No me puedo concentrar en las líneas porque no. Porque ahora no, me está llamando y ahora no, más tarde, o mañana, o cuando ya sea demasiado tarde. Pero es que me está llamando y añoro. Añoro las palabras tristes y las nunca dichas, las que siguen durmiendo todavía en algún ático que ignoramos o queremos ignorar. Áticos. Parajes inconclusos de la fiebre adolescente, los suspiros que se pierden, el estar sin estar.
Añoro morirme; de frío, de pasión que estalla, de soledad profunda. Morirme o que me hagan morir de cualquier manera, ahora, ¡justo ahora!, pues me está llamando y añoro tanto que me rindo al destino y soy suya.
Añoro los parajes que todavía no he visitado porque me siento libre y capaz de verlos si así lo quiero, añoro mi París soñado, cada rincón del mundo, cada lugar mágico que un día, tal vez no mis pies, pero sí recorrerán mis ojos. Añoro llegar hasta ellos porque quiero, porque así lo deseo. Como también deseo dejar de añorar tu olor entre mis sábanas, mis propias sábanas, entre paredes naranjas, pues todavía no hemos conseguido materializarnos mientras soñamos y nos vemos a escondidas, con la noche eterna y el alma joven. Aun así no añoro tus brazos, porque en parte los siento, locura infinita, o hambre desgarradora.
Añoro mañana, el estremecimiento de ser otra, la duda de si gustaré, de si lo conseguiré, de si mi piel volará por fin porque ya no seré yo sino aquella que marcaban las frases subrayadas. Añoro gritar por dentro porque soy feliz así y lo sería el resto de mi vida.
Ah, me llama y me hace añorar equívocamente porque no puedo añorar si no lo he sentido. Pero es engaño, nada más, porque a quien de verdad añoro es a ella, que sin saber por qué se aleja, se me va, se escurre entre mis pensamientos. Aunque todavía vuelve, muy de vez en cuando, y no me escucha, no me atiende cuando le digo no te marches, Inspiración.
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