domingo, 21 de marzo de 2010

-Yo también sé ser sexy-me dice. Y le da una calada a mi cigarro, lo apaga en la mesa de madera y se marcha de la pequeña cafetería.

Me he quedado de piedra. No sé por qué ha hecho lo que acaba de hacer, pero lo más sorprendente es que tiene razón. Me ha parecido el gesto más sexy del mundo. Estoy como loco por subir las escaleras y mirarla hasta que se moleste conmigo. Entonces sonreiré. Y me volveré a levantar de la mesa, para que ella me siga. En cualquier esquina le escribiré mi vida en la piel de su espalda con las uñas. Le pediré que cuente mis cigarrillos y que me deje sin aliento por cada calada que quiera volver a robarme. ¿Me seguirá? Espero que sí. Porque voy a arriesgarme y así lo hago.

Subo las escaleras muy lentamente. Me parecen mil peldaños que nunca se acaban. Entro en la sala y allí está. Se ha recogido el pelo y parece la chica que siempre me había parecido hasta que se ha acercado a mí y a mis labios llenos de humo. ¿Pero qué me pasa? No entiendo por qué, si ella es tan, tan así. Con esa coleta tan fea y el pañuelo en la mano porque está resfriada. En la otra el bolígrafo que muerde sin dudarlo y esa pesada manía de estudiar tanto. Luego que no se queje si le dicen que es rara. ¿Cómo no van a decírselo? Y además esas deportivas que lleva siempre y que no realzan nada su figura. Pero, bueno, ¿por qué no le enseñan a vestirse?

Rehago mi camino. Me he puesto de muy mala leche. Salgo al frío exterior de la pesada biblioteca y respirando hondo enciendo otro cigarillo.

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