miércoles, 31 de enero de 2018

Pero soy un mar de dudas en oleaje perpetuo. (...) ¿Cuál es el problema? ¿Soy yo el problema y no hay más?
Puede parecer un recurso estúpido sacado de una película americana, pero admito que en ocasiones, cuando algo me preocupa, me entristece o me enfada respecto a alguien, suelo aplicar una regla sencilla: "Si de verdad este fuera el último día de mi existencia, ¿querría estar así?" Es entonces cuando compruebo que a menudo actitudes como el orgullo o la espera no tienen sentido, y por eso no quiero que pase más tiempo sin hacer nada para arreglar la situación (lo que a veces también me hace ser demasiado ansiosa y empeorarlo todo).

Sin embargo, sé que hay días en los que no tengo fuelle, en los que todo pasa por delante de mis ojos sin que yo consiga energías para alargar un brazo y tocarlo. Es como si me hubieran vaciado por dentro. Y soy consciente de que si ese día fuera el último de mi vida seguramente lo pasaría triste y sin ganas, con una mueca de serenidad pintada en la cara que podría ser infinita si yo quisiera.

No entiendo por qué me exijo a mí misma cosas diferentes de las que exijo a los demás. Llevo días pensándolo, y supongo que me cuesta admitir que muy al fondo, en esa parte de mí que hoy permanece cerrada a cal y canto, siento que la mayor parte de los problemas vienen de mí, y no sé en qué momento perdí el rumbo respecto a los conflictos o me convertí en el caparazón que soy ahora. El problema es que en esa pregunta que formulaba al principio tienen cabida los demás, pero no yo. Si la que me enfada, me apena o me preocupa soy yo misma dejo de tener tan clara la respuesta, y todo se vuelve más feo y más oscuro.

domingo, 21 de enero de 2018

Sé que falta algo porque cada semana, al final de la misma, parece que se abre un abismo ante mí. El lunes se me presenta impregnado de desubicación y en la búsqueda de los motivos acabo encontrando que no todas las semanas terminan así. Casi, pero no. Ocurre en aquellas cuyo domingo termina contigo marchándote, o conmigo marchándome, y sé entonces que necesito unas horas, un tiempo determinado, para recuperarme otra vez de tu marcha y cubrir tu ausencia con la expectación del próximo encuentro. Sé que aun así tenemos suerte, pero resulta tan fácil caer en la rabia inútil de que ojalá, un martes cualquiera, con frío o sin él, pudiera colarme en tu cama y apoyar mi nariz en tu cuello mientras te escucho respirar... Resulta tan fácil, tan sencillo, que me lleva unos segundos comprender de nuevo que tus ojos llevarán nombre de viernes y no de martes. Aun así sé que llegarán los domingos en los que no tengamos que marcharnos, y esa sensación de falta se llenará, irremediablemente.

domingo, 7 de enero de 2018

Hostililandia.

Es bueno tener motivaciones honestas, y menos mal que sí las tengo. Resulta sobrecogedor darse cuenta de cómo influyen las circunstancias para afrontar unas situaciones y otras. Es como si volviera a tener 18 años, pero en un ambiente mucho menos amable.

Con 18 años tenía una ciudad entera que descubrir y que me ayudó a almacenar nuevos métodos para curar cicatrices. Acabé en ella a regañadientes, pero me acostumbré a su aire viciado de contaminación pero también de retos que arrancaba a las luces de las farolas en cada paseo nocturno. Recuerdo un día de enero en el que fui consciente de que podía volver a caminar, y oculta entre las hordas de Gran Vía sonreí con calma, sabiendo que por fin estaba empezando a curarme.

Pero las circunstancias cambian, es obvio, todo es cambio y movimiento. Y me pregunto si me estoy convirtiendo en otra de esas almas apagadas que caminan pegadas al asfalto, con prisa y frustración por no poder dedicarle a este microcosmos pletórico todo el tiempo que merece. Pero, es que... ¿quién tiene tiempo para ello cuando mantener económicamente ese microcosmos se queda con la mayor parte de tu día?

Tengo ganas de seguir esta aventura pero me cuesta mucho más aceptar que tal vez no me lleve a ninguna parte. Entonces, ¿qué estoy haciendo? Vuelve a ser enero, un enero de seis años después, y sin embargo noto el oxígeno diferente. Sabe diferente, a nostalgia y grisura. Pero no es su culpa, en realidad. Sé que yo también camino diferente.