jueves, 25 de septiembre de 2008

Creo que ya ha vivido lo suficiente para pintarle los labios de carmín. Que se ha asomado al mundo con cautela y ha madurado en parte, de mano en mano, de mente en mente, siempre titilando la ilusión. Podemos adornarla con el rojo de la adolescencia que está a punto de expandirse. Y así corregir sus imperfecciones y resaltar la magia de su boca, para que las palabras que cante tengan un regusto más dulce, la historia que nos tatúe nos encienda el recuerdo en tonos de otoño.

No sé si está de acuerdo, pero ya lo he hecho. Y la veo más hermosa, más mayor. Con su grosor encantador sin más, y ligeramente abultada porque me he dejado el lápiz de labios dentro, para que le dé calor y no deje de escribir sobre ella una sola sílaba.

Me invade una fría sensación de estar metiéndome demasiado en territorio vedado, pero me ha otorgado una paz maravillosa que me va a hacer soñar esta noche de una manera distinta y tenía que escribirlo. Intentar desgranar la esperanza que ha ido creciendo justo en mi estómago, mientras todos ellos me contaban sus historias.

La veo preciosa. Con su recién estrenado rojo pasión, brutalmente provocativa. Está creciendo, aunque pensáramos que ya lo había hecho del todo... Puede disponer aún de cosas por aprender, hacerse más elegante, alcanzar su propósito mientras sonríe con timidez, ya con un tono de labios más discreto. Tal vez resulte extraño, tratándose de la corrección de una novela, del cachito de vida del escritor convertido en papel, de párrafos de sueños y sensaciones dispuestas a ser descubiertas. Esperando, paciente, a que el mundo la haga crecer.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Átame y lléname de vida. Sujétame fuerte mientras el humo del bar me inunda el pelo y me cubre de pruebas que dirán dónde he estado. El ruido, amortiguado, es parte del ambiente animado y nocturno que apenas conozco. Y yo intento vigilar mis uñas y dirigir las yemas de mis dedos. Cógeme de la nuca y condúceme si quieres. Agárrame del pelo sin llegar a arañarme la piel, sólo el alma. (Quiero que me arañes hasta que sangre mi alma...) Demuéstrame que nunca me han besado así. Crécete y hazme reír. Y yo desecho el reloj porque me molesta ahora mismo. Se está tan bien.

Como la noche que tengo casi prohibida y siempre se desarrolla fuera y no dentro. Como saborear su jugo un instante y no ser suficiente pero calmar un poco la sed. Mi cintura ahora es tuya. Sostenme bien. Hazme llegar tarde.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Hoy hay mucha gente. Antes de que lo abrieran ya había personas esperando a coger sitio dentro. Incluso están tres de esas chicas en las que siempre te fijas porque tienen una belleza especial que te hace desear de vez en cuando ser ellas. Ahora ocupan un par de sillas de una de las mesas del bar.

Tu ánimo ha cambiado desde que has estado sentada en el suelo esperando a que la persiana subiera del todo. Muy de repente. Has visto la tranquilidad de los demás y cómo esperaban a la noche y al darte cuenta de que tú no tenías nada que esperar te has sentido extraña. Luego también la música, que hoy es distinta. Por el tipo de gente, el ambiente, te ha dicho un amigo. A coser mi alma rota, a perder el miedo a quedar como un idiota. Murmuras la letra mientras los que te acompañan en la mesa la cantan más alto.

Piensas en que no es justo pero te preguntas que qué no es justo. Al fin y al cabo no es nada nuevo, pero no puedes evitar sentirte cada vez más fuera de lugar. Si tú supieras, si yo te dijera, si yo te contara. No es por ellos, es por ti, y el sopor de aburrimiento y humo de tabaco que se extiende sobre tu cabeza. Ni siquiera te ha apetecido jugar al futbolín. Hoy no. Ahora estás sentada en la mesa escuchando la voz de ella, que te cuenta lo que ya sabes de oídas, y de vez en cuando una broma, un par de risas, acomodarte en la silla de madera. Triste, muy triste, como las noches en las que hace demasiado frío e intentas seguir durmiendo por no levantarte a cerrar la ventana.

Hay algo que no termina de funcionar en esta tarde tan eterna dentro de tu pecho y sólo piensas en que los minutos no deberían pasar tan lentamente. Y envidias, de verdad, con la punzada en la mitad de la garganta, los que van a ocupar ese sitio horas después y disfrutarán porque habrá llegado lo que esperaban. Y cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama. Que le dijo que no volvería, que no la esperara. Quién me iba a decir que al final iba a unir su tripa con la mía...

Por fin salís y en el viaje a la doble puerta saludas a unos amigos que han decidido pasar la tarde allí. Una de ellos es la chica de la belleza tan peculiar. Una de ellas.

Por fin fuera te invade el frío de este final de verano y se te mezclan las ganas de ser abrazada y no parar de hablar y de llorar y de saber qué está ocurriendo dentro de esta cabecita. Unos brazos amigos te dan un poco de paz y tú piensas que no saben lo que están haciendo. Vuelve la punzada en el centro de la garganta y añoras. Sin más.

Y ya te encuentras sentada en la silla que te da tanto dolor de hombros, tecleando, con la noche recién empezada y tú, resignada, que estás a punto de meterte en la cama.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Me da miedo que te pierdas a ti mismo. Que crees un pozo de desesperanza y frustración y te caigas dentro. Pero lo que de verdad me atemoriza es que creas que mis palabras son nacidas de la rutina y hayan perdido el significado que intento darles, que ya no te sirva mi aliento cuando el tuyo escasea y eres más niño que nunca. Me da miedo porque mi mente surca todas las posibilidades y consigue que se me erice el vello al imaginarte vencido. O al pensarte abatido y solo, con miles de preguntas, y verme más muda que nunca mientras comprendo que no puedo darte las respuestas que buscas. Todo ello me produce un encharcamiento del alma y los ojos que se hermana con el vacío de mi estómago y me destroza desde dentro.

Pero escalo el archivo de tu blog, los pedazos de tu alma, y evoco sensaciones y momentos que me hacen imaginarte frente a la pantalla, lleno de ilusión, coordinando tus grandes manos para dedicarte a lo que te gusta y seguir sabiendo que lo amas. Y sonrío a medias comprendiendo que mi miedo puede que no llegue a ser más que eso, que no soy capaz de pensar en ti como otra cosa que no sea escritor. Porque sé que escribes siempre, constantemente, reforzando tu alma y moldeando el silencio para hacerlo tuyo. Dotando de magia frases y líneas que ahondan en los corazones de todos los que hemos pasado por allí alguna vez. Por tu museo de instantes y deseos. Tu santuario.

Porque las palabras no son de nadie al cien por cien. Y si encima les das alas pueden volar y marcharse lejos, dejándote acongojado, para luego volver confusas y besarte en la frente mientras vuelves a lo que te gusta. Porque tu mente no funciona sin ellas, igual que ellas no funcionan sin tu mente.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El sol que nos brinda su luz sin apenas darse cuenta. ¿Y si lo supiera? La calidez del momento. El calor acumulado. Los deseos que se escriben en la piel procurando no dejar un reguero sangrante de palabras. Qué más da, si son deseos, y son ahora, justo... justo ahora. El aumento considerable de temperatura. El tacto que enloquece los sentidos a la mínima, la traición más absurda de la razón. Ahora, justo ahora. Te quiero ahora. Se apaga el sonido. Únicamente la respiración entrecortada, los suspiros que se alargan y se erizan, al mismo tiempo. La lentitud que enciende el alma, poco a poco, muy lentamente. Dejo de ser yo. Soy parte de ti. Las palabras sinuosas que se cuelan en el ambiente. Así, así, justo ahora. Todo, o casi todo, huye veloz de mi mente mientras aumenta todo. Tu sonrisa a dos centímetros de mis labios. ¿La atrapo? Los latidos. El ansia. Las manos, que quieren abarcarlo todo. El silencio. Todo grita por dentro. Creo que esto es perfecto... Me siento perfecta, completa. Justo ahora.

Cuando no hay horas ni relojes, ¿qué más dan los quejidos del tiempo? Cuando estoy en mi refugio, cuando vuelo, qué más da lo que me espere afuera. La lluvia, el hambre, los domingos. Si estoy contigo.