¿Cuántas veces voy a acabar la jornada pensando Bueno, no ha estado tan mal el día? ¿Y cuántas veces, después de eso, me voy a meter en una sala que va a reducir mi existencia a lo más insignificante?
Cómo puede uno conformarse teniendo delante a esos actores, que sudan y padecen, que gritan y se carcajean, que desgranan cada sílaba para formar palabras que forman frases que, a su vez, forman cuadros vivos de nuestra existencia. Cómo no me van a agitar sus palabras.
"Palabras, palabras, palabras", dirá Orestes.
Sí, palabras, le responderá su madre, las palabras y el cuerpo son lo único que tenemos.
Cuando he llegado a casa, ya de noche, sólo quería escribir. Y C., al ver que no quería conversar, me ha preguntado si estaba bien y le he dicho que tenía que darle vueltas al coco.
"¿Vueltas al coco por lo que pueda pasar este fin de semana?", me ha dicho.
Me ha costado entenderla. Porque la carne, las camas, los juegos terrenales me quedaban muy lejos cuando abría la puerta del portal con ansia, cenaba con ansia y pensaba con ansia. No, no pensaba en el fin de semana, sino en hoy, en el momento presente, en mi cuerpo y las palabras, en este ahora que me sacude, cada día más, pidiéndome que le ponga un nombre a cada historia.