Ha roto a llorar en mi regazo y no he sabido cómo reaccionar. ¿Acariciarla? ¿Susurrarle un consuelo que no sé? Entre sollozos me ha contado que le duele sentir a veces que no tiene siquiera nada que perder. Que su futuro se tambalea. También me ha dicho que le jode pensar en el futuro porque lo encuentra casi siempre estúpido.
De todas formas, me han dado un calor extraño sus lágrimas. Me he sentido egoísta al verme renacer gracias a sus lamentos. Uno de esos momentos en los que te limpias por dentro ordenando los estantes de tu alma.
Me ha confíado, mientras temblaba como un niño, que le da miedo desaprovechar sus sueños. Y que jamás querrá ser la propia barrera que los impida crecer. Pero que a veces se sumerge en un letargo muy extraño, lleno de bruma, y no sabe salir de ahí. Y que es cuando piensa que tal vez se esté equivocando en cada paso. Para que cuando quiera volver sea ya demasiado tarde.
Así ha estado un momento. Entre sacudidas y balbuceos, todo en absoluto silencio, sin construir palabras, porque no tiene voz. Pero haciéndomelas sentir dentro, dibujándome sus penas en los mismos pensamientos. Así ha estado hasta que se ha desparramado poco a poco por mi pecho y en sinuosos movimientos ha vuelto a su sitio.
Pegada a mis talones, como huyendo de Neverland, recompuesta ya. Respirando tranquila, como después de una rabieta, acompañándome siempre oscura como es ella.
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