miércoles, 30 de noviembre de 2016

"Good. I love impossible things. I try to do at least one each year."

¿Cómo no me voy a enamorar de él?

Cuando Alberto se deja guiar por la música se convierte en otro tipo de criatura, en un ser cuya esencia se mezcla con las armonías que salen directamente de su sangre. Cuando se trata de él, siempre me viene a la mente un verso de Federico García Lorca que nunca podré olvidar porque me habla precisamente de Alberto.
“Oye mi sangre rota en los violines.”
Así es su música. Indescifrable y necesaria, indómita y generosa. Exactamente como él.
En cada melodía que sale de sus manos, va un trozo de sí mismo, una porción palpitante de su alma. Con su música Alberto completa todos los enunciados que no termina con las palabras. Para entenderlo a él, hay que entender su pasión por este arte.
Cuando termina la canción, salgo de mi estado cercano a la catarsis y decido marcharme antes de que me descubra espiándole desde el umbral de la puerta. Ese momento es solamente suyo, así que es justo que siga así, sin interrupciones de ningún tipo. Me doy la vuelta y enfilo hacia mi cuarto, en el otro extremo del pasillo.
Antes de entrar, no puedo evitar darme la vuelta y dirigir mis ojos hacia el estudio. A contraluz por la negrura del pasillo y enmarcado por la luz que está encendida adentro, Alberto me mira, en silencio, y de él no emana ni hostilidad, ni desconfianza, ni lejanía. Simplemente me mira, con esa intensidad que siempre he creído que sólo percibían mis latidos. Le sostengo la mirada, sin sentir culpabilidad por primera vez en todo el viaje.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Make it count.

The music ignites the night with passionate fire
The narration crackles and pops with incendiary wit
Zoom in as they burn the past to the ground
And feel the heat of the future's glow

lunes, 21 de noviembre de 2016

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Creation?

Me acuesto y me levanto pensando en Mónica, Aitana, Alberto, Marta y Pablo. Cuando pienso que no soy capaz de darles más vida, de repente veo a Aitana afinando la guitarra de Alberto o a Pablo desmoronándose delante de Mónica. Estoy parada y me asaltan, los veo en mi cabeza, tienen vida propia y las escenas pasan ante mí para que las alcance y les ponga palabras.

Anoche le dije a un amigo sin pensarlo cuál era mi vocación. Me quedé unos segundos en silencio, dándole vueltas a algo: pues resulta que sí tengo vocación. ¿La tengo? No lo sé. ¿Cómo se sabe algo así? Puede que la tenga.

martes, 15 de noviembre de 2016

Sobre Alberto (II) y Mónica (I)

(...)

Una queja de la guitarra me saca de la película hecha de recuerdos que estoy viendo en mi cabeza. Pasó hace años, pero parece que hubiera sido ayer. Es increíble cómo en apenas unos segundos pueden cambiar la visión que tenemos de alguien. Puede que una luz débil ilumine unos ojos en los que no nos habíamos fijado antes o una canción nos haga conectar con alguien de una manera insospechada. A menudo acudo a esa remembranza musical y me pregunto si el paso de los años habrá distorsionado la imagen que tengo de Alberto mirándome con fuego en las pupilas. Quizás no ocurrió así. Quizás mi mente lo ha exagerado. No puedo saberlo, pero sí puedo contar con todo lo que ha pasado desde entonces y eso me hace darme cuenta de que me he prometido que tenía que enfocar una conversación pendiente.

Sin embargo, antes de que abra la boca Alberto me roba un trozo de manta y toma la palabra:

- Dicen que la luna que se ve esta noche no se ve desde hace setenta años -me dice, con la vista fija en el astro argentado.
- ¿En serio? -. Lo imito.
- Sí, eso he leído. ¿No te has fijado en las mareas? También les afecta. La próxima creo que será en casi cuarenta años. Podríamos haberla visto todos juntos, supongo.

No respondo. Pienso en que no hace falta que haya una luna inusualmente gigante para que un momento sea único pero que, en cambio, solemos necesitar un detalle así para tomar consciencia de ello. Miro a mi amigo y ordeno las palabras en mi cabeza.

- Siento muchísimo todo. De verdad -. Vaya. Me había preparado una pequeña introducción del tema, una estructura deductiva, y abro la bocaza y lo suelto todo a bocajarro y sin anestesia. Así que, para disimularlo o para terminar de firmar mi suicidio verbal, sigo hablando. - No sé muy bien qué decirte. Sólo sé que estás aquí, y yo estoy aquí, y siento algo raro, que no sé si soy yo, o tú también lo piensas, pero al final de todo acabo pensando que no te mereces lo que hice, o al menos las formas en las que lo hice y, en fin, creo que me estoy liando y que me voy a callar…

Hay dos datos que estimulan mi curiosidad: uno es que conforme hablaba he ido despojándome de mis nervios, y no al revés, y otro es que Alberto vuelve a tener esa expresión serena y enigmática con la que siempre irrumpe en mis recuerdos.

- ¿Todavía sigues con el tío ese?
- ¿Qué? -. La pregunta me pilla con la guardia baja.
- Con el de tu trabajo. Juan, o Jon, o algo así. ¿Sigues con él?
- No… ¿Por qué? - Y matizo-: No volví con él.
- Por saber. Pensaba que seguirías con él.

Miro al suelo intentando asimilar esas tres frases. ¿Qué está pasando? Siento que Alberto está asaltando mi intimidad como si tuviera el derecho de poder hacerlo. Y nadie lo tiene. Lo propio es nuestro, y es nuestra elección si lo compartimos o no. Siento que la piel de las palmas de las manos me chisporrotea, y comienzo a enfurecerme.

- ¿Es un reproche? -le pregunto.
- Tómatelo como quieras.
- Qué genial…

Supongo que para Alberto es justo. Que piensa que es su momento de desquitarse, que tiene derecho a echarme un poquito de sal en las heridas porque yo hice lo mismo hace meses. Transcurren unos minutos en silencio, con el sonido casi mecánico de las olas de fondo.

- Mira, Mónica: perdona. En serio. Ha sido una salida de tono y no soy un crío, ya no debería hacer esas cosas.

Pongo todo mi empeño en dulcificar el gesto a pesar de que, si fuera posible, ahora mismo estaría saliendo humo de mis dos orejas.

- Ya, gracias… Intento comprenderte, sé que me porté mal, pero no, no sigo con Juan. No he vuelto a verlo y mejor así.

Algo se retuerce en mi pecho, entre las clavículas y el estómago. Acuden veloces imágenes a mi mente y quiero desterrarlas para siempre, meterlas en una caja de cartón y colocarlas en la última balda de la estantería de mi memoria. Pero todavía no puedo. Han pasado meses sin saber nada de Juan y, aun así, el eco de sus gritos sigue despertándome algunas noches. Si me descuido, las cicatrices todavía me supuran angustia, y tengo que evitarlo. Tardé demasiado en conseguir que las heridas se cerraran.

- Sé que te hizo mucho daño y ha sido un gesto muy sucio por mi parte. Lo siento. - añade Alberto.
- No pasa nada.
- Aquella noche, sin más, pensé que ibas a quedarte. Y me desperté y ya no estabas, Monique, y aunque en el fondo sabía que eso iba a ocurrir me sentí imbécil por aferrarme a la idea de que por fin te quedarías. ¿Me entiendes?
- Claro que te entiendo, Alberto. Lo peor de todo…

No sé cómo decirlo con tacto. ¿Se puede decir con tacto una verdad tan horrible, no obstante?

- ¿Qué?
- Pues que lo peor es que yo ya sabía que te ibas a sentir así. Y me fui. Como siempre, que acabo escabulléndome por la puerta de atrás.

Más mar yendo y viniendo. Más saliva atravesando el nudo de mi garganta. Creo que tengo una sobredosis aguda de emociones.

- Ya, también lo sé -contesta Alberto, al cabo de un rato.

Me vuelvo a mirarlo para terminar de afrontar la situación pero él rehuye mi mirada. Como réplica, se desenrolla de la manta y me la posa sobre las piernas, antes de levantarse y sacudirse la arena de las piernas.

- Voy a dar un paseo. Te veo mañana.
- Hasta mañana -le digo, queriendo que se quede. No me quiero quedar sola conmigo en estos momentos.

Apenas ha dado unos pasos cuando deshace su camino y vuelve a donde estoy sentada. Pienso que va a coger su guitarra, que reposa todavía a mi lado. Sin embargo, se queda de pie mirándome y yo le sostengo el gesto desde abajo, turbada.

- De todas formas, si hubieras vuelto habría dejado que te quedaras.

Patapúm. Si me quedaba vivo algún tipo de esquema, acaba de precipitarse junto a los otros contra el suelo. Percibo que Alberto se aleja y entierro la cara entre las manos luchando por asimilar todos los datos y situaciones que se han desarrollado en esas intensas últimas horas. Tengo ganas de correr detrás de él y abrazarme a su espalda como si no fuera a pasar el tiempo pero, ¿para qué? Sería cobarde e infantil; no puedo decir qué querría hacer después y esa es la injusticia que he venido repitiendo siempre.

Cuando me incorporo, Alberto no es más que una mota contra la línea del horizonte. Me he quedado helada y decido levantarme. A mi lado, todavía, está el instrumento que ha presenciado toda la conversación en silencio.

Me levanto y me llevo la guitarra de Alberto conmigo. No me doy cuenta hasta ese preciso momento de que yo también quiero protegerla, aunque no sea mía.

(...)

jueves, 10 de noviembre de 2016

- No puedes simplemente acercarte a mí, después de años, casado, y decirme que piensas en mí. No puedes.
- ¿Por qué no?
- ¿Quieres a tu esposa?
- Sí, claro que la quiero. Y tú quieres a tu marido. Esto es diferente.
- ¿Cómo?
- Porque somos nosotros. Somos Damian y Diana. Siempre lo seremos. Nada va a cambiar eso. Y es mejor que lo aceptemos... Sabes que es verdad.

Diana, de la película Nine Lives (2005)
*Se puede ver la escena completa (que funciona a modo de cortometraje), en inglés, aquí. Rodado en plano secuencia y con un trabajo interpretativo impresionante.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Nosotros no fuimos nada, porque ni siquiera éramos un nosotros. Simplemente fuiste una agradable cadencia que durante unos meses alejó la imperiosa necesidad de dedicarle tiempo a mis heridas. Nunca funciona. Nunca funcionan esos intentos de querer volcar en unos ojos ajenos nuestras penas, porque nuestras penas sí son nuestras, sólo nuestras, y si uno confía en que otro se las va a llevar, al final, se quedan a vivir en nuestro cuerpo. Pero yo ya sabía que eso nunca funciona, por eso nunca lo intenté contigo, nunca respondí a tus promesas y nunca quise que nos fuéramos de viaje juntos. Curiosamente, sólo quería viajar conmigo. Pero afloraba la pereza cuando tenía que hacer las maletas, marcharme de las estancias llenas de polvo donde había estado viviendo hasta entonces y emprender un nuevo camino. Fuiste un paréntesis -oscuro, frío, leve, nimio- cuyo propósito no era otro que llenar mi tiempo mientras mi tiempo pensaba en otro, en esa casa y en esas cicatrices que, ya formadas, fueron tapadas con ropajes durante unas semanas. Mi tiempo nunca fue tuyo, porque sólo fue mío. Nunca te conocí, porque sólo estaba conociéndome a mí misma, con todos los cerrojos echados y todas las lecciones por aprender. No sé siquiera si te ayudé; supongo que fui tu excusa para fingir que te sentías completo y tus asuntos estaban en orden, mientras para mí eras el pretexto de necesitarme completa, para mí y para nadie más.

De todas formas, no puedo decir que cuando la melodía cesó me doliera. Más bien sentí alivio. Me quise más que nunca. Y entonces fue el momento de cerrar de un portazo la puerta de esa mansión en ruinas donde jamás te permití entrar.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Not this month.

"One more habit: if someone asks you to do something during your writing time, say no. Protect your writing time at all costs. If this is something you’ve wanted to do for years, chances are there’s a part of you that feels like a friend who gets ditched every time. That part of you is waiting to do this. They are also afraid you’ll ditch. Don’t do it. Not this month. Show up and write."*
(Alexander Chee)

Mensajes que te dan la vida y que te hacen pensar que los madrugones merecen la pena. El camino está ahí, esperando a que uno se decida a enfrentarlo.

*Un hábito más: si alguien te dice de hacer algo durante tu tiempo de escritura, di que no. Protege tu tiempo de escritura a toda costa. Si esto es algo que has querido hacer durante años, lo más probable es que haya una parte de ti que se siente como un amigo que siempre abandona. Esa parte de ti está esperando hacer esto. También tienen miedo de que abandones. No lo hagas. No este mes. Mantente ahí y escribe

jueves, 3 de noviembre de 2016

Power to the people.

“Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas”
(NC)

Captain Fantastic (2016)