Se encontró solitaria su alma. El silencio era más imponente si no había nadie que le ofreciera compañía. Receloso todavía, a pesar de haber llegado firmemente a esa determinación, se sopló en los dedos. Dio un paso. Agarró fuerte el papel, no se le fueran a desparramar los nervios y borraran las palabras.
No quiero arrepentirme jamás de haberte dicho pocas veces lo que sé que ves. Así como tampoco quiero maldecirme mil veces porque mis ojos te negaron lo que querían decirte. No quiero que llegue el día en el que mi voz se apague y no haberte dicho que te quiero lo suficiente. Ni arrepentirme de no disfrutar. De dejarlo para después, de dejarte para después. A veces te conformas con poco y eso me desanima, pero sé que también te gusta escucharme como me gusta a mí. No quiero, de veras, no quiero.
Se le nublan los ojos lentamente, siente cada palabra. Le toca los labios, ligeramente. Están fríos, pero ya no tiemblan.