Es un momento claro de pura mediocridad. De sentir que no estás haciendo nada salvo ser la sombra de alguien. Como si no fueras a salir de ser la simple compañía de alguien cuyo nombre sí se aprenden. Justo esa sensación. La de sentirse inútil de cara a los demás. Como si se me hubiesen entorpecido las manos, y yo no fuera capaz de crear absolutamente nada. De darle forma a un par de mundos que poder ofrecer a la gente y que así sueñen. Pero nada. No hay nada. Sólo un ceño fruncido y un agujero negro en el pecho. Ahí creo que debería haber algo.
Vivo en una constante fantasía. Pero de vez en cuando se resquebraja. Ahora mismo no sé quién soy, pero sí sé que siento con total nitidez que no tengo nada que ofrecerle a nadie. Tengo que dejar de pensar que ocupo las mentes de mucha gente. La única mente que debería ocupar es exclusivamente la mía, y ya lo hago, de una manera total, aunque a veces difusa. No obstante siempre hay momentos como este, en los que me desparramo por mis propios bordes y no soy capaz más que de soltar un par de frases que bizquean y echarme a dormir con la esperanza de presentar mejor humor mañana.
Nunca lo entenderé. Por qué así de repente. Por qué tengo que callar tantas veces a mi cabeza y parar impulsos que me volverían loca. En ambos sentidos: positivo y negativo. De vez en cuando es sano dejarme quejarme así, porque a veces de veras viene bien. Sin embargo una cosa tengo clara, aparte de otras muchas que me llevan a ese dramatismo, y es que, sea cual sea la situación y tenga o no ganas de sonreír... se me da excelentemente bien ocultar mis propias miserias.
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