miércoles, 19 de agosto de 2009

Como dos criaturas indefensas pero eternas. Eternas, esa es la palabra. En parcial quietud, aspirando lentamente el aire y sintiéndose vivos. Temblando de vez en cuando por algún deseo inconexo del alma. Después de la tormenta viene el pensar en cuándo se desatará de nuevo, alimentarte de la otra criatura, pedir que el momento no acabe nunca. Durará siempre, no obstante, en el recuerdo.

Alberga una belleza enigmática que sólo advierten las mismas criaturas. Son parte de algo sobrenatural en ese momento, en el momento de después, el momento de "siento mi cuerpo como nunca pero parece que no sea mío". Demasiado inexperta para hablar con claridad de ello, se me ha antojado algo especialmente mágico. Como después de una batalla sin ganadores, aguardando la tregua, disfrutar del otro.

Algo tan sencillo como eso. Ser uno, de alguna manera que escapa al entendimiento común. Refugiarse en un territorio vedado, un territorio por explorar y conocer, que puede ayudarnos a crecer.

Así nos quedamos, en silencio, pensando en a saber qué, después del éxtasis, de tu sonrisa sobre la mía y de la pregunta de siempre, de la pregunta que te agradeceré siempre. ¿Bien? Siendo dos criaturas extrañas pero compenetradas. Buscando la piel en cada exalación. Sin más. Algo tan sencillo como eso...

Me encanta el equilibrio de los cuerpos desnudos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Eran tiempos difíciles y nadie en su sano juicio lo negaba. Ni siquiera nosotros, aunque obviamente también teníamos lo nuestro. Parecía que nunca salía el sol de detrás de las montañas; el hambre era algo que estaba a la orden del día, sobre todo en las ciudades, donde había más estrés y más revolucionarios que no querían más que juerga. Los niños se quedaban huérfanos de bien pequeños solamente porque sus padres eran unos rojos de mierda. Aunque a veces ni eso; simplemente eran unos ignorantes que ayudaban a la persona equivocada en el momento equivocado... Y así acababan. Dejando a un hijo solo, hijo que podría haber disfrutado de la protección de sus padres si éstos hubieran tenido dos dedicos de frente.

Yo en ese tiempo no me podía quejar porque mi padre tenía bastante nombre y quien me tocara los huevos ya sabía lo que pasaba. Hubo gente que se quiso reír de mí y de mi cámara, pero acabó con más de dos hostias bien dadas. Eso sí, ni mi padre ni yo nos manchamos las manos en ningún momento.

Lo más triste era cómo se intentaban meter a escondidillas en nuestro mundo. Las mujeres se creían más listas, como si por ser mujeres no se les iba a ver que eran unas putas, y además republicanas. A veces me hacían gracia. Que si metiéndose de cocineras o niñeras, a mezclarse con los hijos de nuestra sangre; y luego los enanos lo soltaban casi todo. No se daban cuenta, de momento, y ellas acababan en la cárcel hasta que salían los juicios y, bueno, ya se sabe el resto.

Me gustaba hacerles fotos a ellas. El primer día que conseguí afianzarme entre la patrulla de fusilamientos, llegué justo cuando un grupo de mujeres bajaban del vehículo temblando y llorando, muchas gritando o intentado zafarse de los brazos que las agarraban. Sabía, al verlas, que muchas no entendían todavía por qué iban a matarlas. Pobres ilusas. En cuanto las vi escupí al suelo y comencé a hacerles fotos. Sus expresiones vendían más que las de los hombres, y mis fotografías empezaban a hacerse valiosas ahora que la guerra, en teoría, había acabado y ya no había que andarse con tantos remilgos.

A mí me gustaba captar sus caras justo cuando apretaban el gatillo y antes de que la bala llegara a sus cuerpos. Me daba una especie de regusto por dentro que no me daban las mujeres caminando por el parque o desnudas en mi cama. Hubo una una vez que me preguntó a gritos cómo podía ser tan frío y tan hijo de puta. Me reí y le hice una foto. Esa todavía la guardo yo, no dejé que nadie la viera. Me parecía divertido que una hubiera tenido cojones a fijarse en mí y en la repugnancia que le causaba mi presencia. Como si violara su intimidad, no te jode.

No pensaba que esa foto me iba a causar problemas ni nada por el estilo. Total, era una zorra más, una lista que seguro que había gritado que viva la jodida República cuando la apresaron. Y ahora vienes a preguntarme por ella, qué casualidad, ¿no? Sobre esta mujer. Casi sesenta años después... No te puedo decir mucho más de ella, solamente que sería...


No siguió hablando porque un balazo le cortó la voz en la garganta. Se miró la herida sangrando y murió casi al instante. El muchacho que portaba la pistola lo miró con verdadero odio, cogió la foto de su abuela y se marchó pensando que después de tantos años sentía verdadero alivio, y orgullo. Orgullo de ser hijo de uno de esos hijos que se quedaron huérfanos por ser el fruto del amor de esos rojos de mierda.


jueves, 6 de agosto de 2009

-Cuando vengas ya no voy a estar.

Se lo dijo mientras la otra persona revolvía en su chaqueta buscando las llaves. Asintió con la cabeza y sólo cuando al fin las encontró le miró a los ojos y asimiló la frase fríamente.

-Está bien. Tampoco voy a tardar mucho, vamos, lo de siempre.

La que primero había hablado también asintió, pero de una manera más triste, aguantando el tipo y sintiéndose perdedora de la última oportunidad. Pudo notar cómo la herida de su alma se hacía más honda, y supo que se iba a echar a llorar sangre en ese mismo momento si la otra persona no se daba prisa y se marchaba.

Pensó que era curioso el hecho de que siempre deseaba que se quedara en lugar de que se fuera, dejándola sola, cada vez más a menudo. Se mordió los labios mirando al suelo, temblando por dentro mientras se preguntaba si hacía bien en lo que hacía. Le seguía amando, pero, ¿a qué precio? Se negaba a arrastrar su felicidad siempre hacia al mañana; se había dado cuenta que eso sólo era una excusa por no tenerla. Fue fuerte y se armó de valor. No obstante, una pequeña llamita ardía en sus adentros pensando que todavía se entendían. Que la otra persona, en su tono desvalido y trémulo, adivinaría las intenciones reales, y podrían hablarlo, establecer las típicas cláusulas de copas de vino y firmar el acuerdo manchando las sábanas.

Pero no fue así. Él se marchó y dejó el piso en silencio. La persona que se había quedado en la fría estancia fue a su habitación y sacó del armario una maleta. Estaba llena. Cogió un cuadro que le encantaba y con él bajo el brazo se fue. Echó las llaves al buzón, y respiró libertad al tiempo que avanzaba llorando por la calle.

***


Cuando vengas ya no voy a estar.

En su fuero interno sabía, cobardemente, que sí había entendido aquella frase de verdad. Se maldijo. Se sentó en una silla del piso vacío, y sintió la soledad tomar asiento a su lado.

martes, 4 de agosto de 2009

¿Y cómo es posible -te preguntarás- si solamente han pasado horas? Si a veces has estado más tiempo y a menos distancia y no pasaba nada. Si otras habéis estado ausentes y es como si os separaran kilómetros...

Pero es ese anhelar distinto, ¿verdad? El resguardo de su piel y su mano acompañándote a casa mientras recorrías sola con la madrugada desperezándose el tramo hasta tu hogar. Es el mismo daño estúpido de no saber que está cerca, que si quisiera en esta locura finita irías a buscarlo ahora mismo. Es como si en tu nombre faltaran letras, o salieras de casa dejándote el alma durmiendo todavía. Hay algo que no gira en tu mecanismo interno, tus manos se aburren, se te encoge un poquito el corazón y dibujas en tu mente su imagen para no tener frío.

Inmensamente torpe, porque no hay ningún motivo de causa mayor, pero lo echas de menos. Ahora mismo, y en este momento. Contentándote con que os protege el mismo cielo y que el tiempo no es del todo traicionero: siempre gira, para bien o para mal. Se consumirán los días y en su cera creciente estarán las ganas.

Mirándote al espejo, camiseta amarilla larga y pantalón demasiado corto, pensando en lo cerca que te ves y, aun así, la distancia que parece que os separa. Porque en parte te has ido con él, en parte, a llenarte de aromas y renovar recuerdos.