Después de varias semanas con sueños agitados en los que el protagonista siempre era el mismo, vuelvo a dormir más tranquila y de mi subconsciente fluyen historias más variadas. Hoy he soñado con R. Era tan real y tan lleno de paz que he tardado en ubicarme cuando he despertado y he tenido que concentrarme para repetirme que R. murió hace unos meses, que nunca más lo volví a ver ni volveremos a encontrarnos en esta vida.
Era como si retomáramos nuestra última conversación. Como si yo, en esos momentos, ya no quisiera estar sola y no saber nada de nadie y lográramos reunirnos y tomar esas cervezas que nos prometimos y que nunca llegaron. Me miraba bajo sus pestañas espesas y negras de la misma manera que lo hizo en Nochevieja, con curiosidad y riesgo y un punto de vacilación. También sonreía, con esa sonrisa tan serena y bonita.
Cuando me he levantado también he recalado en algo que escuché ayer acerca de que es una pena cuando las personas le cierran la puerta al amor y no lo dejan entrar en sus vidas a pesar de que quieran o incluso a pesar de que ellas mismas estén enamoradas. Me he dado cuenta de que a R., con todo el dolor que me ha producido esa certeza, le arrebataron la opción de dejar entrar o no el amor en su vida. Me ha recorrido un escalofrío.
He reflexionado que cada uno es libre pero sí, es una pena cuando uno cierra la puerta, teniendo todavía la oportunidad, y no deja que el amor entre y llene sus rincones vacíos.