lunes, 3 de junio de 2019

El altillo (II)

Hace dos años comencé a escribir un glosario con tu nombre (en clave). Es curioso, porque ahora me siento en una noche de características similares a aquellas en la capital en las que mi piel te añoraba de una manera que todavía no entendía. Hoy sin embargo rotulo las letras que te identifican en una tímida caja de cartón que no sé si acabaré subiendo al altillo, junto a la del otro día, aquella que nada tiene que ver contigo.

Hoy te he visto y mi corazón ha vuelto a entristecerse. Transformarlo en palabras me da cierto respeto pero sé que debo hacerlo para ser honesta conmigo misma. Sí, la sangre me ha latido más despacio después de tu contacto, mi piel se ha puesto un poco más gris. Me ha pillado por sorpresa, después de la película, entre los sorbos de una cerveza que me ha ido trayendo una pesadumbre que no logro sacudirme.

No es una tristeza que me sorprenda. Es la tristeza de las heridas que no cierran pero que no incapacitan para seguir adelante. Hay temas que tal vez nunca logremos resolver, pero yo poco a poco me voy cansando de abrirme el pecho (o intentarlo) y hacer preguntas que no poseen una raíz banalizada aunque a ti puede que te lo siga pareciendo.

Me concedo unos segundos y respiro, y pienso que no sé qué voy a hacer con este pesar sordo, porque no sé si cabe en la caja de cartón que estoy preparando. Está llena de la soledad pesada se sentirme apartada, algún viaje a Tailandia, los sueños (tal vez solamente míos) de vivir en el otro lado del mundo como voluntarios u otras vidas que ni siquiera puedo mirar a los ojos todavía, siendo valiente.

Termino de escribir tu nombre, con delicadeza pero sin miedos, y me pregunto qué ocurrirá el día, si llega, en el que decida subirme a la escalera y empujar la caja muy hondo, todo lo hondo que me permita el altillo. Creo que es lo típico que piensas que dejas a mano pero que en el fondo sabes que nunca vas a volver a recuperar. Me marcho a dormir triste, pero entera. Esta vez sin esperar que llegues, agarres este dolor y acabes meciéndolo y reconociéndolo también como tuyo.