viernes, 12 de junio de 2015

Falsos reflejos.

Cuando Lena cortó con las tijeras el trozo de precinto, lo frotó contra la caja para que no se despegara. Había utilizado ese caja en una de sus muchas mudanzas, y se hacía patente cierto maltrato. Cortó varios trozos más y rodeó con ellos el objeto de cartón, asegurándose de que quedaba bien cerrado.

Decidida a meterla debajo de la cama, para que escapara a su vista, esbozó una sonrisa amarga al darse cuenta de que, tal y como había empaquetado todo, la caja no cabía bajo el somier. Tenía que ladearla, pero no quería; temió por todos los objetos que había depositado dentro. Algo desorientada, estudió su pequeña habitación buscando un espacio donde pudiera dejar esa caja confiando en no topársela a diario. No lo encontró.

Algo resignada, se decidió por depositarla detrás de la puerta, con otra caja encima. Ahí quedó, ciertamente desangelada, y Lena no pudo más que suspirar y concentrarse en templar sus nervios.

Pensó en los viernes. Se adivinó una vez más saliendo de trabajar o llegando a la estación de trenes y autobuses mirando hacia todas partes sin poder evitar ese acto cercenador. Podría haberlo llamado reflejo, pero se habría mentido a sí misma: no era un reflejo, era algo que simplemente quería que ocurriera. Buscar con la mirada a una persona que ya no iba a estar. Y encontrarla.

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