Es el momento de cerrar la puerta tras de ti y saber que tus cercanos ahora no te escuchan. Justo en ese momento en el que se velan las pupilas y descargan todo el agua que han acumulado mediante el nerviosismo que impedía acertar bien las teclas. Se encharca el alma y eres consciente de que si no tuvieras columna vertebral tu cuerpo estaría partido en dos. Te lo dice ese dolor inconfundible en el pecho, separando las costillas una a una, mientras el corazón palpita a mil por hora y crees que te vas a desmayar y cuando despiertes ya no va a estar tu cuerpo, sino solo la angustia. La angustia de saber que era imposible la calma, porque este dolor siempre vuelve. Como volverá cada día. Como guía tu mano hasta tu boca y hace presión, para que a ser posible nadie te escuche sollozar encerrada en el baño.
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