viernes, 30 de mayo de 2008

Con el chisporroteo callado recorriendo cada rincón a la intemperie. Poco a poco se despereza, despertando los susurros anaranjados, la voz maliciosa que traerá la desgracia de los rincones negros de carbón, borrachos de preguntas. Se va sintiendo ya el calor devorando todo lo que coja de improviso, lo desprotegido.

No quiero entornar la mirada. No quiero entornar la mirada porque sé que va a ver el fuego que se me come por dentro y me llega hasta la lengua, incitándome a escupir las palabras encendidas que van haciendo cola en mi garganta, aumentando la presión, las ganas de clavarle los ojos a ver si también se quema. Como yo. Y es que estas llamas pegadas a mi piel desde dentro van a traspasarla, desatándolo todo, desclavando mis labios, que callan. Ahora todo es caos en mis adentros, un desorden candente y sin sentido que gira en torno a la misma forma de mirar, en la recámara, preparada para encender crispaciones. Sé que si me mira va a ver fuego asediando mis iris castaños, reflejos de la alienación que sufre mi alma con sus palabras, con los ojos acristalados que en mí despiertan admiración.

Pero debo esperar a la calma, al agotamiento de esta revolución que se gesta sin aviso. A las gotas de lluvia nacidas en mis pensamientos, que grisean y se agolpan y alcanzan mayor peso hasta que explotan, justamente, en lluvia salada que me limpia por dentro, que purga las dudas de este corazón encogido. Porque nunca viene mal un incendio interno que caliente esta frialdad que a veces se nos enquista, olvidándonos de ella, aceptándola, sumiéndonos en la terrible equivocación de creernos completos.

Y vuelvo a probar mis ojos, que ya no muerden, a atreverme a mirar al frente y encontrarme con esos otros que van a leer en ellos esta batalla, este fuego que se calma, poco a poco, pero que no cesa. Que se sigue mezclando con el marrón, haciéndolo brillar ligeramente.

lunes, 26 de mayo de 2008

Me pregunto si serán felices. Aunque en muchas ocasiones me da miedo esa cuestión suspendida en el aire, entre suspiro y suspiro, recubierta de temor y dióxido de carbono.

Me da miedo el ambiente que se adueña de la casa vacía cuando dos almas, a distinto tiempo, han salido de ella cerrando con un portazo. Esta sensación que se me mezcla con los recuerdos de tardes largas y tediosas, el volumen del corazón a tope, las lágrimas esperando a liberarse entre las paredes abaldosadas. No quiero volver al estremecimiento del sonido de una lata abriéndose, ni a los ojos rojos, ni a las noches con mi fuerza, inerme, entre la tela de mi almohada. Me atemoriza la realidad contundente, la ausencia de palabras que antes revivían, el renacer de sus cenizas de las mías. Las mías, que parece que van solas, sin guía, sólo con pensar en lo que me abruma y me suelta en el páramo gris de las eternas inquietudes.

Me asusta también no encontrarme entre mi mirada perdida, llegar a un momento en el que no me sepa reconocer, en el que esa extraña del espejo sea más que nunca esa extraña.

Y no sé si tendría que asustarme el estar mirando el reloj una y otra vez, esclava del tiempo y de su rumor que envejece, pendiente de los minutos que faltan para encontrar reposo entre otros brazos. Mientras, me acaricio las heridas yo misma, curadas a base de lluvia, de bálsamos ajenos.

Hay tanto miedo esta noche entre el ambiente enrarecido de mi habitación. Tanto temor irracional que me invita a cerrar los ojos y anima a mi pecho, que galopa, a coger más velocidad. Descorro la ventana y no alcanzo a ver la luna, rebelde entre tanto edificio y árbol semidesnudo. Lo único que alcanzo a ver son unos ojos, tiritando, reflejados en el cristal duro de mi ventana, temiendo la respuesta cuando se preguntan si serán felices.



Todos ustedes parecen felices...
...Y sonríen, a veces, cuando hablan.
(Ángel González)

sábado, 24 de mayo de 2008

A veces me creo dolorosamente prescindible. Y es entonces cuando me vuelvo más vulnerable, cuando me doy cuenta de que sigo sola, rodeada de gente, con el ruido de la tele y el mantel sin limpiar, pero sola.

En otras ocasiones creo que pierdo, y no sólo partidos u oportunidades o tiempo, sino que me pierdo a mí, a mí misma. Que pierdo parte de mí entre las aceras mojadas de lluvia de tormenta, que voy dejando un rastro gris que se me lleva, para acabar tal vez en alguna alcantarilla invisitable que probará mi olor, saboreando lo que fui. Y me da miedo esta sensación de perderme y no poder retenerme, porque pienso que pierdo lo que me ata a la gente. Lo que les hace caminar y pararse, un instante, a mirarme.

No rehuyo esta sensación aunque se quede en mi garganta. Sí que animaría a la confusión a marcharse esta noche... Esta confusión de no saber quién escribe ni por qué, de no conocerme a pesar de la condena de estarme siempre dentro de mí. Sensación de que mis palabras no son nada, absolutamente nada, y que no van a salvar la barrera de la incomunicación.

A veces hasta yo prescindiría de mí. Y así comprendo por qué me siento dolorosamente prescindible, por qué sigue la noche en mi pecho, la rebelión en mi garganta, el sueño aguardando impasible a que pase de largo.

miércoles, 21 de mayo de 2008

¿Dónde está el regazo que antaño lo curaba todo? Aquel en el que escondías tu nariz en días turbulentos y de rodillas magulladas. Dónde se esconde ahora la mano fuerte y firme que te guíaba envuelta en palabritas de aliento...

Y temes. Temes porque el 'no' se está alzando cada vez más impertérrito, más constante, más puntual a tus labios que el 'sí' que podías musitar antes. Antes, cuando pasabas las cenas mirando al frente, no a la comida que parece burlarse de ti en el plato, oyendo lejanamente la televisión. Temes porque no lo impides. Porque ahora prefieres callar y seguir mirando hacia abajo; palabras quemando, las manos frías.

Aun así te preguntas qué está ocurriendo. En qué puedes estar fallando para que se haya agotado la reserva de risas e interés. Porque sabes, sin dudarlo, que algo falla. Te empecinas en creer que tú lo estás haciendo bien, pero cada noche la misma sensación, el día agotado que se refleja en el temblequeo acuoso y salado de tus ojos. Si los suspiros calmaran esta guerra silenciosa, esta incertidumbre que no cesa y se sigue haciendo fuerte...

Sigues teniendo miedo. Miedo a lo que va pesando tu alma mientras cada palabra punzante y malintencionada va construyendo un grueso muro de piedra en torno a ella, para que no puedan traspasarlo más frases envenenadas. A ver si así se calma esta tempestad irracional, se alivia la desazón que se aloja en tu garganta cuando te metes en la cama. Tienes miedo. Porque la misma barrera de piedra que te escuda está impidiendo que penetren en ella, en tu alma, las palabras buenas, las balsámicas, las que ayudan. Aquellas que siempre acompañaban a la comodidad se ese regazo medio olvidado... Tienes miedo porque parece no importarte.

Anhelas. Anhelas el vacío que dejaba la ausencia de esta sensación que carcome. Ese vacío que, según el momento, era llenado por un beso, una conversación o una mirada sin parpadeos, de esas que llegaban limpias bien adentro, sin barreras ni muros que tuviera que franquear.

domingo, 18 de mayo de 2008

Tengo razón porque plantas arcoiris en el marrón oscuro austero de mis ojos. Porque mientras mis pupilas se mueven sedientas de izquiera a derecha, cada palabra recorrida se implanta en mi piel y se queda ahí, a la espera de un beso o de un roce suave que se la vuelva a llevar con el viento.

Tengo razón porque yo he estado ahí. He compartido momentos con cada uno de los pequeños que se aventuran por las líneas que salen de tu alma, por esos personajes que exploran el mundo sin saber que ellos mismos están erigiendo otro, al menos en mis entrañas. Y ellos y sus escenarios me han servido de refugio en innumerables ocasiones, ofreciéndome la paz que mi espíritu tanto ansía en esos momentos de flaqueza, desconectándome de la realidad para llevarme de la mano por tierras desconocidas.

Porque te miro y veo largas colas, con libros en la mano, tu sonrisa ahí, dándole luz a todo, tu mano cansada, tus ojos llenos de ilusión, mi boca dibujando la frase que abre este texto, sonriendo, sin más.

Tengo razón porque creo en ti, porque para mí ya lo eres, porque resoplo cuando discrepas de ello y saco a relucir mis argumentos. ¿No te das cuenta? Eres tú quien los alumbra, eres tú quien le da alas a mis palabras, rebeldes ellas, intentando hacerte ver lo que veo yo. Entre arcoiris que me nublan la visión y ganas de volar con ellas, con tus palabras, con los hilos enredados de un futuro que sé que se terminará cumpliendo.

jueves, 15 de mayo de 2008

MÍRAME DENTRO

Mírame dentro
Rompe la superficie
de cristal.
Y mírame dentro.
Escava, si gustas,
mis entrañas;
hazte un traje con mi piel.
Mientras, mírame dentro.
Descubre qué se desparrama
por mis ojos
cuando sonrío
desde dentro.
¿Aún no? Métete bien. Adentro.
Si lo prefieres, ponle nombre
a lo que me llena.
Escucha sin miedo
que no estoy sola,
siempre que puedas mirarme dentro.

Niego el vacío.
Si me escudriñas lo verás.
A él.
Mirándote desde dentro.
Inundando con su esencia
mi cuerpo.
A él.
Si me miras dentro.

miércoles, 14 de mayo de 2008

El manto gris que se había atrincherado entre el cielo y la tierra se vio iluminado cuando vio la camiseta azul de ella, a lo lejos, abrirse paso entre la gente que salía y entraba apresuradamente del centro comercial. Llevaba días estudiando sus movimientos, sabiendo que esa tarde pasaría por ese paso de cebra doble justo a esa hora, que no lo miraría y que se marcharía mientras su melena ondeaba al viento. Como todos los miércoles desde que empezó a buscarla a tientas. Pero esta vez se había decidido a brillar, a conseguir que ella le mirara y confíar así en una posibilidad loca. ¿Lo recordaría?

No obstante, ahora no le importaba. Ya casi notaba los dos mechones que siempre llevaba tapándole la cara rozando sus manos, casi escuchaba la tierna voz que le recordaba. Había pasado algo de tiempo, eso sí... No sabía si seguiría sonando igual, a primavera y agua fresca, pero quería escucharla de nuevo. Recuperó la sonrisa que tanto le gustaba a ella para la ocasión, a pesar de que le llegó a parecer una provocación indeseada en su momento. Estaba muy cerca.

Ella caminaba presurosa, como siempre, con la vista agazapada en el horizonte, sintiendo la fina lluvia en los brazos descubiertos, escuchando el sonido que producían los bajos mojados de su pantalón contra el suelo una y otra vez. Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en qué pasaría si lo volvía a ver, así que no se esperó para nada esa interrupción en su ensimismamiento, esa sonrisa tan detestable en la actualidad.

-Hasta luego, ¿qué tal?

-Hola. Bien... bien-siguió andando mientras le contestaba al aire. No se dio cuenta de quién era hasta que terminó de hablar. No se atrevió a mirar atrás, no se lo permitió.

Y de pronto, como una ráfaga de cierzo inclemente, los recuerdos azotaron todo su cuerpo, sin esperar ninguna petición de piedad. De súbito volvió de nuevo sus ojos castaños hacia dentro y se encontró en una adolescencia, la suya, recién estrenada; se vio delante de la pantalla del ordenador sonriendo inútilmente y mordiéndose los labios, visualizó los sueños que llevaban el nombre de aquel ser mientras le dolían otra vez. Saboreó, a su pesar, el veneno de las cicatrices. Maldijo aquel hasta luego escueto y malintencionado que había abierto esa caja de Pandora. Su caja de Pandora.

Aceleró el paso y se alejó lo más rápido posible del centro comercial, deseando no volverse a cruzar jamás con él. Ni en una tarde como aquella ni en sus recuerdos, aunque eso último iba a estar muy difícil.

Él la vio alejarse con la sonrisa en los labios. Había cambiado lo suficiente como para avivar en su interior el deseo de seguir con el juego, de tenerla aquí y luego allá, decirle las palabras indicadas, observar su reacción. Echó de menos los tiempos en los que ella habría hecho cualquier cosa por estar con él.

Deseó con todas sus fuerzas volverla a ver, intimidarla si había suerte. Volverla a ver tan niña y tan inexperta. Lanzó su deseo al aire para que se mezclara con la lluvia que caía, otra vez, del cielo gris. Sabiendo perfectamente que iba a chocar con la aversión de ella, con su miedo a otro encuentro. Sonrió de nuevo. Eso le divertía todavía más.

martes, 6 de mayo de 2008

Las luces recién nacidas del amanecer se van reflejando en cada una de las lágrimas que encharcan los momentos pasados, los adioses fugaces y entre abrazos que se colaron en aquel rincón blanco y sin nombre, hogar postizo y sentido durante pocos días.

Y es entonces, como si el sol quisiera lamer las ausencias que se han marchado para coger un tren y llegar lejos de nosotros, cuando me doy cuenta de que es el primer amanecer que recuerdo, en un momento así, en un día así. Poco a poco van luciendo las olas, propulsoras de ese sonido que me calma y me hace anhelarlas aquí y ahora, escondida, queriendo esconderme de todo y de todos, volver allí, con la arena fría, el alma solitaria y llena, conmigo. Se escuchan los sollozos ahogados que darán paso a las risas sin sentido y a los comentarios nostálgicos de imágenes grises.

La velocidad de mis pensamientos en estos momentos es casi nula, ya que se han parado para que -ellos también, añorando- se queden mirando a esos recuerdos que siguen allí, debajo de mi almohada y entre los pliegues de mi ropa. Casi siento el amanecer fulgurando breve, efímero, único, ahora, en esta noche que es como tantas otras, tan amarga y tan poco dulce en estos minutos que ahora malgasto. Veo el sol luciendo, chocar contra el mar y alumbrarnos sentados en esos viejos bancos verdes, oliendo a sal y a despedida. Lo noto como si fuera ahora, y no entonces, el nacimiento hermoso y naranja del astro rey.

Sin embargo, no entiendo por qué esta oscuridad tan cerrada que sí me deja ver, por qué las palabras no me saben bien, por qué sigo buscando ese sol que me abría los ojos perezosamente días atrás. Amanece en mis recuerdos, sólo en mis recuerdos; aquí todo es noche perpetua.