martes, 2 de julio de 2024

Bodas y Velatorios.

Yo pregunté, llevada por el momento: "¿Se tiene que casar uno de nosotros para que nos veamos?". Alguien respondió, con la misma ingenuidad de la que había hecho gala yo misma un segundo antes: "Pues parece que sí". Pero resulta que sí que nos íbamos a ver muy poco después de esa boda, esta vez en un velatorio.

Hoy volvía a preguntarme, mientras mi cabeza se despegaba de las canciones de misa que estaban sonando, si no eran esos pensamientos como los que debe de tener una poeta mucho más joven, una de las que están empezando y entonces escribe sobre la muerte y el amor. Siempre he pensado que eran los temas por excelencia de cualquiera que quiere hacer sentir a otra; esas dos circunstancias que siempre nos generan tantas preguntas y encienden un torrente de emociones que se nos escapa.

Nunca lo había visto tan claro como estos días. Nunca había pensado en la capacidad de convocatoria que tienen dos actos como son que alguien muera y lo que la sociedad tradicional nos ha enseñado que es la celebración más absoluta del amor. Y lo diferentes que son aunque tengas cosas en común. En ambos hay lágrimas -pensaba hoy-, en ambos existen reencuentros y la gente se abraza, en ambos el corazón bombea a un ritmo diferente. A ambos solemos acudir si las circunstancias nos lo permiten; para ambos ponemos esfuerzos que quizás en otros momentos no estamos dispuestas a invertir.

En mi pared ahora se mezclan los ecos del cuadro con la brújula rúnica que me regaló Yago en su boda y las flores secas y blancas que siempre van a hablarme de Pilar. Pienso en los rituales que cumplimos, que nos hacen sentir mejor de alguna manera, y en los puntos de cruce tan extraños que pueden llegar a albergar. Bodas y velatorios. No sé si crecer es reencontrarse con personas del pasado en estos dos marcos, desde luego coincide en el tiempo que hay un momento de la vida en el que ambos se reproducen, en el que ambos se hacen habituales. En ambos acabo acudiendo también a las palabras. Aunque puedan estar viejas y agrietadas, y ya no tengan la misma factura que cuando me creía una poeta mucho más joven, de esas que solo saben escribir sobre el amor y la muerte.