Creo que ya ha vivido lo suficiente para pintarle los labios de carmín. Que se ha asomado al mundo con cautela y ha madurado en parte, de mano en mano, de mente en mente, siempre titilando la ilusión. Podemos adornarla con el rojo de la adolescencia que está a punto de expandirse. Y así corregir sus imperfecciones y resaltar la magia de su boca, para que las palabras que cante tengan un regusto más dulce, la historia que nos tatúe nos encienda el recuerdo en tonos de otoño.
No sé si está de acuerdo, pero ya lo he hecho. Y la veo más hermosa, más mayor. Con su grosor encantador sin más, y ligeramente abultada porque me he dejado el lápiz de labios dentro, para que le dé calor y no deje de escribir sobre ella una sola sílaba.
Me invade una fría sensación de estar metiéndome demasiado en territorio vedado, pero me ha otorgado una paz maravillosa que me va a hacer soñar esta noche de una manera distinta y tenía que escribirlo. Intentar desgranar la esperanza que ha ido creciendo justo en mi estómago, mientras todos ellos me contaban sus historias.
La veo preciosa. Con su recién estrenado rojo pasión, brutalmente provocativa. Está creciendo, aunque pensáramos que ya lo había hecho del todo... Puede disponer aún de cosas por aprender, hacerse más elegante, alcanzar su propósito mientras sonríe con timidez, ya con un tono de labios más discreto. Tal vez resulte extraño, tratándose de la corrección de una novela, del cachito de vida del escritor convertido en papel, de párrafos de sueños y sensaciones dispuestas a ser descubiertas. Esperando, paciente, a que el mundo la haga crecer.