La noche me engulle con su frío envuelto en sueños. Y es cuando su mano recorre mi espina dorsal invitándome a un furtivo escalofrío cuando la noto más sincera, más mía. Escucho su silencio, aquel que pinta de soledad mi respiración, que no mis recuerdos. Ellos permanencen fieles a su figura recortándose en la misma noche que me insufla ganas de que apague ese efímero escalofrío que me recorría, apagarlo con tan solo rozar mi cuello con las yemas de sus grandes dedos o, tal vez, con esos labios rebeldes que aguardan traviesos a un descuido de los míos para adueñarse de mi boca y elevarme con los pies bien firmes sobre el suelo.
La noche sigue acunándome silenciosa, siendo la única que observa el absurdo intento de mis dedos de canalizar lo que turba mi mente, lo que mi alma ya anhela. Esos deseos correteando por la línea de mis pensamientos, desordenando todo cuanto me propongo hacer a derechas. Creo que si tuviera voz, la noche me preguntaría que qué es lo que retrasa la expresión de mi rostro. Que por qué no sonrío. Y no sabría qué contestarle, aunque pretendería que mis palabras, fueran las que fueran, reflejaran la verdad. Así que tal vez le contestaría que mis adentros arden pidiendo más palabras, pero que yo entera no soy capaz de dárselas. Que la preocupación va en aumento cuando sólo consigo vagar sin rumbo fijo por unas cuantas sílabas, pensando tal vez en las suyas, en las que me llenan, en las que me hacen despreciar las mías, pues son sus mundos los que me arropan en esta noche que hiela las ganas de adelantar la expresión de mi rostro. Hielo que, estoy segura, temblaría con la visión de sus iris de miel a dos centímetros de los míos, sonriéndome sus pupilas.
La noche es la única testigo de esta desazón que agita mis sentidos, llenándome de confusión y confianza. Creo que me entiende, creo que sabe lo que intento hacer saber que siento sin éxito. Está aquí, llenándome de frío e intentando vacíar estas ganas que me incitan a echarlo de menos en la soledad de la de negro. Salpicada de estrellas que no son más que puntos de miel que no dejan de sonreírme en la distancia.