Sé que falta algo porque cada semana, al final de la misma, parece que se abre un abismo ante mí. El lunes se me presenta impregnado de desubicación y en la búsqueda de los motivos acabo encontrando que no todas las semanas terminan así. Casi, pero no. Ocurre en aquellas cuyo domingo termina contigo marchándote, o conmigo marchándome, y sé entonces que necesito unas horas, un tiempo determinado, para recuperarme otra vez de tu marcha y cubrir tu ausencia con la expectación del próximo encuentro. Sé que aun así tenemos suerte, pero resulta tan fácil caer en la rabia inútil de que ojalá, un martes cualquiera, con frío o sin él, pudiera colarme en tu cama y apoyar mi nariz en tu cuello mientras te escucho respirar... Resulta tan fácil, tan sencillo, que me lleva unos segundos comprender de nuevo que tus ojos llevarán nombre de viernes y no de martes. Aun así sé que llegarán los domingos en los que no tengamos que marcharnos, y esa sensación de falta se llenará, irremediablemente.
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