Yo no sé qué tiene que aun sintiéndola cada día porque no me queda otra salida no sé definir qué es lo que la describe realmente. Y es que pienso en ella y sólo me salen frases enrevesadas como ésta, que podrían ser envidiadas por el propio Góngora si se dejara. Esta adolescencia que nos vuelve locos, locos todos, y nos hace crecer sin preguntarnos y aunque a veces duela. Es inevitable, lo sé, pero sigue doliendo. Tanta incomprensión, confunsión, dudas, tremendismo, tristezas y domingos gastados que se nos hacen eternos paradójicamente.
Pero y qué de lo demás. Qué a que pese a que el viento sople tan fuerte que nos derribe logramos levantarnos poque alguien nos da la mano, o porque hemos aprendido a ser mejores o no nos queda otra que luchar cual hidalgo desengañado y volver a intentarlo. A mí, personalmente, se me están olvidando todos los cumpleaños y antes no se me pasaba ni uno. Dice mi madre que vivo muy deprisa... Pero felicito a los días y la gente me sonríe a su pesar, o dice que no importa, y me siento un poco mejor aunque me sigue dando pena.
Es tan múltiple esta etapa, tan vulgar y compleja, y, en nuestra mano está, tan dispuesta a ser llenada o temerosa de que la dejemos vacía. Vacía. Como pensar en mi futuro con algo que me falte o vacío como el agujero de mis entrañas donde se aloja el miedo cuando no me está desafiando. Vacía, como mi cama todas las noches, que se tiene que conformar con el deseo de que vengas de una vez, y pueda tocarte sin necesidad de soñar. Vacía si no te pienso o me niego a pensarte por alguna niñería.
Vacía de ganas de tenerte, de tus brazos y de tu sonrisa de infante templándome el alma. Vacía porque se han ido a buscarte, mis ganas contigo, a ver si te encuentran.
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