Quizá quede un poco maruja decirlo pero a veces agradezco tener que fregar después de comer. Porque es el tiempo justo en el que la calefacción todavía no ha empezado a calentar la casa e introducir las manos debajo del chorro de agua hirviendo me encanta. Por eso me ha sorprendido que hoy, mientras enfríaba el agua porque ya era demasiado, siguiera temblando. Hasta que he comprendido que no era el frío de la casa, ni el hecho de encontrarme las tazas del desayuno sin fregar revelándome un amenazador mensaje, sino que los temblores procedían de dentro, del frío de dentro.
Suelo sentirme egoísta si estoy triste. Porque parece que no hay motivos suficientes o que los que hay son superados por otros y me dejan a mí en una situación ridícula. Sí, lo pienso a menudo. Que no debería abandonarme a la tristeza ni dejar que me domine así. Pero juro que siento que me desgarro por dentro y no entiendo el porqué de esos momentos de desaliento. No lo entiendo. Y lo peor es que me siento egoísta, y culpable, porque pienso que no es lo adecuado, y que el sol brilla demasiado en mi cielo para verlo todo de este gris.
Tengo arrebatos puntuales que me dejan aquí, y casi siempre desecho escribirlos. No obstante, supongo que ahora mismo, en este mismo momento, me ha parecido adecuado hacerlo. En un rato me levantaré o me levantarán y seguiré caminando como si nada, bordeando peligrosamente la línea que me separa del precipicio.
A lo que quiero ir es a que no entiendo por qué. Por qué me ocurre esto, este desastre emocional que albergo y que enrejo. Levantando las olas durante la tormenta de una manera demasiado salvaje, para que cuando ésta se desplace se vuelva a quedar mi mar en calma, abrazando los desperfectos que adornan ahora la playa. Supongo que la respuesta es sólo mía, y que inconscientemente lo sé. O no. A saber.
Me he sentido con derecho de pasar de los verdaderos motivos, de comparar y empatizar los sentimientos. He querido soltarlo todo sin más para poder decir que estoy en paz. Sentada sobre la cama, con los minutos demasiado lentos, tecleando sin otra cosa en la mente más que mi propia situación.
Supongo que es por eso. Por lo que temblaba. Y porque cuando la piel de mis manos se ha habituado a la temperatura del agua he sentido el mismo calor en las mejillas. Mientras se me empañaba la mirada, y quitaba el jabón de las paredes de cristal de los vasos.