domingo, 30 de noviembre de 2014

Atocha, II.

Hemos estado horas caminando por la noche temprana del noviembre madrileño y después más de lo mismo delante de unas cañas. Pero sin embargo es de nuevo en la estación donde acabamos reencontrándonos de nuevo, ya a solas, con la presencia constante y discreta de una gotera. El bullicio impide que escuche cómo impacta contra el agua que hay en el cubo que va recogiendo todas esas gotas, pero sí alcanzo a oír los efectos de su pie jugueteando con él y amenazando peligrosamente con volcarlo. Yo ya lo habría volcado; soy torpe, es un hecho.

La gente va y viene y yo lanzo vistazos rápidos al panel que describe los minutos que le quedan a mi tren. Se oyen a lo lejos los pitidos de las puertas de los cercanías que se cierran; testigos, aunque nosotros no lo notemos, de que el tiempo pasa.

Parece que tenga algo esta estación. O puede que simplemente sea que representa nuestro punto de separación, y solemos ser habituales de dejar las cosas para el final. Acaba siendo en Atocha donde nos ponemos más trascendentales, donde hablamos de los nudos que deberíamos deshacer, donde lo veo angustiarse y su aflicción me llega desde sus ojos claros, donde lo encuentro distraído vistiendo traje y corbata, donde siempre llegamos tarde y donde también podemos reírnos a pesar de todo mientras yo espero el tren que va hacia Parla.

Donde no somos más que dos chavales ahí plantados, mientras la mayoría camina con prisa.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

martes, 11 de noviembre de 2014

Todavía siento el dolor latiendo tímidamente entre mis costillas. Se adhiere a mi espalda por su parte interna y cubre toda mi extensión hasta el pecho. Es como una nostalgia pasajera. Una melancolía extraña que se relaja y contrae si activo o no esas notas musicales.

Duele, pero no deja de fascinarme.

Que el efecto de una mera película todavía me dure hoy, dos días después de haberla visto, no deja de ser fascinante. Cada vez que pienso que el cine, y la cultura en general, no es una disciplina como la Medicina o el Derecho, la Economía o la Física, cuya utilidad están mucho más respetadas socialmente, acaba despertándome un latigazo de conmoción cuando veo una película y entonces acabo cuestionándome el concepto de utilidad. Qué nos es útil y qué no. Hasta qué punto nos importa lo que ocurra con nuestro espíritu (y entiéndase espíritu como el cúmulo de todos esos aspectos intangibles pero presentes en nuestros días, lo más puramente subjetivo).

Hacía muchos días que no me paraba a pensar tantísimo. Que no le daba vueltas a algo que acaba interesándome y atrapándome por el simple hecho de permanecer en mi mente más de un día, por conformar un reto que intento desentrañar vertiendo esfuerzo. Y todo ello por un estímulo externo; por un guión hecho imágenes que alguien pensó y consiguió filmar, activando ese mecanismo místico que no deja de ser todas las fases que conforman la realización de una película o cualquier objeto artístico destinado a alimentar espíritus.

Ya lejos del componente más general, centrándome en lo que siento ahora mismo a nivel personal, no dejo de preguntarme por qué me ha afectado tanto. Por qué otras películas no tanto, y estas sí. La primera no deja de ser un enigma que a todos los insatisfechos nos gusta intentar resolver; la segunda no va más allá de un drama real y contundente sobre que el amor no siempre vence porque lamentablemente no somos capaces de controlar todos los elementos circunstanciales que influyen positiva y negativamente.

Me detengo más en el desgarro que me produce esta segunda, y reflexiono. Estoy llegando a la conclusión de que la he sentido más porque entendí a sus protagonistas más allá de sus gestos, porque me adentré en su intrahistoria y comprendí perfectamente el amor que sentían el uno por el otro en apenas un plano de sus miradas que no dura ni dos segundos. Tal vez antes no me ocurría porque todavía tenía mucho que descubrir en mi vida real, en esos días que controlo sólo yo.

Creo que por eso el dolor del deterioro y la pérdida de algo tan valioso me arrasó tanto. Porque me dejé llevar por cada segundo en el que se combinaba imagen y sonido y me metí de lleno en ese amor natural y despreocupado del que surgieron cosas hermosas y que un golpe brutal lo dejó temblando e incapaz de recuperarse. Incapaz de recuperarse. Los dos protagonistas sufrían paulatinamente debatiéndose entre aceptar y no aceptarlo: que se amaban, pero su tiempo había terminado. "Que la vida no hace regalos como ese", dirá, resignada y aceptando la derrota, su protagonista femenina.

Todavía siento su dolor, el de él y el de ella, aquí conmigo. Supongo que parte de la culpa la tiene esa comprensión de la que escribo, esa aprehensión superior de todo lo que ocurría. Ese nivel de percepción que antes, creo, no habría podido alcanzar nunca sin todo lo vivido estos últimos seis meses. Y que sin embargo ahora aquí me tiene, con las costillas espiritualmente doloridas, fascinándome por esa fuerza tan íntima y azarosa.

Esa fuerza, que sigue aquí, todavía hoy, y que al final me remite de una manera agridulce a lo mismo: por qué me gusta tanto sentir, y por qué me gusta tantísimo esto.


jueves, 6 de noviembre de 2014

Donde ahora te veo tumbado.


Eres luz, que va llenando 
cada espacio hueco que se va encontrando. 
Eres luz, que va despertándome 
con fonemas sordos de un lenguaje extraño.


Misterio, camina despacio. 
Te regalo el sonido del mar. 
Libre, desnuda de mí hasta los huesos 
de la única forma en la que seguirás.


Luciendo, en la oscura caverna del pecho,
donde guardo mis tratados de paz.
Caótica, destruyes montañas de fuego.
Explosiones que barren la sal.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

"Familia Unida"

Con letras en azul y rojo, sus letreros pueden verse en todo Madrid. También en el centro de Getafe. Fue el típico establecimiento que en su apertura pasó desapercibido, hasta que colocaron un plasma en el escaparate e iban pasando anuncios que invitaban a la gente a frenar su paso ajetreado y observarlos para ver qué era eso. Entonces sus miradas subían hacia el letrero y leían:

"Familia Unida"

Conforme pasaron las semanas y los meses el interior de aquel local se fue llenando de crucifijos y promesas de salvación mientras por el plasma desfilaban pequeñas piezas acerca de un padre que tiene que sacrificar a su hijo para salvar a doscientas personas, asemejándolo al mesías, e incluso letreros que ofrecían exorcismos. Todo basado en la fe, y en la creencia en la importancia de la familia. A pesar de que a veces un hombre deba sacrificar a sus propios hijos.

Hoy mientras pasaba por delante, como siempre que tengo que ir a la universidad, ha sonado en mis oídos You are not alone in this, y seguía Timshel, y su letra me hablaba de una madre y sus hijos, de hermanos, de la muerte y de una realidad amarga que justo en ese momento se me ha antojado inamovible. Ya más tarde, sentada en mi escritorio, he sentido de nuevo esa garra helada que antaño me desorientaba y que ahora apenas vuelve a mí. Pero hoy ha vuelto.

No siempre acude cuando flaqueo pero en otras ocasiones sí, y me va agitando, hasta que explota en mis ojos y se desborda. Después de eso, calma y silencio.

Ha vuelto esa soledad triste que inconscientemente asocio a la familia, y con ese pulso inquieto y denso en el pecho, tecleando amarga y con las manos trémulas, me he preguntado si los que iniciaron ese negocio sacacuartos de Familia Unidad sabrán de verdad lo que es la familia. Si aquellos que sacan beneficios manipulando la fe de la gente mientras se les llena la boca de promesas y deberes que hay que cumplir han sentido alguna vez ese vínculo invisible que perdura aún cuando se sienten las manos más frías y el corazón más cansando. Aún cuando no queremos. Aún cuando tenemos ganas de poco, excepto de dormir y no despertar hasta el día siguiente.
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