Yo sé que es difícil. Es una tortura asesinar a alguien de esta manera y no tener ni siquiera el atrevimiento de sentirte mal porque eso todavía es peor. Sé lo que es sentir que estás mutilando a alguien sin mancharte las manos de sangre, sentada en la silla, sin hacer nada pero pensando demasiado. Las palabras matan, convirtiéndote en el ser más destructor que salta a tus húmedos ojos en ese momento.
Pero no debemos perdernos de vista. Aunque sea como algo atravesándote el pecho, hay veces que se acaba. Sin más. Que las cosas se agotan y no entiendes por qué antes sí y ahora no. Tampoco entiendes cómo vas a ser capaz de dejar a alguien solo, de torturar así a esa persona que te ha hecho disfrutar tanto, amar tanto. ¿Pero y tú? ¿Disfrutar alargando la agonía, enfrentándote a un día más sin más certeza que la de saber que esto no va a ninguna parte? No es egoísmo, es supervivencia.
Es una putada. Yo lo sé. Sin embargo, aquí y ahora, pocas cosas son eternas. Y ojalá lo fueran. El dolor propio supera millones de veces el dolor que sabes que estás provocando. Tal vez sea una de las decisiones más complicadas de todas a las que nos vamos a enfrentar. Pero es así... hay algunas veces que es una necesidad. Que seguir no tiene sentido, que hay que enfrentarse y luchar de esta manera.
Yo sé que la angustia es insoportable. Y no es que me sea fácil hablar, pues hasta escribir esto me está carcomiendo desde mis adentros más oscuros. No obstante, pase lo que pase, sabes que te tienes a ti misma. Que nos tienes a nosotros. Que tienes los días que te apoyan, algo a lo que agarrarte, saber que tú debes estar bien. Tú. Tú y todo lo que forma para de ti, pero sin olvidar que sin ese tú... eso que forma parte de ti no existe.
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