martes, 30 de junio de 2015

- ¿Crees que esto cambiará alguna vez, abuela?

Marzul miró a su nieta, y se sintió tentada de acariciarle el cabello, pero supo que Ictria ya era demasiado mayor para esas muestras de cariño que, por lo general, solían estar reservadas a las abuelas y a sus nietas más pequeñas.

- Ictria...
- ¿Qué?

La joven la miró, con sus ojos grandes e inquietos. En sus pupilas había una ligera señal de desprecio, el signo del rencor que la chica iba acumulando conforme pasaban los días y aumentaba su sensación de insatisfacción. Su abuela sabía reconocerlo, pero no había nada que pudieran hacer. Excepto mantenerse a salvo.

- Esto es lo que nos ha tocado vivir. ¿Por qué debería cambiar?

Ictria desvió la mirada, descontenta con la respuesta de su abuela de sangre. No podía evitar que latiera en su interior cierta rabia; así se había sentido desde que le alcanzaba la memoria. Era un sentimiento que no se iría de su pecho hasta que se sintiera libre. Pero, ¿libre cómo? ¿Cómo se podía ser libre en un mundo en el que nacían condenadas a esconderse, aunque sólo pareciera importarle a ella?

La anciana sabía que no le quedaba mucho tiempo. Lo presentía en el aire que quemaba sus pulmones cada mañana, y la idea de dejar a su nieta la apenaba más que cualquier otra cosa. Ictria necesitaba una guía, o se desviaría de una manera que podía resultar mortal. Marzul había vivido ya más de lo que las habitantes de los subsuelos solían durar, y en cierta medida se sentía preparada para cerrar los ojos y dejar de sentirte en tensión. Como si fueran a atraparla en cualquier momento. A ella, y a todas las demás.

Desvió esos pensamientos que tan poco ayudaban a las arrugas de su alma, y volvió a concentrarse en su nieta. En sus adentros más íntimos, la entendía. Marzul apenas recordaba cómo se sentía cuando la luz del sol impactaba en su piel y nublaba su visión, pero al menos era una de las afortunadas que habían conocido ese recuerdo. Su nieta, sin embargo, había pasado cada uno de sus días en los subsuelos y, aunque eso era una buena señal, porque significaba que seguía viva, podía comprender su frustración. Ictria había nacido con unas inusuales ganas de conocer y descubrir. Esas ansias, compaginadas con una vida de confinamiento para sobrevivir, le producían a su nieta una existencia desagradable e incompleta. Pero, de nuevo, apenas había nada que pudieran hacer si querían seguir con vida.

- Tal vez, si mejoras tu instrucción, podrías unirte a las cazadoras de víveres en cuanto estuvieras preparada. Como tu madre... -le propuso su abuela, sabiendo que la chica rechazaría esa opción, porque siempre lo había hecho.
- No quiero ser una cazadora de víveres. ¡Cazadoras de víveres! Sólo el nombre es estúpido.
- ¡Ictria!
- ¿Qué, abuela? Es así. Además...

Su nieta, testaruda y llena de fuego, se frenó poniendo todos sus esfuerzos en controlar su lengua. Su abuela, no obstante, la animó a que continuará hablando.

- Además, ¿qué?
- Son unas cobardes. Como mi madre.

Las dos guardaron silencio después de la última estocada verbal de Ictria. La joven sabía que no debía haberlo dicho delante de Marzul, pero, ¿por qué debía controlarse? Apenas podía dar dos pasos sin que la vigilaran; al menos le quedaba la libertad de sus palabras. Estaba furiosa, y eso es algo que nadie podía arrebatarle.

- Yo no quiero cazar víveres, abuela - añadió a los minutos, dulcificada. 
- Lo sé, Ictria.
- No es eso lo que quiero...
- ¿Y qué quieres? ¿Salir al exterior como si no pasara nada? ¿Quieres que te maten? ¿Que nos maten como asesinaron a nuestras antepasadas y a todas las que no tienen la suerte de seguir aquí, respirando este oxígeno vacío que no deja de ser oxígeno que nos permite seguir viviendo?

Ictria frunció el ceño, dolida por la dureza en la voz de su abuela de sangre. No, no era nada de eso lo que quería. Al menos no directamente.

- No, abuela. Yo quiero cazar hombres. No víveres.

Su abuela se llevó las manos a su frente, resignada y disgustada con la fantasía atroz de la joven. Como siguiera así, la catalogarían como lunática, y se acabaría cualquier atisbo de sueños imposibles.

- Cazar hombres, abuela. ¡Piénsalo! Si son ellos los que nos han hecho esto, los que nos aniquilian... ¡¿Cuándo vamos a empezar a devolvérselo?!

Ictria se levantó, rabiosa. Miró a las alturas, y dio una patada a un trozo de tierra. Allí, escondida en las entrañas de la ciudad, con el sol siendo poco más que una leyenda, siempre era noche cerrada.

viernes, 12 de junio de 2015

Falsos reflejos.

Cuando Lena cortó con las tijeras el trozo de precinto, lo frotó contra la caja para que no se despegara. Había utilizado ese caja en una de sus muchas mudanzas, y se hacía patente cierto maltrato. Cortó varios trozos más y rodeó con ellos el objeto de cartón, asegurándose de que quedaba bien cerrado.

Decidida a meterla debajo de la cama, para que escapara a su vista, esbozó una sonrisa amarga al darse cuenta de que, tal y como había empaquetado todo, la caja no cabía bajo el somier. Tenía que ladearla, pero no quería; temió por todos los objetos que había depositado dentro. Algo desorientada, estudió su pequeña habitación buscando un espacio donde pudiera dejar esa caja confiando en no topársela a diario. No lo encontró.

Algo resignada, se decidió por depositarla detrás de la puerta, con otra caja encima. Ahí quedó, ciertamente desangelada, y Lena no pudo más que suspirar y concentrarse en templar sus nervios.

Pensó en los viernes. Se adivinó una vez más saliendo de trabajar o llegando a la estación de trenes y autobuses mirando hacia todas partes sin poder evitar ese acto cercenador. Podría haberlo llamado reflejo, pero se habría mentido a sí misma: no era un reflejo, era algo que simplemente quería que ocurriera. Buscar con la mirada a una persona que ya no iba a estar. Y encontrarla.

lunes, 8 de junio de 2015

No sense.

¿Qué 
ocurre con el
sentido
de todas esas cosas que
tenían
sentido
porque las compartías con
esa persona,
cuando
esa persona
se
ha
ido?

The Darjeeling Limited.

- What's wrong with you?
- Let me think about that. I'll tell you the next time I see you.

sábado, 6 de junio de 2015

El día que conocí a Carlos Germán Belli y Vargas Llosa y él recitaron estos versos.

Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.

(CGM)

jueves, 4 de junio de 2015

Copiloto.

Me dice Sé fuerte, tienes que intentarlo, y yo me quedo unos segundos en silencio porque estoy tomando consciencia de que me lo está diciendo una mujer de verdad. Una mujer que a sus espaldas carga años de sacrificios y momentos duros que la han hecho ser tal y como es y que me han hecho a mí querer hacerla feliz cada día desde que la conozco. Tengo el privilegio de tenerla como amiga y confidente, y el tono de su voz es el ingrediente que busco siempre, a veces desesperadamente, cuando mi despensa se está quedando dolorosamente vacía.

Su silueta se abrió ante mí cuando avanzaba por la estación de trenes y autobuses con pasos temblorosos y agarrando con fuerza la maleta para que no se abriera un abismo ante mis pies y cayera irremediablemente. Cuando Zaragoza me azotó con toda la furia de los recuerdos, sus brazos me sostuvieron y me llevaron hasta el coche mientras guardaba silencio sobre mis lágrimas, y dejaba que sus ojos también se encharcaran poco a poco.

Es difícil estar aquí, le dije cuando me abroché el cinturón y emprendimos el rumbo. Asintió y me cogió la mano con fuerza, mientras avanzábamos por los lugares que tan bien conozco y que iban adquiriendo nuevos matices conforme aparecían ante mí y los momentos recientes, aunque pasados, me golpeaban con la fuerza de la añoranza y la pesadumbre, que velaban el miedo a que no volvieran a repetirse.

Compartió conmigo los silencios más densos e instrospectivos, y acurrucándome junto a ella en el sofá recuperaba la cordura del hogar, de saberme en un sitio al que pertenezco. Es mi chica, siempre lo ha sido, y en torno a la determinación de no dañarla o decepcionarla se ha construido en parte mi espíritu, mi actitud, mis entrañas. Unos adentros que también son suyos, pues ella me hizo, me modeló y me enseñó a no querer soltarla nunca.

Me llama todas las mañanas, su voz no puede ocultar la preocupación sobre cómo he pasado la noche, volvemos a hablar por la noche, y entonces por el sonido de mis palabras sabe cómo estoy y cómo de difícil ha sido el día. Siempre que me sienta a oscuras, ella estará allí. Como lo estaba cuando mi alma se desplomaba en el asiento del copiloto, y mi ciudad me devolvía su imagen distorsionada por la angustia de las decisiones que deben acatarse.

Nunca está de más recordarlo. Que eres mi amiga, mi confidente, mi chica, mi imagen, mi sangre, mi piel y mis huesos. Y así seguirá siendo, porque te necesitaré siempre conmigo.

Te quiero, mamá.