Octubre de 2007. Quince años. Poca incertidumbre en el cuerpo y muchas ganas de sentir, de conocer, de probar. El mundo podía estar en mis manos pero yo no me atrevía a mirar dentro de mis puños cerrados. Gran Vía. Atestada de gente que disfruta de las fiestas y busca algún capricho que agenciarse. Me paro ante un puesto porque me llama la atención el cartel: Acero quirúrgico, no da alergia. Y pienso que qué casualidad, voy a mirar a ver si veo algo. Rozo con los dedos muchos colgantes, y de repente me detengo en uno, todavía no sé por qué, y lo compro. Y lo deposito en mi cuello hasta hoy.
A veces pienso en por qué la llevo todavía. Y de alguna manera me contesto que lo importante es lo que simboliza. Porque a partir de ese octubre y de esos quince ha sido un torbellino, una prisa constante para crecer sin perderme nada. Era una niña que comenzaba a trastear en la vida, sin más.
Mi balance de 2010 es ese, libélulas. ¿Por qué? Porque ha sido el año del cambio, del recibir todo aquello para lo que nos estábamos preparando. He tenido que pensar, sin vuelta atrás, en un futuro que me quedara bien, y los dieciocho han comenzado a pesarme en la espalda. La transición, me imagino, a la vida adulta. Y yo con la libélula en el pecho, sintiéndome todavía una niña, sin asimilar que iba a marcharme, que había sido un año lleno de disgustos pero también maravilloso, y que todo eso se iba a quedar atrás, en Zaragoza.
Marcharme. Debía ser consciente de alguna forma que me recordara este paso, este cambio, y también que no me dejara olvidar a la niña de quince años que se moría de frío hace cuatro octubres. No sabía lo que me esperaba, pero sí era consciente de que no quería que toda esta vida tortuosa y llena de zierzo se me escapara entre los dedos. Una determinación, sólo un signo, una señal de esas tontas que me gustan a mí... Y vino a mi cabeza. Libélulas. La semana de mi marcha conseguí atreverme y construí esa señal.
-A mí no me gustan las libélulas. No me mires así, que no es por ti, es que en Argentina cuando va a llover siempre salen, y yo siempre he odiado la lluvia.
Fueron las palabras de aquel que me ayudó a erigir mi marca, mientras escuchaba el inconfundible sonido mecánico. Mi trozo robado al pasado, para que no fuera capaz de marcharse, al menos no enteramente. Así que aquí está. Aquí estamos mis libélulas y yo. Sobre y en mi piel. Recordándome que he cambiado de vida, que he evolucionado mucho, pero que sigue habiendo partes de mí que están intactas. Que este 2010 ha sido importante por tanto cúmulo de responsabilidades y despedidas.
Pero que siempre vuelvo. De una manera o de otra. Como mis ojos a los ojos de ese octubre frío, cuando se posan en mi tobillo, y recuerdan lo que esa marca significa. No me enfado cuando hay gente que me deja ver que es un dibujo tonto que no simboliza nada. Ellos no lo saben, pero yo sí.
Libélulas...