sábado, 18 de agosto de 2007

Llegados a este punto, me gustaría mirar en derredor y sentirme orgulloso de lo que he llegado a ser. Dejar que el mar ruja a mis espaldas y marcharme canturreando alguna canción de esas que llenan el alma y disipan las dudas brumosas que flotan en mi cabeza.

A veces la idea de que todo hubiera sido mucho mejor si hubiera optado por tomar otro camino taladra mi mente y me impide suspirar, envuelto en el desánimo. Pero pienso que mis actos están grabados con cincel no sólo en mi piel, sino en la de todas aquellas personas que me han empujado o me han dado la mano hasta donde he llegado. Hasta aquí y ahora.
Mierda, está sonando a despedida y no quiero que lo sea.

Pero, reitero, llegados a este punto seguiré.

Ahora me doy cuenta de cada uno de los errores que me han llevado hasta aquí. Sí. Los noto como si me embalsamaran con ellos, cabalgan sobre mi espítiritu y hoy, más que nunca, soy yo. Hoy puedo permitirme el lujo de decir que nadie me controla, que no tengo hilos atados a mis extremidades que me impidan gritar que soy libre.

¿Sabéis? No pensé que esto fuera a resultarme tan difícil. Estoy turbado. El terror me oprime todo el cuerpo, puedo sentirlo. Pero, al mismo tiempo, ya huelo la satisfacción que me espera cuando todo haya pasado. El miedo me frena, pero la meta es mucho más atrayente.

No sé por qué le doy tantas vueltas. Es sencillo, ¿verdad? Mi mirada surca el horizonte y me lleno de paz. Observo el acantilado que se abre ante mis pies, retándome a cometer la locura que se esconde en el recodo de mi corazón que no enseño desde hace tanto tiempo. Casi siento la espuma de las olas recorriendo mi espalda. Es tan gratificante saber que estoy solo, que nadie va a decirme qué debo hacer.

He sido feliz, muy feliz incluso. Pero ahora me siento realmente pletórico. Es tan confuso sentirse así en un momento como éste.
Podría acabarse el mundo; yo sería feliz.

Joder, esto sí que está pareciendo una despedida. Y, ¿qué más da, al fin y al cabo? De un modo u otro, en verdad lo es.


Las olas me llaman y noto su frescor trepando por mi nuca. La soledad es tan deliciosa en estos momentos que me asusta. Me siento dueño de todo lo que me rodea, aun sabiendo que realmente es al revés.
Creo que terminó ya.
No voy a alargar más el momento.
Cierro los ojos.
Ahora me siento capaz de volar.

Y lo hago. De un modo u otro, lo hago.

martes, 14 de agosto de 2007

Pienso si no sería mejor cerrar los ojos y lanzar una moneda al fondo de miradas vidriosas y empañadas, escondidas en un lamento que grita en la mente de cada uno.
Dejárselo todo al azar, aunque no crea en él. Aunque me evite cuando necesito que la suerte me sonría, enseñando sus relucientes dientes.

Alguien me dijo que esperara a que el Destino me siriviera en bandeja de plata los pequeños placeres de los que la gente habla.
Pero yo los quiero ahora. Y Destino me odia por tener fe hipócrita en él, por creer que tan solo es una excusa para inculparlo a él en lugar de a nosotros mismos.

De vez en cuando, despierto de un sueño velador de almas que me arropa en silencio cuando la Luna desaparece por los pliegues de mi pecho. Turbada, miro en todas direcciones como ansiando encontrar la mano que estaba sintiendo mientras mi corazón palpitaba por sentirse cerca de otro.
Pero el sol me abofetea y descubro que las ilusiones rotas no vienen solas. Vienen con el día.



El reloj me escupe. Y debo partir.

sábado, 11 de agosto de 2007

A mi derecha un par de niños que pelean por una piruleta me hacen sonreír sin poder evitarlo. La piruleta cae al suelo y se rompe en pedazos. La niña empieza a llorar, mientras que el chico se ríe aunque en sus adentros acabe de mellarse la felicidad que le hubiera producido degustar ese premio. Ganarle esa batalla a su hermana.
Y yo sonrío porque veo en ellos simbolizada la dulce infancia que dejé atrás sin importarme que la iba a echar mucho de menos.
Ahora los dos bromean entre sí. Y no ha pasado nada.
Si todo fuera tan fácil...

En mi nuca siento los reproches que una mujer dedica a su nuera. La otra está totalmente de acuerdo y casi puedo vislumbrar los asentimientos que estoy dibujando en mi mente por parte de la otra mujer. Parece que ambas se comprenden bien. La conversación deriva en problemas de salud varios. Su tono de voz es escandaloso. Una de ellas tose en mi cabeza, pero parece no importarle. Yo me remuevo pero no hago nada más.
Sonrío, no obstante. Porque sé que yo también pondré verde a mi posible y futura nuera. Y porque sé que lo que le pase a mi salud será lo más importante no sólo para mí, sino para el mundo entero.

En mis narices una pareja se besa apasionadamente mientras un hombre los mira con desagrado. Parece ser que no recuerda su último beso desairado, la última vez se olvidó de que sobre la faz de la tierra no sólo estaba él y la persona que aferraba por la cintura. La pareja se da cuenta y ríe mientras entorna los ojos. Se toman de la mano y miran el inquietante paisaje que sus ojos les brinda.

Miro en general y me doy cuenta de que la riqueza existe. Y la tengo aquí, ante mis ojos que disfrutan sin más. Alguien de piel morena se sienta a mi lado y me dedica una sonrisa de dientes blancos y labios gruesos cuando me sobresalto por lo inesperado de su presencia. Le devuelvo la sonrisa. Es fantástico la de veces que he sonreído ya.

Y se une más gente. A nuestro paso, la aglomeración es inminente y todas y cada una de estas personas tiene su propia historia, que fascinaría simplemente por la grandeza de ser contada. Pero todas tienen un rumbo concreto y ello es lo que nos ha juntado este día y a esta hora. No a otra, sino a esta. Tarde o temprano, llegaremos a nuestro destino.

Mi mirada se pasea regocijándose de que ahora sea libre detrás de mis gafas oscuras. Es grandioso saber que los demás te observan, sacando tus defectos e imaginando tal vez qué pasaría si se acercan a mí y me pregunta qué hora es.

"La hora de que tú y yo coincidamos"

Cierro los ojos y suspiro mientras dejo todo atrás. Es casi mágico. Poder subir un peldaño y encaminarte a otro lugar, segura de mí misma. Sabiendo que el mundo me está esperando y que por algo se empieza. Varios ojos curiosos me ven escribir y luchan por deslizar sus miradas en mi cuaderno, sin que se les note que se mueren por saber en qué me ocupo, qué me inspira aquel sitio que a otros horroriza.
A mí me llena. Porque soy libre. Porque el movimiento continuo me llena de paz y le perdona todos los pecados a la desazón de mi alma.


Casi en éxtasis, me doy cuenta de que la diversión se acabó. Debo irme. Me quedaría aquí una eternidad pero no me es posible. Con mi mente refunfuñando a gritos inaudibles para los demás, me levanto y me seco el sudor de la frente.
Ahora no me queda otra salida que volver a sonreír intentando creer que lo hago de verdad. Porque en cuanto deje este atrayente lugar, mi vida volverá a ser mía. Volverán los desiertos helados a asolar mi semblante, y la Soledad volverá a cogerme de la mano.
No, no quiero.
Pero, de todas formas, me queda la esperanza de que puedo volver a hacerlo en cuanto guste. Cierro mi cuaderno y sorteo gente que me mira por encima de sus brazos elevados.

Se detiene y aguardo a que se abran las puertas que me devolverán a la realidad que me envuelve todos los días.

Ahora sí, bajo y, a pesar de que el sol muerda, guardo mis gafas. Ya no quiero mirar a nadie con la diversión de si se fijará en que le estoy mirando. Mis pasos resuenan entre el rugir de los vehículos y veo alejarse el que me acaba de soltar.

Algunos dirán que prefieren evitarlo, pero a mí me brinda la oportunidad de tornarme ignorante de mí. Y, creedme, la magia del momento me envuelve en su delicioso manto, desde que el autobús arranca, hasta que me deja en mi destino.

jueves, 9 de agosto de 2007

' Why does my heart cry?
Feelings I can't fight
You're free to leave me but
Just don't deceive me...
And, please, believe me when I say
I love you '

[El Tango de Roxanne - BSO Moulin Rouge]
Porque la canción y la voz de Ewan McGregor me hacen estremecer.

jueves, 2 de agosto de 2007

"Sólo hice lo que recuerdo. Sólo hice lo que recuerdo. Sólo hice lo que recuerdo"



El frío ya se hacía demasiado insoportable para seguir caminando por la calle. Pero él no quería dejar de hacerlo, se arropaba de una extraña seguridad cuando andaba sin rumbo fijo, sintiéndose poderoso por tener agallas de recorrer la ciudad a esas horas de la noche, ajeno a los peligros que se escondían tras callejones lúgubres y siniestros.
Así que siguió caminando.

Si alguien se hubiera cruzado con él esa noche, hubiera percibido una dureza que atemorizaba marcada en sus austeros ojos grises, que hacía juego con la palidez que embargaba su rostro. Las paredes de los edificios que iba dejando atrás parecían estar pintadas de desgracia, desprendiendo un halo de desesperación que hubiera encogido el corazón más valiente. A pesar de ello, él seguía caminando. Y sonriendo. Siempre, sonriendo.

Continuó con su ritual hasta que algo, de forma inesperada, se cruzó en su camino. Se sobresaltó en un principio, pero recuperó la compostura antes de que ese algo pudiera percibir lo acelerada que se había tornado su respiración.

Entornó los ojos.
Reconoció la silueta que temblaba ante sí y soltó una carcajada que hizo crujir el viento.

-Pero, ¿aún estás suelto por ahí? Me sorprende que se atrevan a dejar a alguien como tú campar a sus anchas. Ahora, apártate, ¿quieres? No me apetece jugar.

Hizo ademán de dar un paso adelante, pero la silueta se le adelantó y la luz de una farola cercana que bizqueba bañó su rostro impertérrito, a pesar de que sus ojos reflejaran un temor inhumano.

-No-dijo el otro, intentando reprimir el tartamudeo que atenazaba su gargante- No. Vengo a hablar contigo.
-¿Ah, sí?-Volvió a entornar los ojos.
-Sabes que sí.-Retrocedió de nuevo, brindando a su rostro una oscuridad total- ¡No te entiendo! Dios, ¿cómo puedes caminar alegremente? ¿No te das cuenta? ¡Eh! ¡Estás enfermo, diablos!

El otro recibió la acusación con un estremecimiento. Notó al sangre agolparse en sus sienes y la rabia enrojeciendo sus pómulos. Con un rugido casi gutural, se lanzó contra el que acaba de hablar y provocó que ambos cayeran en medio de la calle, haciendo sonar un charco que había recibido la caída.

-¡Cállate! Escúchame una sola vez. No estoy enfermo. Y no tienes derecho a venir a decirme nada. ¿Vale? ¡Nada! Es... -carraspeó para disimular su titubeo. Odiaba ir perdiendo seguridad.-¡Oh, es culpa vuestra! Me molestáis. ¡Mucho! Y el que más, tú. Así que déjame en paz. No quiero hacer nada de lo que luego me pueda arrepentir.

Contempló al otro temblando sobre el suelo. Vio sus ojos empañados y se sintió más feliz que nunca. Era poderoso. Y nadie podría cambiar eso nunca.

Se puso de rodillas mientras el otro permanecía aun en el suelo. Lo miró de nuevo y le propinó un puñetazo no demasiado fuerte.
Éste recibió el golpe y se levantó. Vio alejarse a aquella bestia... Y siguió sin creer que, en otro tiempo, meses atrás...
Aún no podía creerlo.

-¿De qué te vas a arrepentir tú? ¿Eh?-le gritó mientras empezaba a alejarse-¡Por favor! Jamás podrás arrepentirte de nada. ¿Te arrepientes acaso de haber matado a papá y mamá? ¡No me hagas reír!-vociferó.-Eres un monstruo. Los monstruos no sienten remordimientos-dijo esto último pausadamente, con voz suave, como sabiendo que acababa de condenarse.

-¡¡Oh, cállate de una puta vez!!

Y, sin pensarlo, sacó una gran daga de su abrigo y arremetió contra el otro con toda la ferocidad de la que era capaz. El otro intentó huir en vano.
Lo inmovilizó y elevó el brazo. El filo del arma brilló casi mágicamente.

-Hermano, hermano... No lo hagas. Por fav...

Pero ya no pudo continúar.
La bestia había sido liberada y descargaba el cuchillo contra su hermano una y otra vez, una y otra vez.
La sangre empezó a correr por la calle desierta, acusándolo de su crimen tras manchar sus ropas, mientras sus carcajadas eran el eco de los agonizantes gritos que su hermano lanzó antes de expirar.
Esos gritos quedarían grabados en su memoria, en un recoveco que evitaría sin problemas durante el resto de su vida.

Cuando se calmó, se levantó lentamente del suelo y se dirigió a su apartamento.

Echó una mirada atrás y, allí, contempló cómo la rabia lo había poseído extasiándolo.


Sonrió de nuevo y se perdió entre las brumas de la madrugada.







Ahogando un grito, despertó envuelto en sudor y malas sensaciones. Recordó su sueño y fue consciente de que no era la primera vez que mataba a alguien cercano en sueños. Se extrañó esta vez, no obstante, de que en este sueño se le reprochaba lo que había hecho en otro. Suspiró, aliviado, por haber despertado. Ahora las imágenes del sueño iban perdiéndose, como le ocurría siempre, pero aún podía sentirse empuñando esa daga, riendo, disfrutando de matar a su hermano.

Miró el reloj y se tranquilizó: aun podía dormir un par de horas más. Se arrebujó debajo de las mantas-hacía un frío que mordía-y se dio la vuelta hasta encontrar la postura más cómoda.

Sin embargo, no se dio cuenta de que ni siquiera se había quitado el abrigo cuando se acostó. Los primeros rayos de sol alcanzaron su cama e iluminaron, ajenos al que dormitaba sobre ellas, unas sábanas impregnadas de sangre y confusión.