Resulta extremadamente difícil escribir sobre el miedo. Supongo que porque en ese hecho está implícito el intento de definir esta emoción, y eso es precisamente lo que no es posible hacer con esto. Definirlo sería controlarlo, y el miedo no deja de ser una conmoción que nace de la falta absoluta de dominio.
En verdad, no tememos aquello que podemos controlar.
Nos hemos acostumbrado a obsesionarnos tanto relacionando poder con bienestar que en cuanto algo se escapa de nuestra mano lo que nos aflora de una manera lacerante es el pánico, el pavor, la inseguridad, el desasosiego y el sufrimiento inevitable que va con todo lo anterior. Encapsular las emociones entre palabras es una forma de desahogarse con el fin de volver -una vez más- a controlarlas. Hablar de un sentimiento, ser capaz de acotarlo y explicarlo, significa en parte sobreponerse.
Por eso, supongo, no me veo capaz de escribir sobre el miedo más allá de dar un par de rodeos que rozan el sinsentido y que no acaban apagando este frío en las manos y estos nervios en la tripa.
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