sábado, 15 de marzo de 2008

Le dije que quería que escribiera mucho, que quería tener mucho que leer a mi vuelta. Para calmar la sed de palabras que vaticinaba que iba a tener. No me equivoqué.

La imagen de una Venecia cadenciosa mientras el vaporetto nos trasladaba allí me dejó muda. Me sentí afortunada al comprender que estaba en un rincón único en el mundo, en un universo dentro de este tan inmenso, un lugar recóndito que no es comparable a ningún otro. La piedra de sus calles se hermanó con el frío viento apretándome las mejillas, pero sin cortar ni una sola de las sonrisas de fascinación que me producía todo aquello. El suave balanceo de la góndola me trajo el eco de las palabras que andaban esperándome en mi hogar, en ese hogar que se situará siempre donde se sitúe él. Noté la sed entonces y volví a sonreír mientras fotografíaba el paisaje pensando en él. También había estado allí, en mis adentros, acariciándome desde lo más profundo. Deseé con todas mis fuerzas volver a ese edén accesible a nuestros sentidos, volver a recorrer sus calles y sus vistas. Con él.

Luego vino Florencia, un cúmulo de arte y de belleza que hizo que me sintiera minúscula entre tanto nombre en mayúscula y tanta naturaleza fosilizada en majestuosas esculturas que te observaban desde arriba. Me sentí la reina del mundo en lo alto de la Cúpula de Santa María del Fiore. Cubierta por el incesante golpeteo de la lluvia en mi piel, entreabrí la boca para ver si ese agua calmaba mi sed. Miré al horizonte contando los días. Ya estábamos más cerca, aunque él seguía dentro. Sabía que tendría mucho que leer.

También Verona, con su romanticismo y sus parejas intentando plasmar a gritos desgarradores de bolígrafo su amor en la pared del túnel de la casa de Julieta. Y Pisa y su foto típica, con Milán y sus miles de tiendas no aptas para bolsillos agarrotados.

Los días echaron a volar y volví, volvimos, a casa. Escuché sus palabras antes de que las que forman sus mundos me cosquillearan el alma. No me había equivocado. Tenía mucho que leer y ocasiones para descubrirme, ruborizada, entre los caminos que forma con cada sílaba y cada parte de él que otorga a todo lo que escribe. No había fallado, no me había fallado. Se convirtieron en el bálsamo que apagó el sabor salado que había tenido la ducha posterior a la tormenta interna. Me curó su voz y limpió los grumos que se habían adherido a mis entrañas mientras lo echaba de menos.

Volvimos. Con miles de imágenes frescas en la memoria. No me arrepiento de que la gran mayoría lleven su nombre, de que fuese él quien me acompañaba en cada trecho que recorría. Tampoco me arrepiento de ninguno de los besos que han hecho enmudecer a sus ojos y a los míos. ¿Sabéis qué? Tengo que volver a Italia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que a la proxima vez que te vayas a italia pienses en yus blogcompañeros y te los lleves cn tigo ¬¬

Me ha gustado mucho lo que has escrito, como has dejado ve esa parte de ti... y yo tanto tiempo sin pasarme x aqui T.T

Bss