Querida yo,
Gonzalo me ha enseñado la foto que nos hicimos hace justo un año en la fuente del Parque José Antonio Labordeta y he de decir que parece que haya pasado un siglo. Estaba nublado y hacía algo de frío, y yo iba con esa sudadera gris de mi hermano que evidenciaba que no me apetecía vestirme, es decir, salir de casa. ¿Te acuerdas?
En la foto sonrío, pero al mirarme recuerdo el dolor en mi pecho. Lo recuerdas, ¿verdad? No se iría hasta meses después, ya pasado noviembre. Parece increíble. Sentí pinchazos de puro dolor durante semanas. ¿Cómo el estado anímico puede tener tanta influencia sobre el físico? Pero, bueno, es igual; lo cierto es que después de tener paciencia la angustia dejó de golpear el espacio entre mi diafragma y mis clavículas, y desde entonces no ha vuelto a dolerme. La piel está dura, tersa, con brillo. Sin cicatrices.
Parece mentira que haya pasado sólo un año, porque en verdad en estos meses han pasado muchísimas cosas. ¿Recuerdas la preocupación de mamá y papá, las horas eternas, los temblores y los rastros de rímmel? Creo que nunca había llorado tanto como en 2015.
Quería escribirte para decirte que, a pesar de todo, me siento bien. Hace un año tú no habrías podido creerlo, aunque sabías que el tiempo traería alivio, pero fuiste fuerte y resististe y, como en todo, el equilibrio nos ha devuelto lo que nos merecíamos. Y sabes que tampoco ha sido una cuestión exclusivamente de fuerza, sino también de saber ser humana, honesta, íntegra.
Sigue creyendo en ti con fiereza y pasión. Sólo así podrás actuar bien, aceptándote y enfrentándote a ti misma. Porque la verdad es que a ninguna de las dos nos sirve otra forma de salir adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario