viernes, 27 de febrero de 2009

Dos años pueden dar para mucho. ¿No es así? Por eso hoy, dos años después de que empezara este camino incierto, quiero explicaros el porqué de su calificación.

¿Que por qué estaba buscando tiritas?


Simplemente porque a veces el corazón las necesita. Y era entonces cuando estaba día y noche con la misma canción en la cabeza, con los versos finales, esos que dicen...

Tranquila cosita, ¡no ha sido nada!
P'al corazón, tiritas y "pa" mi rabia, pomada.
¡Que no ha sido nada!


jueves, 26 de febrero de 2009

Quizá quede un poco maruja decirlo pero a veces agradezco tener que fregar después de comer. Porque es el tiempo justo en el que la calefacción todavía no ha empezado a calentar la casa e introducir las manos debajo del chorro de agua hirviendo me encanta. Por eso me ha sorprendido que hoy, mientras enfríaba el agua porque ya era demasiado, siguiera temblando. Hasta que he comprendido que no era el frío de la casa, ni el hecho de encontrarme las tazas del desayuno sin fregar revelándome un amenazador mensaje, sino que los temblores procedían de dentro, del frío de dentro.

Suelo sentirme egoísta si estoy triste. Porque parece que no hay motivos suficientes o que los que hay son superados por otros y me dejan a mí en una situación ridícula. Sí, lo pienso a menudo. Que no debería abandonarme a la tristeza ni dejar que me domine así. Pero juro que siento que me desgarro por dentro y no entiendo el porqué de esos momentos de desaliento. No lo entiendo. Y lo peor es que me siento egoísta, y culpable, porque pienso que no es lo adecuado, y que el sol brilla demasiado en mi cielo para verlo todo de este gris.

Tengo arrebatos puntuales que me dejan aquí, y casi siempre desecho escribirlos. No obstante, supongo que ahora mismo, en este mismo momento, me ha parecido adecuado hacerlo. En un rato me levantaré o me levantarán y seguiré caminando como si nada, bordeando peligrosamente la línea que me separa del precipicio.

A lo que quiero ir es a que no entiendo por qué. Por qué me ocurre esto, este desastre emocional que albergo y que enrejo. Levantando las olas durante la tormenta de una manera demasiado salvaje, para que cuando ésta se desplace se vuelva a quedar mi mar en calma, abrazando los desperfectos que adornan ahora la playa. Supongo que la respuesta es sólo mía, y que inconscientemente lo sé. O no. A saber.

Me he sentido con derecho de pasar de los verdaderos motivos, de comparar y empatizar los sentimientos. He querido soltarlo todo sin más para poder decir que estoy en paz. Sentada sobre la cama, con los minutos demasiado lentos, tecleando sin otra cosa en la mente más que mi propia situación.

Supongo que es por eso. Por lo que temblaba. Y porque cuando la piel de mis manos se ha habituado a la temperatura del agua he sentido el mismo calor en las mejillas. Mientras se me empañaba la mirada, y quitaba el jabón de las paredes de cristal de los vasos.
Ha roto a llorar en mi regazo y no he sabido cómo reaccionar. ¿Acariciarla? ¿Susurrarle un consuelo que no sé? Entre sollozos me ha contado que le duele sentir a veces que no tiene siquiera nada que perder. Que su futuro se tambalea. También me ha dicho que le jode pensar en el futuro porque lo encuentra casi siempre estúpido.

De todas formas, me han dado un calor extraño sus lágrimas. Me he sentido egoísta al verme renacer gracias a sus lamentos. Uno de esos momentos en los que te limpias por dentro ordenando los estantes de tu alma.

Me ha confíado, mientras temblaba como un niño, que le da miedo desaprovechar sus sueños. Y que jamás querrá ser la propia barrera que los impida crecer. Pero que a veces se sumerge en un letargo muy extraño, lleno de bruma, y no sabe salir de ahí. Y que es cuando piensa que tal vez se esté equivocando en cada paso. Para que cuando quiera volver sea ya demasiado tarde.

Así ha estado un momento. Entre sacudidas y balbuceos, todo en absoluto silencio, sin construir palabras, porque no tiene voz. Pero haciéndomelas sentir dentro, dibujándome sus penas en los mismos pensamientos. Así ha estado hasta que se ha desparramado poco a poco por mi pecho y en sinuosos movimientos ha vuelto a su sitio.

Pegada a mis talones, como huyendo de Neverland, recompuesta ya. Respirando tranquila, como después de una rabieta, acompañándome siempre oscura como es ella.

lunes, 16 de febrero de 2009

A pesar de decir que estoy perdiendo mi capacidad creativa puedo desplegarla si la necesidad es agobiante. Estoy segura de que si me lo exijo y dejo de remolonear no será difícil. Tan solo esfuerzo, y ganas. Y de esto último no faltará.

Podré crear nuevos colores y darle pinceladas al cielo para que cambien estos atardeceres grises y que permanezcan como el de hoy, de un rosa intenso, amenazando con hacer arder las nubes e invadirnos de calor a todos. O dibujar de memoria el contorno de esa sonrisa y darle sombras de carboncillo para que se haga tan real que logre besarme. Riendo yo por dentro, satisfecha y artista.

También, claro está, sería capaz de recitar versos memorizados de antemano volcando en ellos todo mi sentimiento. O el sentimiento que me exigiera aquella que me poseyera en ese momento, dueña de mí, mirando a los ojos a mi sombra, que me esperaría tras los escalones que conducen a la gran tarima de madera. Versos que hablaran de la incapacidad de comunicarme que siento a veces y el miedo a hacer el dolor más creciente sin darme cuenta.

Por último, conseguiría erradicar el sentido figurado. Y hablaría en serio si te digo que todo sería para que la luz del sol rebotara en tus dientes si sonríes. Iluminándome así también a mí, disipando las sombras.

domingo, 8 de febrero de 2009

En todos los rincones veo fantasías que no acaban. Me gusta pensar que hay aspectos inalcanzables que me pueden hacer crecer. Además, tengo esta capacidad innata -no sé si por suerte o por desacierto- de desenchufarme de la realidad sin más y disfrutarme a mí misma. Así es como camino y veo fantasías por todas partes. Las elijo, las esquivo, soy capaz de quedármelas y darles forma.

Leo por las noches desde que era pequeña. Pero había noches que prefería dejar el libro donde está siempre, a los pies de la cama, y cerrar los ojos para así crear mi propio libro. Y me apetecía de veras, me apetecía mucho. En mi mente se iban tejiendo deseos. Me veía a mí, o a ellos, o a ese él que nunca llegaba. Podría disfrutar verdaderamente de la manera más sencilla y barata que he conocido.

Pero también estaban los momentos de desaliento, de maldecirme por subir tan arriba y olvidarme a veces de que permanecía abajo. Esa sensación de estupidez que me recorría entonces. ¿Para qué hacía lo que hacía? Esa era la pregunta del millón. Pregunta que se respondía sola cuando mi rostro lo cubría una sonrisa de tranquilidad al volver a hacerlo. Lo mismo que me hacía caer me levantaba.

Y ahora... De vez en cuando pienso que me estoy dejando, que ya no lo hago tanto. Pero es incierto. Esa parte de la niñez más pura de momento no me ha abandonado y se lo agradezco. Sigo siendo capaz de abstraerme. Lo que sí sé es que ahora mezclo imágenes reales, o hago a los recuerdos ensoñaciones. Supongo que es porque ya no me hace falta pensarme tanto, porque ese él parece que sí llegó, porque ellos me duelen y los amo mucho más. Más cerca. ¿Se le puede llamar crecer? No sé, pero es lo que siento.

¿Que por qué escribo esto en lugar de conservarlo como un pensamiento más? Porque quiero recordármelo, quiero que lo sepáis, me gusta decirlo. Decir que sigo siendo irremediablemente una soñadora empedernida.