Titilantes, las luces parecen sonreír mientras las observo. Poderosas, saben que tan solo puedo hacer eso: encandilarme con sus formas cambiantes, preguntarme adónde van a llevarme esta vez. Me revuelvo entre las sábanas de inconsciencia que me cubren y procuro no moverme. Hace frío y me encanta. Me encanta que los escalofríos aguarden a que, inquieta, gire sobre mí misma y poseerme de la mano de un estremecimiento. Pero yo seré más rápida y huiré de ellos, me cobijaré en esas luces que me susurran, traviesas, que las siga. Y yo espero a que comiencen a tomar forma. ¿Qué forma, esta vez? Pues no siempre adquieren la que yo deseo, no se tornan parajes que no puedo visitar y cuya hermosura me arrebata las palabras y me llena el alma de abrazos de Mamá Natura, ni se metamorfosean en esos ojos que, mirándome desde arriba, me retan a ponerme de puntillas e intentar moderle la barbilla, empleando su pecho de punto de apoyo y provocando, tal vez, que liberen una lágrima que quieran secar mis labios.
No siempre es lo que deseo, o lo que creo desear, ya que muchas veces esas luces toman formas inesperadas que me llenan de incertidumbre, de gozo, de temor. Y siguen sonriéndome, ofreciéndome su mano. A veces creo que puedo ver más allá de mis ojos en su compañía, y así es. Esas luces tiemblan y me acarician con ternura, para después convertirse en poesía palpable y decirme que esta noche también sueño, pero que no me prometen si el recuerdo de esas imágenes será guardado en mi memoria y acudir a él cuando así lo quiera o, por el contrario, se quedarán en mi almohada, soplándome suavemente y consiguiendo que me estremezca mientras un prófugo escalofrío recorre mis adentros.
Esas luces siempre son las mismas. Cierro los ojos y allí están, enseñándome sus labios curvados mágicamente. En cambio, sus formas varían cada día. Pues acaban convirtiéndose en sueños, caprichosos y alentadores, fármaco inmejorable para matar las horas que me separan de los ojos que, con suerte endulzada, derivan de esas luces fascinadoras.
2 comentarios:
Esas luces son las luces de la felicidad.
Si estiras la mano lo suficiente puedes llegar a cojerlas. Soltarlas o no ya es cosa tuya.
Pero, quizás si tardas demasiado se apaguen. Nada es eterno =D
Te voy a ser sincero, soñadora.
Tuve que hacer un trabajo de lengua ayer por la tarde. Hoy tocaba entregarlo.
Me pegué (ojo al dato) desde las 16:50 hasta la una y media de la madrugada.
El trabajo trataba sobre un libro, "Las leyendas", de Gustavo Adolfo Bécquer. 200 y pico páginas que me tuve que tragar en una tarde.
Y tu te preguntaras "Ahm... ¿Y esto a que viene?"
Pues... tal vez sea por azar, por el horror de tragarme ese peñazo en tan poco tiempo, o no se... pero me has recordado a Bécquer.
Y algo me dice que cada vez que entre a tu blog me acordaré de él. A veces para bien, y normalmente para mal ;P
Un abrazo gordote, soñadora.
No desesperes en los partidos, y descarga tu (poca?) furia en ellos. :)
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