Hace unos días, en un taller de guión, escuché del ponente que un buen ejercicio era pensar en alguien cercano, "por ejemplo, tus padres", y discernir un par de imágenes que nos recordaran a ellos. Sin apenas pretenderlo, a mi mente acudió la estampa de una niña muy pequeña que observaba, absolutamente maravillada, el interior de la biblioteca de su barrio por primera vez asida a una mano de hierro.
Esa niña, obviamente, era yo y la mano que me sostenía era la suya. Me recuerdo rompiendo mi fascinado silencio con una sencilla pregunta:
- ¿Puedo llevarme el que quiera?
- La mayoría sí, hija, aunque hay algunos que no...
Y me perdí en ese laberinto de palabras y etiquetas de colores.
No estaría mintiendo si digo que es uno de los recuerdos más bellos que conservo de mi infancia. Y al pensar en mi padre, en una imagen que me una a él, acuden esas estanterías a mi cabeza veloces e inconfundibles.
Al igual que ocurre con mi madre, sé a ciencia cierta que él no es consciente de todas las cosas que me sigue enseñando. Y no sólo el amor por la literatura -devora libros cada semana y llena el piso de volúmenes sin preguntarse dónde vamos a meterlos-, sino también muchos otros aspectos que conforman mi carne y mi espíritu. Por desgracia no he heredado ni su pelo negro ni su piel morena, pues tiene una hija que ya tiene canas mientras su cabello se mantiene como el tizón, pero creciendo a su lado he aprendido a apreciar lo que se puede decir con un silencio y lo importante que es confiar en tu familia y su fe en mí me ha sostenido mientras observaba en silencio el camino que iba recorriendo sola, siempre alerta por si daba un giro equivocado.
Serán los años, los míos, y el estar lejos de casa, pero desde hace tiempo aprecio muchísimo más cosas tan cotidianas y mágicas como el sonido de sus manos pasando las hojas del periódico un sábado antes de comer o asomarme a su habitación para ver si se ha dormido encima de un libro y poder comentarlo entre risas con mi madre y mi hermano. La distancia a veces duele más, como en el día de hoy, que tiene un ligero toque gris porque no estoy con él. Te echo inevitablemente de menos.
Felicidades, papá.
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