domingo, 21 de febrero de 2021

Timing.

Los tiempos que nos acompañan y que no caminan al mismo ritmo pueden llegar a ser una putada, pero me quedo con este calor de sentirme tan afortunada, renovada y reconstruida después de salir de un letargo del que me arrojaron con resistencia por mi parte pero que me ha reabierto un mundo que echaba de menos pese a no ser consciente: el mío propio, el de mis ritmos y mis afinaduras, mis pasos y mis suturas, firmes y desordenadas, pero mías.

viernes, 12 de febrero de 2021

Túnel.

No sé por qué a veces nos empeñamos en conservar algo que no nos da ninguna luz. No entiendo por qué ese afán en seguir agarrando el cuchillo por el filo, apretando bien la mano para que el dolor se equilibre y así parezca mimetizarse con cada latido. Tampoco alcanzo a comprender el pulso detrás de cada vez que esperamos a que aparezca otra persona para dejar marchar a la que lleva cogiendo polvo en un rincón de nuestra memoria -que no pecho- más tiempo del que podíamos imaginarnos. Al final, cabe optar por un golpe sanador y preguntarse: ¿merece la pena seguir cargando este peso?

Es indudable; algo anida adentro, silencioso pero firme: si existe la necesidad de formular esa pregunta, ¿no está acaso clara la respuesta?


Dejé de escribir de ti

y me llovieron las luciérnagas.

sábado, 30 de enero de 2021

Los besos.

Se habla mucho de abrazos y poco de besos. Pero llevo tiempo preguntándome qué está pasando con esos besos que no estamos dando porque nos han roto todos los contextos que nos hacían sentir valor y empuje para hacerlo. ¿Qué está pasando con todas las noches a oscuras en bares abarrotados en las que íbamos a besar a personas con las que es probable que no nos crucemos hasta dentro de mucho? ¿Dónde están los amigos de amigos que se iban agarrar a nuestro estómago en caída libre después de conocerlos en ese ese evento cultural que nunca llegará?

No puedo huir de un pensamiento que ha desencadenado todo lo demás como una volada de viento que tira todos los naipes colocados con empeño y seguridad. A título personal, el 2020 se llevó a una de esas personas que pensé que tarde o temprano iba a besar. Que un día volveríamos a coincidir en la ciudad y entre algún baile torpe y una conversación con muchas risas le haríamos justicia al impulso que juntaba nuestros raciocinios en el segundo exacto en que nos decíamos: Algún día pasará. Pero ya no. No será probable porque el universo articula mecanismos que no comprendo porque soy incapaz de asimilar lo que no considero justo.

Sin embargo eso me hace dar vueltas en torno a los besos que no dimos, que no estamos dando, porque ya no hay noches precoces ni ruido de música que no nos interesa ni miradas que analizan rostros al completo que sonríen con comodidad ni grupos que se juntan para que las ganas sigan fluyendo. ¿Estarán en algún lugar?

No seré yo la que os anime a buscar las bocas que os mueven los cimientos y que ahora observáis de manera tímida a través de la pantalla cambiando las miradas furtivas por likes. No voy a ser abanderada de buscar a todas las personas que tenemos en esa lista que todos tenemos (no me engañéis) porque no podría predicar con el ejemplo. Ni yo misma, a pesar de esas cuestiones que se agolpan justo detrás de los labios, como calambres que asolan después de demasiado tiempo sin circulación. No sé dónde están esos besos, ni siquiera si están en alguna parte. Me asusta pensar que todo ha cambiado y que, sea como sea, no nos van a esperar.