viernes, 29 de diciembre de 2017

Un año.

Me pregunto si, de alguna manera, teníamos que encontrarnos.

Hay tantas cosas que no sé de ti pero apenas importa porque soy plenamente consciente de que esta historia ya ha comenzado, y bajarse en marcha ha dejado de ser una opción. Espero poder descubrirlas conforme vayamos cediéndonos territorio y explorando otros recovecos de los surcos que vamos dejando detrás de nosotros. Hay algo en tu forma de mirar que tal vez hace doce meses evité pero ahora se ha convertido en un elemento más de mi esqueleto vital.

Lo siento en las costillas, en la tripa y en el pecho. La falta de ti. El vacío que dejan tus manos. La ausencia de tu cabeza echada sobre mí, para que yo pueda acariciarte el pelo y respirar, con calma.

¿Lo habríamos podido imaginar hace un año? Seguramente no. Era un diciembre diferente. Con más frío, y diferente. Y, sin embargo, aquí estamos. Irremediablemente.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Lo que flota.

- ¿Cuántos años tiene? -me preguntó en cuanto apagué la grabadora.
- ¿Quién? ¿Yo? -le respondí, apurando las últimas notas.
- No, tonta. Él. El cámara -me dijo, haciendo un gesto con la barbilla en dirección a mi compañero, que se acababa de marchar a recoger el equipo en el coche.

La miré, entre curiosa y asustada. Allí, apoyada en en esa esquina de la calle, al lado del portal donde ella nos había explicado que trabajaba, me parecía la mujer más enigmática que había conocido en los últimos años. El arrojo que destilaban sus ojos me parecían la marca inequívoca de quien las ha pasado putas y ha decidido plantar cara a todo el mundo.

- Pues... -comencé, intentando sonar despreocupada, que mira que se me da mal- creo que tiene unos cuarenta y cinco.

Mentí, claro. En unos meses él iba a cumplir cincuenta, pero no los aparentaba.

- ¿Por qué? -añadí, para que la conversación no se congelara, consiguiendo sonar sospechosamente ambigua.

Ella se rió.

- Él no me interesa. Sólo estaba pensando.

Miré en dirección al coche mientras ella se encendía un cigarrillo y me ofrecía otro, que yo acepté.

- Estar con un hombre mucho más mayor que tú no es como te imaginas -me soltó, sin mirarme a los ojos.

Me enderecé como si me hubiera llevado un calambre. Por un segundo, me atemoricé ante la posibilidad de que fueran evidentes los juegos y las frases con puntos suspensivos tangibles que acabábamos de tener él y yo en el coche, de camino a la entrevista.

Pensé en la maravillosa intensidad de lo prohibido, y la miré mientras paladeaba el humo en mi boca. Decidí no responder. Mi cara desencajada hablaba por sí sola.

- He visto cómo te mira, y he visto esa mirada tantas veces. No sé si él a ti te gusta, pero podrías acostarte con él perfectamente.
- ¿Qué dices?
- Vamos, pareces una tía lista. Seguro que tú lo sabes también.

El lenguaje de los cuerpos. Los gestos y las pequeñas señales que se nos apoderan, que lanzamos queriendo sin querer, el tiempo hecho presencia y el deseo destilado en cada roce premeditado. Claro que lo sabía.

Yo la observaba fumar y pensaba en lo estúpido que era el encanto del fumador, pero era. No podía dejar de mirarla.

- No lo sé. Creo que hay una barrera que no quiero cruzar -respondí finalmente, sin anestesia.
- Bueno, piénsalo.
- ¿A qué te referías con lo de que no es como te imaginas?

Ella pareció pensárselo unos segundos.

- Porque todo ese rollo de que la experiencia es un grado no existe. En fin, supongo que sí, pero en otro sentido. Ellos están asustados, piensan que no van a estar a la altura -. Parecía saborear cada palabra. - Se mueven inseguros pero firmes. Te tratan con delicadeza pero con decisión, para que no les notes que están tan nerviosos como tú. También te miran mucho, buscan una conexión en los ojos. No suelen ser egoístas, porque quieren quedar bien. No sé. Es como si quisieran envolverte para que te sintieras segura con ellos.

La escuché embobada. No podía desmarcarme del sentido que para mí tenía su trabajo y su vida, pero aun así casi disfruté su explicación. Creo que me sonrojé, porque me miró y volvió a sonreírme, casi maternal.

- Piénsalo, nena. Te lo vas a pasar bien seguro.

Dio una última calada y tiró el cigarro, manchado de carmín.

- Me subo ya. Ya me irás diciendo cómo sale el reportaje, y cualquier cosa que necesites cuenta conmigo.

Me dio un abrazo, abrió el portal y se marchó. Creo que escuché el viento silbar detrás de su figura, en un efecto casi teatral.

- ¿Vamos? -me preguntó él, que ya había vuelto.

Nos esperaban casi dos horas de camino de vuelta. Y yo supe que quería otro cigarro, otro con ella, y que lo iba a querer todo el viaje, y pensé en todos los cigarros que ella se habría fumado en esa cama, con sus clientes, o tal vez con alguien más. Pero ninguno conmigo.

martes, 19 de diciembre de 2017

De verdad no entiendo que habiendo tantas situaciones potenciales de felicidad a veces nos empeñemos tantísimo en fabricar amargura.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Heartbeats.

- ¿Cómo compartes tu vida con alguien? 
- Nosotros crecimos juntos...



...Era emocionante verla crecer... ambos crecimos y cambiamos juntos. Pero, esa es la parte difícil... crecer sin distanciarse. O cambiar sin asustar a la otra persona. A veces todavía tengo conversaciones con ella en mi mente.


viernes, 15 de diciembre de 2017

Marcharse.

Es como si me estuviera marchando pero sin desplazarme un milímetro de mi posición. Es una sensación de vacío similar a la de hacer una maleta sin ganas, y llenarla de nada que merezca la pena llevarse.

¿Debería marcharme?

Se agolpan tantas preguntas en mis sientes que se me hace difícil desanudar las cuerdas que me anclan todavía a la tierra. Es extraño, porque me siento libre, y si debiera marcharme, no sé adónde debería ir.

Sin embargo, reconozco que algo ocurre, lo palpo en esta tristeza que no soy capaz de sacudirme desde ayer, y en este rostro cuarteado que muta en apenas dos segundos cuando aparece otra persona en mi campo de visión. Las risas y las palabras se mezclan con el vicio de seguir callada, como si fuera posible quedarse en pausa.

Me pregunto cómo será ver las luces de Navidad del centro de Granada, protegida del frío debajo de un abrigo, y si me lo pregunto es porque soy dolorosamente consciente de que no voy a presenciar ese momento.

No me siento a la deriva, porque sé que no lo estoy, pero es inevitable pensar en esa soledad que me ha protegido tantos años, y aunque estoy segura de lo que quiero no sé si tengo en mis manos todas las herramientas para construirlo. La reciprocidad y la comunicación son necesarias cuando se trata de cimentar una realidad a cuatro manos.

Los nudos.

¿Los nudos se agrietan?
¿Se pueden agrietar?

Como los labios, cuando están secos.

Y en un susurro:
Jamás.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Lastre.

- Gracias por venir.
- ¿Qué querías decirme?
- Llevo varios días sin poder parar de pensar en ti. Creo que ya está aquí, que ya es el momento. Lo he pensado mucho, y... Ya lo noto en mi espalda.
- ¿En tu espalda?
- Sí. ¿No has visto mi cuello? Ya no está tan hundido. ¿Ves mi barbilla?
- No entiendo nada.
- Ya... Pero ya no me interesa que me entiendas. ¿No lo ves? Ya me da igual.
- Pero no fue eso lo que me dijis...
- Te mentí.
- ¿Qué?
- Que te mentí.
- ¿Por qué? ¿No dices siempre que nunca mientes?
- Lo sé.
- ¿Entonces?
- Es curioso... Pero sé que hay un momento en el que las personas pasan a darme igual. No lo sabía pero me he dado cuenta contigo.
- ¿Pero qué dices?
- Sí. Hay un momento en el que me vuelvo como... robótica. Entonces me da igual mentir, decir a todo que sí y sonreír como si fuera un cadáver, porque esa persona ya no me importa. ¿Comprendes?
- ¿Para esa mierda me has hecho venir? ¿Para decirme que te doy igual?
- Sí y no. En parte sí, pero también quería que miraras mis hombros.
- ¿Por qué?
- Observa qué ligeros caminan. Es porque por fin estoy soltando lastre. Me estoy deshaciendo de ti.