sábado, 8 de septiembre de 2007

Yo estaba como estoy ahora. Es decir, consciente. En mi casa. Con mi ropa habitual de estar por casa. De humor indiferente. En la cocina.
Y, entonces, me asomaba a la terraza del patio de luces. Vivo en un primero y, por ello, es bastante amplia. Grande. Siempre nos caen diversos objetos con los que nos bendicen los vecinos.
Atravesaba la puerta que comunica la terraza con la cocina y me quedaba mirando al frente. A las ventanas y terrazas de los demás vecinos. Había tanta ropa tendida en todas las terrazas que apenas veía las demás casas.
Y fue cuando las vi. Mágicamente asustadoras. Un par de piernas siniestramente blancas. Me recordaron a la palidez con la que suelen describir a los vampiros. Eran tan blancas, tan carnosas. Como los cuadros antiguos. Y las uñas de los pies tenían un color carmesí admirable. Laca de uñas, seguramente. Pero el conjunto resultaba atractivo. Y supe que era una mujer.
Sólo veía las piernas. El resto del cuerpo estaba tapado por la ropa tendida. Pero deducía que estaba sentada en el alféizar de la ventana, con las piernas colgando.
Tenía curiosidad por ver el rostro de esa persona.
Seguía allí clavada, bastante tranquila. Era de día. Y mi madre preparaba la comida en la cocina.
Fue entonces cuando el sueño se volvió angustioso. Veía a esa mujer. Y su expresión. Sus piernas de deslizaban hacia abajo y su cuerpo iba cayendo al vacío mientras sus ojos iban cerrándose, mostrando una sensación pacífica.
Como si quisiera morir.
Y yo la veía caer contra el suelo. Su cabeza chocando contra la pared, no contra el suelo, y la sangre que iba recorriendo mi terraza vecina.
Estaba muerta.
Y yo seguía allí clavada.
Horrorizada.
Sin poder moverme. Ni gritar.
Y algo me decía que a nadie le había importado la muerte de esa mujer. Que nadie iba a socorrerla. Que pasaría inadvertida.
Y yo sentía un amor tan fuerte por ella...
No sé.
Fueron tristeza y miedo a partes iguales.

Y se acabó con esa imagen. Y mi horror. Mi corazón desbocándose. Y esa palidez. Esas uñas carmesí. El rostro aquel...
El horror siguió impregnándome durante toda la noche, mientras estaba sumida en la inconsciencia.

Fue extraño. Y no me acordé de él hasta horas más tarde. Y volvió el miedo.





Fue un sueño. O pesadilla. Pero tenía que contarlo.

1 comentario:

Yuki Ashura dijo...

Sueños y pesadillas van cogidos de la mano. A veces creo que distinguir entre ellos es innecesario, al fin y al cabo, sólo es otra realidad abismal a la que no podemos alcanzar en un estado de consciencia normal.

No me gustan las uñas carmesí por muy bonitas que queden con la piel nívea.