Podríamos conocernos más.
Estoy segura de que se seguirían alargando las conversaciones, y los temas serios y ligeros surgirían poco a poco, sin presiones ni prisas porque llega la hora de marcharse.
En verdad, podríamos conocernos más.
Quizás así yo no me sentiría rígida como una tabla y tendría espacio para ir relajando el cuerpo en todo momento, y no solo cuando tus pulgares comienzan a cerrarse en torno a la curva de mi espalda, y en ese instante ya no existen barreras ni corazas y todo se concentra en la fragilidad densa de un suspiro cortado por la cercanía casi desconocida de tu boca.
No sé si podríamos conocernos más.
De veras me encuentro sorprendida con no sentir todas las habitaciones patas arriba en mis adentros, invadidas por un remolino feroz que va levantando todas mis pertenencias. No, esta vez me siento tan en calma que apenas acudo a la escritura, a la búsqueda de cualquier señal que en realidad no existe, a la de cualquier excusa que me lleve a chocarme con tus esquinas y ponerme una vez más a merced de cada uno de tus movimientos.
¿Deberíamos conocernos más?
Al final, doy bandazos entre la disyuntiva de a quién corresponde acortar distancias hasta que me paro a pensar que no debería haber longitudes que comerme insegura. Tal vez de ahí venga esta sensación de tranquilidad. De orden. De ausencia de ansia por gestos y palabras que no dependen de mí.
Podríamos...
Hay una parte de mí que sabe que es muy posible que nos conozcamos más y lleguemos a una comodidad peligrosa y holgada en la que sentarnos a descansar un tiempo. Esa posibilidad ya no me asusta. Tampoco lo hace el vacío de su potencial ausencia.
Tú buscándome la boca yo la ruina
Tú buscándome la vida yo la mía