viernes, 29 de febrero de 2008

Cuando nos dijeron que lo primero que pasaría cuando llegáramos al aeropuerto de Bérgamo sería el hecho de que los perros italianos nos olfatearían de arriba a abajo en busca de sustancias estupefacientes, las reacciones fueron muy dispares. Los hubo que se rieron y los hubo que dijeron en voz baja que a ellos les daba verdadero pavor los perros.

Yo, sin poder evitarlo, me vi preguntándome cómo le sentaría a los perros su olor. Ese olor que ya forma parte del mío, que es el mismo, que no es igual. Pues yo el mío lo conozco de sobra. El suyo me sabe más dulce.



Quería dejar constancia del día de hoy. De la marca del bisiesto. Me hacía especial ilusión. Cosas que pasan...

miércoles, 27 de febrero de 2008

Todo está en penumbra. En el suelo, frío y sin atisbo alguno de polvo, la figura se encoge sobre sí misma, sometida a un casi imperceptible balanceo. En la oscuridad de la sala, su piel reluce ligeramente. Está desnuda.

Se han ido todos. Ya no queda nadie. No obstante, ella sigue allí como si los minutos hubieran pasado en balde. Se siente encadenada a ese lugar a pesar de que hoy más que nunca su alma le dice que no es su sitio. Pero ella quiere creer que no es así. Que, en esa sala, siempre habrá un trozo de suelo donde dejarse caer, o vibrar, o gritar, o hablar a los demás con el silencio. Sin embargo, el frío que siente su piel desnuda le dice lo contrario.

Intenta levantarse y no puede. El helador suelo de madera empieza a quemarle. Pero no puede levantarse, está anclada a ese sitio. Escucha risas que no son más que productos de su imaginación, oye voces lejanas que parecen llamarla pero en realidad no hay nada. Ya no queda nadie. Sólo ella. Y ni siquiera puede moverse y salir huyendo. Lo intenta, de nuevo lo intenta y siente sangrar sus adentros ante la impotencia de esa ridícula inmovilidad.

Comienza a respirar con fuerza y rápidamente. Tiene que salir. Tiene que, primeramente, levantarse y poder salir. Observa la negrura que la envuelve y se da cuenta de que no le hacen falta las luces encendidas. No ahora. Se conoce ese lugar como sus recuerdos. Comienza a impacientarse y la angustia va ganándole terreno a la calma. ¡Tiene que levantarse! No puede quedarse ahí todo el día... no puede. Los demás ya se han ido. ¡Ya no queda nadie!

¿No se escuchan sus gritos? El frío crece y ella sigue allí. Por un delicioso momento, se cree capaz y comienza a moverse. Ya puede hacerlo, parece que esa inmovilidad va remitiendo... Pero ya es demasiado tarde.

La oscuridad desaparece. La luz impacta contra ella canalizada por los potentes focos, compañeros imprescindibles en ese día y en cualquier otro que se desarrolle encima de ese suelo de madera. El patio de butacas apenas se ve. Escucha el sonido característico del telón moviéndose. La obra está a punto de comenzar. Y la actriz, consciente de su desnudez, siente que se ahoga mientras se da cuenta de que no ha sido capaz de encontrar su disfraz.

martes, 26 de febrero de 2008

Como si el tiempo se hubiera parado para morderme la oreja y hacerme saber que siempre está allí. Mientras escuchaba a mi compañero hablar, me he fijado en cómo se iban humedeciendo sus ojos conforme dejaba escapar las palabras una tras otra. En cómo su garganta subía y bajaba tiñendo su voz de gris. Él se ha zambullido en sus recuerdos compartiéndolos conmigo, yo estaba dispuesta a lanzarle el salvavidas cuando fuera necesario. Pero no ha hecho falta. Ha preferido sonreír y llenar el silencio pincelado con murmullos de esa clase huérfana de profesor con un paseo por su memoria y por los momentos que, aunque perdidos, permanecen impasibles ante la erosión del mismo tiempo.

Más tarde, después de largas horas de sesenta minutos, le he hecho un comentario a otra compañera con la que llevo cortos años de trescientos sesenta y cinco días y el tiempo ha vuelto a soplarme en la nuca. Ha sido extraño. Me he dado cuenta de que ya no teníamos doce años. La he mirado como si hiciera meses que no me fijara en la forma de sus mejillas o en la sombra que le hace el flequillo sobre los ojos. He sentido que crecíamos y, por increíble que parezca, ha sido una sensación totalmente inesperada. Ella ha vuelto a concentrarse en el ejercicio que nos planteaba el profesor, sin sospechar que había activado cierta idea que sigue turbando mi cabeza...

He sentido al tiempo. No he lamentado su paso ni temido su llegada, simplemente he sido consciente de que es algo que nos va modelando con paciencia hasta que casi no nos damos cuenta. Los segundos, los minutos o las horas no son más que nombres con los que creemos que lo atamos, pero no nos damos cuenta de que es un nudo que nos condena a ambos. He sentido al tiempo latiendo a mi lado, para luego volver a aceptar que, en realidad, anida en mi interior, en el interior de todos. Que comparto mis latidos con los suyos, sin poder añadir el viceversa.

domingo, 24 de febrero de 2008

Apenas hay fotos tuyas en mi álbum. Tal vez por eso de ser la pequeña, de haber llegado en último lugar. Aunque hoy por hoy eso sería incierto. Estoy segura de que tanto a ti como al que ahora luce el título del pequeño os habría encantado conoceros. Pero, claro, quién me asegura a mí que no lo habéis hecho ya...

Hoy he mirado los álbumes viejos y, como decía, me he dado cuenta de que son escasas las fotos que papá decidió poner en el mío con tu rostro. Sin embargo, las hay. Me he quedado mirando cada una de ellas intentando construirte a partir del silencio de la casa vacía. He esperado a que se fueran todos, no quería entristecer a mamá. A pesar de que sé que, después de tantos años, la tristeza sería nostálgica y no amarga. No como la de los días que siguieron a ese que también hoy lleva tu nombre.

Me duele darme cuenta de que apenas te recuerdo. Pero, si cierro los ojos, escucho tu voz. La voz de aquella lejana noche en la que mi hermano y yo aguardábamos nerviosos a que dieran las siete de la mañana. Aquella noche en la vieja casa de las Delicias. No he vuelto a ese lugar. A la misma calle, sí. Una sola vez. Y no me di cuenta de que era esa calle. Aun así, sé que aún hoy estaría tentada de sentarme en el curioso escalón de la ducha. O ponerme de puntillas para alcanzar el bote de colonia con forma de pastor alemán.

Lo poco que te recuerdo es en tonos sepias. Y tus gafas grandes, de pasta gruesa. Seguro que si alguien las viera ahora las tacharía de anticuadas... A mí me recordarían a ti y, seguramente, suspiraría. Después me acordaría de las gafas oscuras de papá a pesar de que era Febrero y estaba nublado. O de la voz quebrada de mamá cuando dijo la palabra cielo. Volveré al día de Carnaval, al último día que te vi. ¿Sabes una cosa? No lo recuerdo. Pero sí que recuerdo tu nariz ligeramente curvada y cómo sabían tus brazos.

Además, no tengo que lamentar tanto que apenas te recuerde. Pues no es así. Te puedo encontrar cuando me plazca en el humor de mi hermano, que no es más que el mismo de mi tía, aquel que ambos heredaron de ti. Te encontraré en cada momento que pase fugaz por mi mente, con la velocidad justa para poder atraparlo y dormir con él bajo el brazo. O, incluso, en mis sueños. Jamás he soñado contigo y puede que hoy sea la primera noche.

Es delicioso sentir este nudo en la garganta mientras escribo. Me dice que te sigo sintiendo. Que, aunque aparentemente ya no sea la niña de hace nueve años, sigo siendo la niña que ríe cuando su abuelo ladra en mitad de la madrugada de Nochevieja a escondidas. Quizás mañana vuelva a mirar tus fotos y a fijarme en tus gafas gruesas o en tu pelo oscuro. Y sé que mi vista se parará en esa que nos recoge a los dos. Te notaré a mi lado más intensamente. Y, en el silencio de nuevo, palparé tu voz y me volverá a doler que apenas te recuerde. Pero, ¿sabes?, sonreiré porque rememoraré tu imagen haciendo lo propio. Porque mientras piense en ti sabré que, de algún modo, sigues vivo y sonríes al vernos a todos gritar en silencio tu nombre en este frío día de Febrero.

sábado, 23 de febrero de 2008

- ¿Has visto la luna? - dice.

Le pregunta. Y no se da cuenta de que lleva viendo la luna todo el día, incluso cuando el sol andaba mordiéndole la nuca a ambos. Con su aliento de fuego. Le mira sin responder a su pregunta. Y confía en que él sepa desgranar sus silencios y coserlos, confeccionando así las palabras que se niegan a pasar por la travesía de sus cuerdas vocales. No necesita repetir el interrogante puesto que va descifrando la contestación con la ayuda de sus ojos. Los suyos ya no están clavados en el cielo pero siguen observando al astro.

-¿No es preciosa? - parpadea. En silencio.

En lo alto, la luna, sonríe con sus mil caras sin serlo, removiéndose en su puesto de centinela para ensancharse un poquito. Sólo lo justo. A ella también le gusta sentirse y que la sientan hermosa.

miércoles, 20 de febrero de 2008

No es la primera vez que me choco con una escena de estas características pero me sigue impresionando como la primera vez. Los gritos que nuestras mentes ahogaban durante la batalla no son nada comparados con este silencio. ¿No te pasa a ti? La ausencia total de voces va a acabar volviéndome loca. No me atrevo a repasar los rostros de los que aquí se encuentran, de miradas vidriosas y corazones invadidos por la frustración. Hay algunos que tienen motivos para alegrarse, para sonreír con complicidad. Sin embargo, aquí y ahora, hasta sentirse orgulloso duele. Cada respiración parece clavársete en este ambiente oxidado.

Los lamentos se mantienen suspendidos en el aire, esperando a que alguien alargue la mano y los atrape. Fíjate, allá ya han cazado uno. Las primeras lágrimas darán paso a la rabia de otros disfrazada de solidaridad, estoy segura. Siempre pasa igual. Me da hasta miedo caminar sorteando los cuerpos inmóviles, destrozados por la desazón del esfuerzo en vano. Lo que más quema es la sensación de que todo lo dado no ha servido para nada, ¿verdad? Parece que voy caminando sobre las ganas de levantarse de aquellos que están tendidos en el ya abandonado lugar donde se luchó.

¿Cuántas esperanzas de vencer? Todos piensan que no van a volver a pecar de ingenuos, que no van a permitir de nuevo que la ilusión sustituya su percepción de la realidad. Pero yo sé que no tienen razón. Acabaremos levantándonos como nos levantamos siempre, agarrando fuertemente esta frustración que nos apaga ahora la mirada, guardándonosla en el bolsillo hasta que sea necesario volver a dejarla campar por nuestro cuerpo. Volverán a encenderse las antorchas del campo de batalla cuando llegue la hora de la verdad nuevamente. Nuestras voces se alzarán desafiantes a cada estocada, para apagarse cuando nos amilanemos ante un enemigo demasiado poderoso, sí. Pero lucharemos. Siempre acabamos haciéndolo, aunque en estos momentos, como en muchos otros, demos por sentado que no va a volver a ocurrir. Prestaremos cada fibra de nuestro ser al calor del combate. Y, aunque caigamos, devoraremos la indecisión con nuestras ganas de rozar el cielo con las yemas de los dedos.

¿Lo has oído? Parece que alguien ha levantado la vista del suelo. Poco a poco, vamos estando dispuestos. El enemigo no se ha alejado. Sigue delante de nosotros, colándose en nuestra mente y retorciéndose de júbilo desde nuestros adentros. Sin embargo sabe que tendrá que volver a enfrentarse a nosotros. Sabe mejor que nadie que ha sido creado para que lo superemos, para que el dolor de nuestra caída nos conduzca, con cicatrices o sin ellas, a la victoria. Y quedarnos a vivir en ella.

martes, 19 de febrero de 2008

Vacía pero repleta de sensaciones.
Intenta acordarse de todo lo que va a necesitar. No quiere dejarse nada. Primero lo junta todo encima de la cama. Lo repasa con los ojos y va murmurando el nombre de cada uno de los objetos mientras recorre la habitación una y otra vez. Parece ser que no se ha dejado nada. Observa el papel que cubre las paredes. Ennegrecido, levantado por las esquinas como pidiendo en silencio libertad para echar a volar. Decide que lo tiene todo y lo ordena. Por colores, por tamaños, por la de veces que los ha usado. Sabe perfectamente qué es cada uno de ellos, para qué sirven, por qué los tiene. Ninguna duda tiene acerca de todo eso. Sin embargo, siente que no le son útiles a pesar de saber todo sobre ellos... O eso cree.

Lo va guardando todo. Poco a poco, para no dejarse nada que más tarde pueda lamentar, aunque tiene la extraña sensación de que va a echar de menos justamente lo que no tiene. Sí, ya está todo. Ahora viene cuando hay que cerrarla... Es curioso. Creyó que no iba a poder, que todo lo que tiene dentro la iba a desbordar, pero caben perfectamente. Lo ha ordenado todo tan bien que incluso queda hueco libre.

Incorpora la maleta y observa la habitación. El papel pintado sigue queriendo estirarse como después de un sueño que nos ha dejado exhaustos. La ha vacíado completamente, lo tiene todo en la maleta. Quiere compartir de nuevo esa sensación y deshace sus pasos para volver a colocar el maletón encima de la cama. Lo abre y ahí tiene todo. En cambio, se da cuenta de que la ve vacía.

La habitación y la maleta, llenas de cosas que la hacen sentirse vacía. Echa de menos lo que no tiene. Mientras se aleja dejando la maleta vacía encima de la cama sin sábanas de la habitación vacía, una hoja de papel pintado cae envejecido. Desea marcharse con ella a pesar de que no pueda dejar de arropar esa habitación. Ese alma.

domingo, 17 de febrero de 2008

Como el cielo. Con una luna que anda desperezándose, dispuesta, como todas las noches, a acudir al canto de aquellos que la llaman, trayendo de la mano a la noche. Escondida en los pliegues del cielo, como cuando mis manos se esconden en los recovecos de su cuerpo, tentándole a que se decida a encontrarlas.

Es curioso. Sé que el techo que nos alberga a todos estará albergándolo a él ahora mismo en este preciso momento, tal vez mientras el traqueteo del gran monstruo metálico lo va adormeciendo poco a poco. Me atrevo a desear que, si es así, esté soñando conmigo. A la sombra de un cielo que disfruta de su compañía todos los días, que puede verlo, que, si se le antoja, puede mandar que las nubes lo rocen con su aliento de niebla, dándole envidia al mío propio y provocando que mis suspiros se condensen en las ganas de que lleguen a sus oídos. Curioso querer ser la luna de ese cielo y conseguir observarlo mientras duerme como un niño. Como el niño que es. Y alumbrar la ocuridad que lo rodee para enseñarle que sigo sonriendo aparentemente sin motivo, igual que él me ha enseñado a sonreír sólo para los dos.

Pero mi alma también sabe que puede mimetizarse con el cielo tan solo dándole el impulso que mi imaginación necesita, valiéndose de su imagen zumbando en mis recuerdos, y encontrarme con él, dando, si se tercia, un paseo sobre el ejército nuboso del mismo manto que nos cubre. Ese ejército que se tiñe al amanecer y al atardecer del mismo tono que adquieren mis mejillas cuando me reconozco entre sus palabras. Entre su magia.

Voy a ser benévola y no voy a culpar al cielo. Voy a agarrarme a la certeza de que, de la misma manera que él se desplaza, se cubre de colores, se va y vuelve a pesar de que siempre esté allí, pasa largas temporadas a oscuras para retornar con un sol que nos pica en la nuca; regresa. Con luna o sin ella, el cielo regresa aunque esté aquí permanentemente. Voy a agarrarme a la certeza de que él también regresa. Y confío en que lo haga para contarme sus sueños, prestarle su cuerpo a mis manos y encenderme la sonrisa de nuevo. Con un cielo que nos recoja a los dos y no por separado, mientras la luna sigue susurrándome que yo lo echo de menos y ella lo está mirando en este mismo instante.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Creía que lo tenía todo. Pero ha contemplado sus manos y las ha visto agrietadas y pálidas, absolutamente sedientas de algo que no alcanzaba a comprender. Pero si ella lo tenía todo... ¿Por qué esta sensación desértica en sus adentros? ¿De dónde viene ese silencio que apaga incluso el llanto? Qué falta. ¿Qué te falta cuando crees tenerlo todo? Se palpa el rostro y hace escala en sus ojos. Ciegos de ver perfectamente el vacío durante tanto tiempo. También creía que iban a servirle para abrirse paso, rasgando con un parpadeo las lianas que dificultaran el camino.

Creyendo aún que lo tiene todo, quiere sentirse libre y se da cuenta de que ya no lo tiene todo. Porque quiere más. Pide al aire que abanique sus sentidos sin distracciones revestidas de gris. Vuelve a desear que la espuma del mar la conduzca. ¿O tal vez nunca lo ha hecho?
Anhela libertad. Aunque piensa que ya la ha saboreado, no se da cuenta de que aún tiene que conocerla. De palpar su olor y cubrirlo con la saliva que se aloja en su boca. No sabe que tiene que sentirse vacía para iniciar el viaje. No se da cuenta de que, además de saber que algo le falta, tiene que procurar no echar de menos ese todo que le llena de regocijo cuando sigue repitiendo que lo tiene todo.

Aguarda en silencio mientras su alma se descongela, para llenarla por dentro y provocar que se sienta vacía. Pero ni siquiera sabe que ésta también anhela libertad. ¿Se dará cuenta de sus gemidos? Quizás solamente piense que le ha sentado mal la comida.

domingo, 10 de febrero de 2008

Escucho su respiración mientras me cuenta que tenía que haber ido a la peluquería. Que ya no hace viajes de esos que hacía antes y que a veces se siente con fuerzas para ir a uno de ellos pero que siempre termina echándose atrás. Yo asiento mientras bebo del zumo que me ha ofrecido y le sonrío siempre que me mira. Intento concentrarme en sus palabras y articular una respuesta coherente y que la satisfaga, pero ha sido un domingo sin serlo y no estoy en lo que tengo que estar.

Con el velo de sus palabras, surco imágenes que se me antojan inventadas, como si aún no fuera capaz de creer que han pasado. Agacho la cabeza para que no me vea reírme sin motivo aparente y vuelvo al salón de su casa, al salón donde crecí jugando a las damas y dibujando, y me centro de nuevo en lo que me dice. Empiezo a pensar que es totalmente imposible prestarle el mínimo de atención que se merece, pero yo sigo incapaz de reprimir las sonrisas que se suceden unas tras otras, susurrándome un nombre que aún está grabado en cada estremecimiento de mi piel. Me pregunta por los estudios y me guiña un ojo cuando me dice, como todos los domingos, que eso yo lo tengo bajo control. Le digo que no siempre y se va dejándome a solas con esas sensaciones que me pellizcan las mejillas. Es increíble, pero creo que aún las tengo sonrojadas. Será que todo el calor robado ha ido a parar allí, justo debajo de los ojos, que siguen brillando...

Vuelve pero, apenas se vuelve a sentar, suena el timbre y tenemos que marcharnos. Mientras nos ponemos el abrigo, me mira y sonríe como casi siempre hace. Me pregunto si habrá intuido que detrás de esas sonrisas idiotas que me invaden se esconde su nieta inexperta y sedienta, pensando una y otra vez que ha sido un domingo con traje de seda y entre sábanas extrañamente ajenas.

viernes, 8 de febrero de 2008

Como si pasearas de la mano de la inexperiencia por calles vacías de soledades, de paredes grises, gris nostalgia. Y en cada ladrillo contemplaras esos rostros que forman los muros de tu existencia, hechos de hormigón y sentimiento, manteniéndote firme y haciendo la vista gorda mientras te abrazan y te vuelven a equilibrar cuando flaqueas. En qué puerto arribará la esperanza cuando no pueda compartirla con nadie, cuando me sienta desnuda ante el frío de la noche de dientes afilados y fríos.

Como si durmieras sobre nubes de incertidumbre por lo que va a pasar, por lo que podría pasar, por lo que ya no va a poder pasar. Pero, aún así, el descanso fuera tan delicioso que tus párpados se rindieran al suave e hipnotizador aliento del presente mientras en tus pestañas sientes el cosquilleo de la tranquilidad. Y en cada balanceo rozaras una estrella diferente. Y, en cada una de ellas, reconocer los ojos que tu memoria busca para rastrear su origen y taparte con las sábanas de los momentos que te regala. Un sueño placentero, el sueño de vivir siendo consciente de ello. De qué me servirá soñar cuando no desee contarle a esa persona que su sonrisa ha iluminado esta vez mi noche.

Como si las ganas de salir adelante amortiguaran las de dejarte caer por las grietas que se abren en tu piel reclamando una mano que alivie el dolor que producen y las haga cicatrizar con rapidez. Pero no las hagas desaparecer, por favor, quiero sentir que estuvieron allí. Esa curiosidad de adónde te llevarán tus pies el día de mañana, de si las paredes seguirán siendo de gris nostalgia. De qué color serán las paredes de mi alma cuando la negrura y la claridad se hayan sucedido sin descanso una y otra vez...

Como si las preguntas se te clavaran bien dentro, rozando tus entrañas y animándote a buscar respuestas que te complazcan. Como si cada una fuera de una forma distinta, de un calor distinto, de un origen distinto. Y aguarden ahí, a tu lado, formando parte de ti pero esperando que les otorgues alas de plata que las deje ir libres.

¿De qué me servirá vivir cuando no haya respuestas que encontrar?

martes, 5 de febrero de 2008

Es tener la certeza de que todos lo saben pero nadie quiere admitirlo. Es silencio envenenado de miradas y de encogimientos de corazón cuando percibes una puerta que se entorna o un pestañeo que impulsa a una lágrima a mezclarse con las sales de tu piel. Cruzar los dedos al tiempo que escuchas que alguien se acerca. No sabes qué desear: si palabras que alivien esa desazón que te carcome o que el silencio siga reinando y no arriesgrase a que los gritos rasguen la tranquilidad aparente de la noche. No cerrar los ojos. Ni darle oportunidad a los cabellos de tu nuca de relajarse.

Procurar que la ponzoña del silencio no afecte demasiado a tu alma. Pues la tensión sigue ahí, aguardándote en cada esquina del pasillo en penumbra, con dientes afilados y sonrisa maliciosa. Sabe que la temes y se aprovecha de ello.