo acudo a esa remembranza musical y me pregunto si el paso de los años habrá distorsionado la imagen que tengo de Alberto mirándome con fuego en las pupilas. Quizás no ocurrió así. Quizás mi mente lo ha exagerado. No puedo saberlo, pero sí puedo contar con todo lo que ha pasado desde entonces y eso me hace darme cuenta de que me he prometido que tenía que enfocar una conversación pendiente.

Sin embargo, antes de que abra la boca Alberto me roba un trozo de manta y toma la palabra:

- Dicen que la luna que se ve esta noche no se ve desde hace setenta años -me dice, con la vista fija en el astro argentado.
- ¿En serio? -. Lo imito.
- Sí, eso he leído. ¿No te has fijado en las mareas? También les afecta. La próxima creo que será en casi cuarenta años. Podríamos haberla visto todos juntos, supongo.

No respondo. Pienso en que no hace falta que haya una luna inusualmente gigante para que un momento sea único pero que, en cambio, solemos necesitar un detalle así para tomar consciencia de ello. Miro a mi amigo y ordeno las palabras en mi cabeza.

- Siento muchísimo todo. De verdad -. Vaya. Me había preparado una pequeña introducción del tema, una estructura deductiva, y abro la bocaza y lo suelto todo a bocajarro y sin anestesia. Así que, para disimularlo o para terminar de firmar mi suicidio verbal, sigo hablando. - No sé muy bien qué decirte. Sólo sé que estás aquí, y yo estoy aquí, y siento algo raro, que no sé si soy yo, o tú también lo piensas, pero al final de todo acabo pensando que no te mereces lo que hice, o al menos las formas en las que lo hice y, en fin, creo que me estoy liando y que me voy a callar…

Hay dos datos que estimulan mi curiosidad: uno es que conforme hablaba he ido despojándome de mis nervios, y no al revés, y otro es que Alberto vuelve a tener esa expresión serena y enigmática con la que siempre irrumpe en mis recuerdos.

- ¿Todavía sigues con el tío ese?
- ¿Qué? -. La pregunta me pilla con la guardia baja.
- Con el de tu trabajo. Juan, o Jon, o algo así. ¿Sigues con él?
- No… ¿Por qué? - Y matizo-: No volví con él.
- Por saber. Pensaba que seguirías con él.

Miro al suelo intentando asimilar esas tres frases. ¿Qué está pasando? Siento que Alberto está asaltando mi intimidad como si tuviera el derecho de poder hacerlo. Y nadie lo tiene. Lo propio es nuestro, y es nuestra elección si lo compartimos o no. Siento que la piel de las palmas de las manos me chisporrotea, y comienzo a enfurecerme.

- ¿Es un reproche? -le pregunto.
- Tómatelo como quieras.
- Qué genial…

Supongo que para Alberto es justo. Que piensa que es su momento de desquitarse, que tiene derecho a echarme un poquito de sal en las heridas porque yo hice lo mismo hace meses. Transcurren unos minutos en silencio, con el sonido casi mecánico de las olas de fondo.

- Mira, Mónica: perdona. En serio. Ha sido una salida de tono y no soy un crío, ya no debería hacer esas cosas.

Pongo todo mi empeño en dulcificar el gesto a pesar de que, si fuera posible, ahora mismo estaría saliendo humo de mis dos orejas.

- Ya, gracias… Intento comprenderte, sé que me porté mal, pero no, no sigo con Juan. No he vuelto a verlo y mejor así.

Algo se retuerce en mi pecho, entre las clavículas y el estómago. Acuden veloces imágenes a mi mente y quiero desterrarlas para siempre, meterlas en una caja de cartón y colocarlas en la última balda de la estantería de mi memoria. Pero todavía no puedo. Han pasado meses sin saber nada de Juan y, aun así, el eco de sus gritos sigue despertándome algunas noches. Si me descuido, las cicatrices todavía me supuran angustia, y tengo que evitarlo. Tardé demasiado en conseguir que las heridas se cerraran.

- Sé que te hizo mucho daño y ha sido un gesto muy sucio por mi parte. Lo siento. - añade Alberto.
- No pasa nada.
- Aquella noche, sin más, pensé que ibas a quedarte. Y me desperté y ya no estabas, Monique, y aunque en el fondo sabía que eso iba a ocurrir me sentí imbécil por aferrarme a la idea de que por fin te quedarías. ¿Me entiendes?
- Claro que te entiendo, Alberto. Lo peor de todo…

No sé cómo decirlo con tacto. ¿Se puede decir con tacto una verdad tan horrible, no obstante?

- ¿Qué?
- Pues que lo peor es que yo ya sabía que te ibas a sentir así. Y me fui. Como siempre, que acabo escabulléndome por la puerta de atrás.

Más mar yendo y viniendo. Más saliva atravesando el nudo de mi garganta. Creo que tengo una sobredosis aguda de emociones.

- Ya, también lo sé -contesta Alberto, al cabo de un rato.

Me vuelvo a mirarlo para terminar de afrontar la situación pero él rehuye mi mirada. Como réplica, se desenrolla de la manta y me la posa sobre las piernas, antes de levantarse y sacudirse la arena de las piernas.

- Voy a dar un paseo. Te veo mañana.
- Hasta mañana -le digo, queriendo que se quede. No me quiero quedar sola conmigo en estos momentos.

Apenas ha dado unos pasos cuando deshace su camino y vuelve a donde estoy sentada. Pienso que va a coger su guitarra, que reposa todavía a mi lado. Sin embargo, se queda de pie mirándome y yo le sostengo el gesto desde abajo, turbada.

- De todas formas, si hubieras vuelto habría dejado que te quedaras.

Patapúm. Si me quedaba vivo algún tipo de esquema, acaba de precipitarse junto a los otros contra el suelo. Percibo que Alberto se aleja y entierro la cara entre las manos luchando por asimilar todos los datos y situaciones que se han desarrollado en esas intensas últimas horas. Tengo ganas de correr detrás de él y abrazarme a su espalda como si no fuera a pasar el tiempo pero, ¿para qué? Sería cobarde e infantil; no puedo decir qué querría hacer después y esa es la injusticia que he venido repitiendo siempre.

Cuando me incorporo, Alberto no es más que una mota contra la línea del horizonte. Me he quedado helada y decido levantarme. A mi lado, todavía, está el instrumento que ha presenciado toda la conversación en silencio.

Me levanto y me llevo la guitarra de Alberto conmigo. No me doy cuenta hasta ese preciso momento de que yo también quiero protegerla, aunque no sea mía.

(...)

jueves, 10 de noviembre de 2016

- No puedes simplemente acercarte a mí, después de años, casado, y decirme que piensas en mí. No puedes.
- ¿Por qué no?
- ¿Quieres a tu esposa?
- Sí, claro que la quiero. Y tú quieres a tu marido. Esto es diferente.
- ¿Cómo?
- Porque somos nosotros. Somos Damian y Diana. Siempre lo seremos. Nada va a cambiar eso. Y es mejor que lo aceptemos... Sabes que es verdad.

Diana, de la película Nine Lives (2005)
*Se puede ver la escena completa (que funciona a modo de cortometraje), en inglés, aquí. Rodado en plano secuencia y con un trabajo interpretativo impresionante.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Nosotros no fuimos nada, porque ni siquiera éramos un nosotros. Simplemente fuiste una agradable cadencia que durante unos meses alejó la imperiosa necesidad de dedicarle tiempo a mis heridas. Nunca funciona. Nunca funcionan esos intentos de querer volcar en unos ojos ajenos nuestras penas, porque nuestras penas sí son nuestras, sólo nuestras, y si uno confía en que otro se las va a llevar, al final, se quedan a vivir en nuestro cuerpo. Pero yo ya sabía que eso nunca funciona, por eso nunca lo intenté contigo, nunca respondí a tus promesas y nunca quise que nos fuéramos de viaje juntos. Curiosamente, sólo quería viajar conmigo. Pero afloraba la pereza cuando tenía que hacer las maletas, marcharme de las estancias llenas de polvo donde había estado viviendo hasta entonces y emprender un nuevo camino. Fuiste un paréntesis -oscuro, frío, leve, nimio- cuyo propósito no era otro que llenar mi tiempo mientras mi tiempo pensaba en otro, en esa casa y en esas cicatrices que, ya formadas, fueron tapadas con ropajes durante unas semanas. Mi tiempo nunca fue tuyo, porque sólo fue mío. Nunca te conocí, porque sólo estaba conociéndome a mí misma, con todos los cerrojos echados y todas las lecciones por aprender. No sé siquiera si te ayudé; supongo que fui tu excusa para fingir que te sentías completo y tus asuntos estaban en orden, mientras para mí eras el pretexto de necesitarme completa, para mí y para nadie más.

De todas formas, no puedo decir que cuando la melodía cesó me doliera. Más bien sentí alivio. Me quise más que nunca. Y entonces fue el momento de cerrar de un portazo la puerta de esa mansión en ruinas donde jamás te permití entrar.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Not this month.

"One more habit: if someone asks you to do something during your writing time, say no. Protect your writing time at all costs. If this is something you’ve wanted to do for years, chances are there’s a part of you that feels like a friend who gets ditched every time. That part of you is waiting to do this. They are also afraid you’ll ditch. Don’t do it. Not this month. Show up and write."*
(Alexander Chee)

Mensajes que te dan la vida y que te hacen pensar que los madrugones merecen la pena. El camino está ahí, esperando a que uno se decida a enfrentarlo.

*Un hábito más: si alguien te dice de hacer algo durante tu tiempo de escritura, di que no. Protege tu tiempo de escritura a toda costa. Si esto es algo que has querido hacer durante años, lo más probable es que haya una parte de ti que se siente como un amigo que siempre abandona. Esa parte de ti está esperando hacer esto. También tienen miedo de que abandones. No lo hagas. No este mes. Mantente ahí y escribe

jueves, 3 de noviembre de 2016

Power to the people.

“Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas”
(NC)

Captain Fantastic (2016)

jueves, 27 de octubre de 2016

Un hilo invisible.

Son las palabras, cargadas y agitadas,
y tienen el poder de levantar el viento,
desde esta cama.


jueves, 20 de octubre de 2016

No other way.

Todos hablan de libertad, 
pero ven a alguien libre y se espantan.
 (Hugo Finkelstein)

miércoles, 19 de octubre de 2016

Siempre equilibrio.

Si tratas de
borrar
las huellas de tu
pasado
demasiado
deprisa,
al final
acabas
tropezando con
tus propios 
pasos.

jueves, 13 de octubre de 2016

Norte.

Esta lluvia me recuerda a Escocia. Pero es un falso reflejo: cuando estuvimos allí, no pudo hacer más sol. Los rayos picaban de verdad en Edimburgo y, aunque hubo una pequeña tregua neblinosa, en Glasgow fue más de lo mismo.

Me gustaron los escoceses. Igual que me gustaron las calles empedradas e inundadas de teatro de la capital de Escocia; sus cementerios forrados de colinas de verde brillante, sus cuestas llenas de perezosos, sus pubs escondidos en rincones oscuros y esas dos ciudades a diferentes alturas que echaban por tierra cualquier mapa. En esa cafetería en la última planta de una librería céntrica, mientras mis manos se calentaban con la taza de café, supe que volvería.

De la misma manera que volveré a Glasgow, a sus calles franqueadas por grandes edificios grises, a la cerveza artesana, los ritmos nocturnos y el olor a comida india. Todavía en Edimburgo, mientras un taxista nos llevaba a toda máquina a una obra de teatro a la que llegábamos tarde -una versión increíble de Dorian Gray-, nos advirtieron de que Glasgow era feísimo. Como todo el mundo. Pero nada más lejos de la realidad, aunque, todo sea cierto, mis acompañantes contribuyeron a llenarla de luz.

Echo de menos esos días en Reino Unido, cargando kilómetros a la espalda y llenándonos de música en la calle de The Cavern de Liverpool o de bosque en los senderos del Peak District. Esta lluvia de estos días en mi bonita Zaragoza me recuerda a ese norte tan verde y gris que volveré a visitar en apenas siete días.

El próximo viernes volveré a pisar las calles de Dublín. La capital de ese país que siempre ha sido mágico para mí y que por eso llevo siempre en la muñeca y que me hace sentirlo por Escocia e Inglaterra: Éire irá siempre en primer lugar. Me gusta la lluvia; en Irlanda, todavía más.

Desobediencia.

La mayoría de las veces se nos olvida el respeto. O al menos el respeto real; nos gusta apelar a él cuando nos sentimos ofendidos pero muchas veces ni siquiera nos paramos a pensar si es una cuestión de respeto o no.

Ayer fue para muchos un día señalado, pero para la inmensa mayoría fue un día de no respetar la opinión contraria. Y hablo de todos. De los que, para empezar, sienten que por ser 12 de octubre pueden sacar la bandera de España y restregársela por los morros a todo aquel que no consideran o, ellos mismos, no se definen como patriotas. Y, para finalizar, los que, desde la orilla contraria, aprovecharon para criticar de manera más galopante a todos aquellos amigos del rojo-amarillo-azul o incluso a los aficionados a mirar al cielo para ver esos maravillosos aviones que hemos pagado todos.

Unos creían que tenían razón; los otros también. A mí, la verdad, es que me aburren todos. Pero con matices. Todos tenemos nuestra opinión, y es algo obvio. Para mí todos los días son iguales, un día concreto no va a suponer que me sienta más o menos española. Para mí la patria son los míos, la gente, y los sentimientos positivos que me provocan. Yo me siento de mi tierra y, a la vez, me avergüenzo abiertamente de un país en el que la pobreza aumenta mientas se bate el récord de españoles ricos, y no soy para nada amiga de paralizar las calles por cualquier tipo de procesión: ya sea religiosa o perteneciente al ejército, que para mí vienen a ser dos sectas que se mueven más o menos por los mismos patrones (los mercados y la fe de las personas). Para mí la tierra y mi país, con sus instituciones y sus representantes, son cosas muy diferentes.

Y, como en todo, es mi opinión. Me han llamado de todo, por supuesto, pero para mí no es una opción rebajarme al nivel de aquellos que rechazan el pensamiento crítico en pos de seguir al rebaño y pensar menos, porque así es más sencillo vivir. Que se rían a carcajadas haciendo chascarrillos sobre rojos y hippies; yo voy a estar igual de jodidamente feliz que siempre, con mis principios y mi ética.

Conforme más tiempo paso trabajando más valoro mis principios y mi dignidad. A veces, me quedo plantada en standby ante los desvaríos de mis superiores y, para mí, se subraya todavía más que somos iguales. Dos personas. Dos seres. El hecho de que tengamos que pagar un alquiler, una hipoteca, la compra, los caprichos... no legitima a nadie para faltarnos al respeto, vejarnos o sentirse nuestros dueños. Lamentablemente, sé que para muchos los principios no importan, y por eso los escucho reír los chistes de aquel que luego ponen a parir porque apenas les llega el sueldo a final de mes. 

Y lo respeto. De verdad. Entiendo que haya gente con prioridades diferentes. Que el dinero no significa lo mismo para muchos; algunos están dispuestos a vender su dignidad y parte de su vida por más de mil euros al mes. Me parece bien. Pero me parece todavía mejor reafirmarme, a cada día que pasa, en que primero estoy yo, mi persona, y luego mi alquiler y mis gastos. Mi integridad no depende de mi jefe; por suerte, sólo depende de mí. Lo mismo que el respeto. Aunque a veces no sea así, me gusta que me respeten, y por eso me gusta respetar.

Pero siempre sin perder de vista los límites. Mi código personal y mis ideas. Porque, cuando esté en las últimas y dé igual cuánto dinero tengo, al final... es lo único que me quedará.

sábado, 8 de octubre de 2016

Candados.

(...)

Ella le da una larga calada a su cigarro.

ELLA: Yo en teoría no fumo, pero...

Él espera.

ELLA: La verdad es que tienes un poquito de razón. Pero sólo un poquito.
ÉL: ¿En qué? ¿En que fumar mata? Eso lo dicen las cajetillas de tabaco.

Ella lo mira. Sonríe.

ELLA: No, comotellames. Me refiero a toda esta mierda, a todo este numerito de querer reventar el puto candado del puto puente. Pero qué le voy a hacer, me va mucho el drama, y por no reventarlo a él...

Ahora sonríe Él.

ÉL: Bueno, no sé. A mí me has hecho gracia, verte gritando ahí, tirando de uno de los barrotes del puente. Joder, no me mires así, ha sido bueno.

Ella acaba su cigarro.

ELLA: Gracias. Supongo.

Ella y Él miran la ciudad encendida que se presta a sus ojos en esa noche de otoño. Guardan silencio, uno al lado del otro. Dos desconocidos observando la sombra imponente de la Basílica del Pilar de madrugada, apoyadas sus espaldas en el Puente de Santiago.

ELLA: ¿Y tú? ¿Qué hacías en este puente? ¿También te han roto el corazón?

Él vuelve a sonreír. Enigmático. Tierno. Distante. Abstraído en algo que Ella ni siquiera puede rozar con los dedos.

ÉL: Más o menos.
ELLA: ¿Más o menos?
ÉL: Sí. Más porque sí tengo el corazón roto; menos porque no ha sido nadie. Me lo he hecho yo mismo.

Ella no entiende. Quiere preguntar, pero no quiere. Sabe que no es el momento de las preguntas y, por un momento, lleva sus impulsos en silencio. Es agradable estar ahí, después de todo.

ÉL: Tolerar que nos destruyan es horrible. Pero es mucho peor destruirnos a nosotros mismos.

Él se vuelve y la mira. Sonríe triste, muy triste, y Ella cree comprender pero no quiere comprender lo que está creyendo.

ÉL: ¿No es increíble estar aquí en el momento exacto en el que se apagan las luces del Pilar? Parece que así es como si la ciudad pudiera irse a dormir.
ELLA: Nunca me había fijado en que esto ocurría.

Él comprende. Y pone el cuerpo en tensión para levantarse y marcharse.

ÉL: Sí, pequeña loca de los candados, estaba aquí porque hoy había decidido tirarme. Pero entonces has aparecido tú gritando. Y sí, era una tontería...

(...)

miércoles, 5 de octubre de 2016

Cada vez que pierdo el rumbo, la luz que me acaba guiando de nuevo hacia el sendero siempre es la misma. La misma.

Si quiero cerrar los ojos ante ello o no... Ya es cosa mía.

Pero, inevitablemente, me hace recordar por qué estoy aquí.

jueves, 22 de septiembre de 2016

It's creation.

The opposite of war isn't peace. It's creation.
(Jonathan Larson)*


Desde hace más de una década, siempre que alguien me hace daño pienso en escribir. No obstante, con el paso de los años mis motivos han cambiado.

Hace tiempo, cada vez que alguien me hacía daño vertía mis lágrimas mientras tecleaba o arañaba el papel sin fin. En la mayoría de las veces era injusta conmigo, y sobredimensionaba la situación añadiéndole palabras de drama. Era mi desahogo más visceral.

Algunos años después, mi sufrimiento se volvió más frío, en parte lo cambié por la ira, y entonces el drama se convirtió en un afilado cuchillo con el que creía que diseccionaba a aquellos que me habían causado dolor. Tenía un componente de arrogancia, pero también de peligrosidad. Las palabras son mi arma y mi herramienta, siempre lo van a ser mientras siga teniendo consciencia, y sé perfectamente hasta qué punto puedo llegar con ellas. Soy capaz de tornarlas hierro candente en un par de segundos. Entonces era mi forma de aliviar el dolor profundo.

Sin embargo, últimamente -y entiéndase últimamente por hace más de dos o tres años-, cada vez que me siento herida por las acciones de otra persona, que escapan a mi control, pienso en escribir como catarsis. No me obceco en escribir sobre alguien o sobre mi sufrimiento, sino en crear. Simplemente crear como forma de purificar todas esas turbulencias que otros me han provocado. Pienso en otros personajes, en todos aquellos que se gestan dentro de mí, e insuflándoles vida poco a poco voy alcanzando una calma necesaria que me cura y me devuelve a la normalidad.

Cada vez que alguien me hace daño, pienso en escribir como vehículo para salir adelante. En la creación como forma de recuperar mi propio equilibrio. Si se me pasa por la cabeza la idea de desahogo o venganza, enseguida la desestimo porque me parece tiempo perdido de poder crear otras vidas, otros mundos, que tal vez alguna vez le hagan bien a alguien. Aparte de a mí misma. Entre la amargura o la invención, me quedo siempre con lo segundo.


*(Lo opuesto a la guerra no es la paz. Es la creación)

martes, 20 de septiembre de 2016

Sobre Alberto (I)

Fue la noche que lo vi versionar el Hallelujah, de Jeff Buckley. Habíamos acudido todos al bar para ver a Alberto tocar, pero la verdad es que yo nunca lo había escuchado como aquel día.

Con los primeros acordes se me despertaron las comisuras de los labios porque era una de mis canciones favoritas, y él lo sabía. Comencé a agradecérselo atendiendo con dulzura a su actuación cuando en las primeras frases estoy segura de que se me heló el rostro. Jamás lo había visto así. Ni escuchado. Ni... sentido. Yo no podía despegar los ojos de su figura encorvada sobre el micrófono mientras él acariciaba con cuidado su guitarra y yo iba sintiendo en mi estómago un fuego desconocido que me subía hasta el pecho para explotar en cientos de rayos eléctricos.

El primer hallelujah me puso los pelos de punta. De alguna manera, supe que algo había cambiado para mí.

Sin embargo, como si tuviera el cerebro dividido en dos, escuchaba una voz en mi cabeza que insistía en que era el Alberto de siempre, que si estaba idiota. Y yo la atendía perfectamente pero, a la vez, no podía dejar de mirarlo. Miraba su boca moviéndose, sus brazos sujetando la guitarra, su pie siguiendo el ritmo suavemente, su respiración agitada. 

En un momento de la canción, más o menos a la mitad, Alberto me atravesó con sus pupilas enmarcadas en gris y no las volvió a mover. Me miraba y yo notaba que comenzaba a brotar en mí un sentimiento incómodo de culpabilidad que tenía que ver con la chica que estaba sentada un par de mesas por delante de mí: su novia. Yo tampoco me moví.

Alberto siguió cantando mientras parecía que me cantaba, y sentí una paz que pocas veces he vuelto a conocer. A pesar de la tristeza implícita en el tema, su guitarra y su voz actuaban como un bálsamo que me estaba haciendo creer que todo iba a ir bien. Recuerdo que se me encharcó la mirada, y que todos se sorprendieron. Ni siquiera lloro con los dramones con los que llora todo el mundo. Pero esa noche sí lloré.

Cuando terminó de cantar me agité como cuando estás a punto de dormir y sueñas van a atropellarte, o a caer por un precipicio. De alguna forma, yo me había dejado caer ya en ese abismo. Y cuando el efecto se fue con la música, Alberto dedicó al público un tímido gracias y besó a su novia, que lo rehuyó, visiblemente molesta.

Se sentó a su lado y se volvió para brindar con nosotros. Cogí mi cerveza y entre los choques de las jarras y las copas de cristal nuestros ojos volvieron a encontrarse y me sonrió con esa sonrisa tan suya que lo hacía serio, misterioso y desafiante. 

Creo que ese fue el momento en el que todo empezó.

M.


martes, 13 de septiembre de 2016

¿De dónde viene esa costumbre de volcar nuestras inseguridades en otro sólo para no enfrentarlas? Cada vez que algún golpe que no me pertenece me erosiona, intento concentrarme en las cosas buenas, pero, a pesar de ello, mi espíritu queda impregnado de una fina película de decepción. De todas formas, al mismo tiempo que no quiero dejarme llevar por ninguna rabieta volcánica, procuro que cada paso cuente, y supongo que ese silencioso desencanto no hace más que dotarme de información adicional.

Nunca dejas de aprender, ni de conocer a las personas.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

"¿Puedo llevarme el que quiera?"

Hace unos días, en un taller de guión, escuché del ponente que un buen ejercicio era pensar en alguien cercano, "por ejemplo, tus padres", y discernir un par de imágenes que nos recordaran a ellos. Sin apenas pretenderlo, a mi mente acudió la estampa de una niña muy pequeña que observaba, absolutamente maravillada, el interior de la biblioteca de su barrio por primera vez asida a una mano de hierro.

Esa niña, obviamente, era yo y la mano que me sostenía era la suya. Me recuerdo rompiendo mi fascinado silencio con una sencilla pregunta:

- ¿Puedo llevarme el que quiera?
- La mayoría sí, hija, aunque hay algunos que no...

Y me perdí en ese laberinto de palabras y etiquetas de colores.

No estaría mintiendo si digo que es uno de los recuerdos más bellos que conservo de mi infancia. Y al pensar en mi padre, en una imagen que me una a él, acuden esas estanterías a mi cabeza veloces e inconfundibles.

Al igual que ocurre con mi madre, sé a ciencia cierta que él no es consciente de todas las cosas que me sigue enseñando. Y no sólo el amor por la literatura -devora libros cada semana y llena el piso de volúmenes sin preguntarse dónde vamos a meterlos-, sino también muchos otros aspectos que conforman mi carne y mi espíritu. Por desgracia no he heredado ni su pelo negro ni su piel morena, pues tiene una hija que ya tiene canas mientras su cabello se mantiene como el tizón, pero creciendo a su lado he aprendido a apreciar lo que se puede decir con un silencio y lo importante que es confiar en tu familia y su fe en mí me ha sostenido mientras observaba en silencio el camino que iba recorriendo sola, siempre alerta por si daba un giro equivocado.

Serán los años, los míos, y el estar lejos de casa, pero desde hace tiempo aprecio muchísimo más cosas tan cotidianas y mágicas como el sonido de sus manos pasando las hojas del periódico un sábado antes de comer o asomarme a su habitación para ver si se ha dormido encima de un libro y poder comentarlo entre risas con mi madre y mi hermano. La distancia a veces duele más, como en el día de hoy, que tiene un ligero toque gris porque no estoy con él. Te echo inevitablemente de menos.

Felicidades, papá.

lunes, 22 de agosto de 2016

Hoy he tenido un sueño que ha hecho que me despertara con la idea fresca en la mente de que cada vez me cuesta menos romper con el pasado. Hace años me era muy difícil, pues era de las que se aferraba con melancolía a cualquier detalle que tenía los días contados y así me dejaba las uñas. Pero llega un momento en el que uno comprende que hay lastres que hay que soltar con naturalidad, para seguir hacia adelante. Sobre todo si está en juego cierto porcentaje de salud mental.

Cada vez me cuesta menos romper con el pasado, y no lo digo en su sentido más peligroso, pues el resultado no es que de repente desprecie todo lo vivido y siga la carretera con el piloto automático puesto sólo para no pensar en las curvas que dejo atrás. No es eso. Más bien es que cada vez me cuesta menos separar lo importante, aislar lo que no merece la pena conservar y soltarlo como quien tira una botella de vidrio vacía a la inmensidad del océano. Así que sí, tal vez tenga que modificar la frase y añadirle un detalle para que quede así: cada vez me cuesta menos romper con el pasado sobrante.

viernes, 19 de agosto de 2016

El cambio es crecimiento.

- ¿Cuándo regresarás?
- Toda la noche me hicieron la misma pregunta. ¿Sabéis algo? ¿Queréis saber un secreto? Quizá no vuelva nunca. ¡Esta podría ser la última vez que veis a Scotty P. en Pretzels!
- ¿Te irás y ya? ¿No volverás para ver a tu familia o a tus padres nunca más?
- Mis padres van a jubilarse. Los dos, este año, y están pensando en mudarse allí.
- Es una locura. Y un poco triste...
- No, no. Me encanta haber podido volver aquí con Suki. Pero me encantó el instituto, me encantó la universidad y ahora... me encanta Japón. Me encanta todo lo que he podido hacer con mi vida. Y, ¿sabéis qué? Seguramente me encante lo próximo que haga. Sea lo que sea. Así que, ¿por qué seguir mirando atrás cuando hay tanto por venir? ¿Lo entendéis? ¿Es de locos? Sí. ¿Triste? No, para nada.

martes, 9 de agosto de 2016

Martes noche, agosto.

Qué afortunada soy 
pienso, 
mientras se me hincha 
el 
pecho.

A mi yo de hace 365 días:

Querida yo,

Gonzalo me ha enseñado la foto que nos hicimos hace justo un año en la fuente del Parque José Antonio Labordeta y he de decir que parece que haya pasado un siglo. Estaba nublado y hacía algo de frío, y yo iba con esa sudadera gris de mi hermano que evidenciaba que no me apetecía vestirme, es decir, salir de casa. ¿Te acuerdas?

En la foto sonrío, pero al mirarme recuerdo el dolor en mi pecho. Lo recuerdas, ¿verdad? No se iría hasta meses después, ya pasado noviembre. Parece increíble. Sentí pinchazos de puro dolor durante semanas. ¿Cómo el estado anímico puede tener tanta influencia sobre el físico? Pero, bueno, es igual; lo cierto es que después de tener paciencia la angustia dejó de golpear el espacio entre mi diafragma y mis clavículas, y desde entonces no ha vuelto a dolerme. La piel está dura, tersa, con brillo. Sin cicatrices.

Parece mentira que haya pasado sólo un año, porque en verdad en estos meses han pasado muchísimas cosas. ¿Recuerdas la preocupación de mamá y papá, las horas eternas, los temblores y los rastros de rímmel? Creo que nunca había llorado tanto como en 2015. 

Quería escribirte para decirte que, a pesar de todo, me siento bien. Hace un año tú no habrías podido creerlo, aunque sabías que el tiempo traería alivio, pero fuiste fuerte y resististe y, como en todo, el equilibrio nos ha devuelto lo que nos merecíamos. Y sabes que tampoco ha sido una cuestión exclusivamente de fuerza, sino también de saber ser humana, honesta, íntegra.

Sigue creyendo en ti con fiereza y pasión. Sólo así podrás actuar bien, aceptándote y enfrentándote a ti misma. Porque la verdad es que a ninguna de las dos nos sirve otra forma de salir adelante.

viernes, 29 de julio de 2016

La verdad es que de ellos me quedo con el ellos que existió en los momentos que compartimos, cuando sonreíamos juntos y me hacían sonreír, y eran una persona diferente a la que son ahora, porque estaban conmigo, me dejaron conocerlos así, a solas, y con ese privilegio que pocas tendrán me quedo, por encima de todo.

martes, 26 de julio de 2016

Perder la cuenta de tantos "tantos" y "tan".

Hoy me he paseado por medio Madrid con un bañador porque hemos hecho una guerra de agua en el trabajo y, a pesar de tener en la oficina la maleta porque volvía de viaje, no tenía una muda de recambio. Parece una frase que inicia un relato enrevesado e ingenioso pero no; es totalmente cierta y mía.

Últimamente estoy haciendo tantísimas cosas que estoy perdiendo la cuenta de todas ellas. Estoy viendo tanto cine -bajo demanda, en salas, de verano- y tantas series y leyendo tanto que. Estoy tomando tantos cafés y tantas cervezas que. Estoy abrazando tanto y queriendo tantísimo a los míos que. Estoy hablando tanto sola y cantando tanto por la calle mientras tamborileo con los dedos en las farolas y las paredes que. Estoy riéndome tantísimo y sonriendo y esquivando besos que. Estoy bailando y sincerándome y durmiendo y viviendo y repitiéndome tanto que...

Que el otro día lo decía: estoy sintiéndome tan bien últimamente que me estoy recordando a un producto de Mr. Wonderful y la verdad es que no quiero, porque me parecen algo odiosos.

Creo firmemente que hay cierto bienestar que sólo podemos alcanzar cuando estamos solos. Y, hago un inciso: también pienso que hay una parte de nosotros que sólo se completa con una pareja. Pero creo que estoy ahí, en el primer bienestar. A menudo pienso que en diciembre inicié un paréntesis que me mantuvo a gusto pero no así de bien, y que se prolongó hasta más allá de febrero, cuando ya dejé de sentirme a gusto para sentirme un poquito menos a gusto. Sin embargo ahora noto en la espalda los restos del cascarón que mis alas han roto y, sí, lo admito: no me sentía así de bien, estando sola, desde abril de 2014.

Iba a escribir que "se inicia" un verano fantástico pero lo cierto es que casi me he comido la mitad y apenas me he enterado porque tengo tanta energía que me faltan días para desparramarla disfrutando conmigo y con los míos. Supongo que necesitaba llegar a este punto de nuevo, al bienestar pleno y natural. Sin mitades, ni huidas, ni distracciones.

lunes, 18 de julio de 2016

London, my dear.

- Es curioso, pero me di cuenta de que todas las personas de las que me despedí el sábado... -me dice.
- ¿Se despidieron de ti como si fueran a verte al día siguiente? Lo pensé.

Él asiente, entre bocado y bocado de tarta de chocolate.

- Es mejor así -le digo-. Además, ¿qué es una despedida? Tampoco es para hacer nada especial. Simplemente es decirle adiós a esa persona, y esperar...

Y por eso lo abrazo después, con fuerza, como siempre, dejando que mi cabeza encaje debajo de su cuello y fingiendo -sin fingir- que voy a verlo mañana, que vamos a tomarnos unas cañas, o ir al cine de verano, o beber ginebra en mi sofá destrozado mientras vemos fotografías de hace años y no paramos de reír o que vamos a seguir devorando series como lo hicimos con Unbreakable Kimmy Schmidt. Obviando el hecho de que no sabemos si volveremos a vivir en la misma ciudad, pero asumiendo, porque a veces estas cosas simplemente se saben, que sea como sea volveremos a encontrarnos.

domingo, 3 de julio de 2016

Escalofríos.

Es curioso cómo funcionan nuestros adentros. Hoy llevaba horas sintiéndome inquieta y triste sin terminar de averiguar el motivo. Pero no ha pasado mucho tiempo hasta que he averiguado el porqué: Blanca se marcha, y con ella un año increíble y lleno de buenos momentos.

Nuestra edad y nuestras circunstancias, viviendo en otra ciudad en una situación complicada, provocan que tengamos que acostumbrarnos a las despedidas. Sin embargo, soy incapaz de acostumbrarme a esta sensación de pérdida y vacío, aunque sea temporal, que se pega a mi piel cada vez que alguien que me sostiene tiene que irse. Me he dado cuenta de que para mí Madrid es Madrid por toda la gente que está aquí, "la familia que elegimos" como ha dicho hoy la que fue mi compañera de la 505, y que cada vez que alguien se ausenta de esta ciudad maravillosa es como si para mí se derrumbara una de sus torres.

Pero este dolor no es amargo; de hecho creo que una de las cosas más bonitas que hay es poder llorar con alguien mientras se sonríe. Son esos momentos, en los que el alma se resiente, en los que uno se da cuenta del valor que tienen las personas, de la importancia que tienen porque, al fin y al cabo, ¿qué es una vida sin nadie para compartirla?

martes, 28 de junio de 2016

Atardecer. (IV)

...

- Y después de esto, ¿qué es lo que queda?

Kairum la miró y esperó a que Ictria siguiera hablando. Despuntaban las últimas luces del atardecer, que cubría sus cuerpos de un tono naranja que recordaba vagamente al fulgor de las llamas de los Subsuelos. Aunque eso Kairum no podía saberlo. 

La muchacha no continuó, y por ello decidió apremiarla.

- ¿A qué te refieres?

Ictria cogió un bolígrafo y empezó a jugar con los restos de cemento fresco. Miraba sin ver, absorta en un pensamiento que creyó que no iba a revelar nunca. Pero Kairum era diferente, aunque ser consciente de ello le provocaba un revolcón sísmico en el estómago que no hacía más que recordarle por qué estaba allí.

- Vine aquí porque ya no me quedaba nada allá de donde venía. Por la rabia. No sabía qué quería hacer, sólo sabía que quería vengarme de lo que le habían hecho a las mías.

Kairum asintió y se acercó a ella. Ictria se separó ligeramente mientras fijaba su vista en el horizonte.

- Y ahora... ¿Qué va a pasar cuando se termine lo que vine a hacer aquí? -. Él la miró fijamente, comprendiéndola- No tengo ningún tipo de objetivo. En realidad, creo que me da absolutamente igual, y eso es lo que me asusta. ¿Qué hay más allá de toda esta ira? No me importa. No quiero saberlo.

El sol ya se había escondido del todo detrás de los altos edificios de piedra. La estampa les hablaba de opresión y miseria. De promesas por cumplir.

Ictria dejó el bolígrafo y comenzó a incorporarse para levantarse. Kairum quiso frenarla y ella no le dejó.

- Mañana, cuando el sol se ponga, seguramente esté muerta. Y me da igual. Me da igual, Kairum. Estoy vacía.

Y se fue.

Kairum intentó disimular el abismo en su pecho. Era como si un cañonazo comenzara a comerse su piel desde el estómago hasta las clavículas. Notaba los pinchazos de ansiedad en el pecho, y se sintió un cobarde.

Observó los restos de cemento. Su amiga había escrito su nombre inconscientemente, pues no había prestado atención a sus garabatos ni un solo segundo. Coronando la segunda i, Kairum reconoció una espiral simple.

Suspiró inevitablemente. Y se preparó para lo que les esperaba en las próximas veinticuatro horas.

***

martes, 21 de junio de 2016

Lena.

Llevo unos días pensando en escribir esto, pensando en volver a escribir en segunda persona. En verdad, era cuestión de tiempo. Y hoy he pasado por casualidad por delante del restaurante turco en el que casi rogué poder usar el cuarto de baño la noche de mayo que me rompiste en dos, y luego ha sonado Use Somebody de Kings of Leon y he sabido que estaba preparada para hacerlo.

Sé que lo estoy porque desde hace días siento que me estoy reconciliando contigo. Lo sé porque ya no hay rabia ni tropiezos con los peores recuerdos. Siento que hay coherencia, y es esa simpleza tan calma la que me permite apreciar todo lo que obtuve gracias a ti. O a nosotros, cuando nuestros cuerpos formaban ese pronombre y nos llamábamos de manera diferente. ¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas. Lo sé porque todavía me lees, igual que yo sigo reparando en que aún lo haces. Aunque ya hayan pasado un par de años.

Después de años llena de hielo encontrarte me hizo volver a sentir. Cuando me había acostumbrado a alimentarme de las historias de amor que experimentaban otros, aparecieron tus ojos gigantes y amarillos e hicieron saltar por los aires todos mis esquemas. Y eso no lo puedo negar, ni desdeñar, por muchas cicatrices que albergue con tu nombre ni por muchas veces que se resienta mi piel cuando bajo la guardia y se vuelve a impregnar de los juegos sucios y los recuerdos más oscuros y dolorosos que también protagonizamos.

Gracias a ti he aprendido que hasta el alma más entumecida puede volver a agitarse por la pasión que otro despierta, pero también he aprendido a conocerme mejor y tener más claro lo que merezco y lo que no. ¿Quién no puede llegar a una conclusión parecida, haciendo balance? Pero lo cierto es que no puedo negar que voy a llevarte tatuado siempre. Y asumirlo sin rencor es como darme una ducha de agua caliente después de un día agotador.

Y es que formaste parte de mí, de igual manera en que ahora formas parte de mis días pasados. Soy como soy porque tú apareciste. Crecí contigo. Y en el fondo de mi ser, aunque a veces pueda olvidarlo, siempre va a haber un agradecimiento tímido hacia ti por ser una parte más de mi camino.