Me han venido a la mente las gafas oscuras de mi padre aquel día nublado de principios de marzo. La ilusión fría, porque después de una semana llegué a casa y él ya no estaba. Me quedé sin sus canas un triste 23 de febrero y no me enteré. Fue luego, una semana después, oyendo el llanto de mi hermano, mi tía, mi madre, y mi padre conmigo. ¿Por qué se lo ha llevado, papá? "Porque a veces toca, y toca, hija, eso nunca lo podemos saber..."
El caso es que hoy no tengo siete años ni estaba nublado al amanecer. Y tampoco me ocultan las cosas, claro. Pero ha sido escuchar su descripción y me ha temblado algo dentro... que no sé. He temido a la sangre que expectora ahora, a su tristeza infinita desde hace tres años, el no haber ido a verla este domingo, su aislamiento, sus gritos de dolor cuando la sondaban y que se oían tras el espacio que separaba los dos teléfonos móviles. Sus inexistentes ganas de vivir. ¿Y nosotros qué?
He intentado imaginar cómo es vivir sin una parte de ti. Vives, sí, pero, ¿y ese vacío? A todos nos ocurre, si no esto sería un caos interminable, pero, ¿qué haces con el dolor? Sería una desestructuración brutal de mi vida. De mis domingos. Ella es la única que me queda.
Por eso me he muerto de miedo al ver otra vez las gafas oscuras de mi padre. Porque me niego en rotundo. Porque sé que eso no sirve de nada.
3 comentarios:
Le dedicaré a tu blog, el tiempo que merece.
Gracias por dejarme una huella y poder seguirte.
Mil besos.
A veces olvidas que ya no está esa persona, por eso te asalta el dolor, el miedo. El recuerdo.
Grato recuerdo de esa figura
Y te asaltarán preguntas desde el borde de la cama, la ventana tal vez, como hago yo, sin estar censurada por la persiana dejará que se cuele la luna y pintará de plata las sombras que treparán por tu garganta.
Tendrás tantas dudas... De si fuiste todo lo buena que deberías, si cumpliste con lo que se esperaba de ti, si no te dejaste nada por hacer o decir...
Pero recuerda una cosa: tú tienes mucho por recordar, por decir aquí fallé y aquí acerté.
Porque muchas veces es más doloroso el silencio, y hace que los bordes de la cama sean abismos de los que descolgarse al vacío, y la luna alumbra lo que puede con tintura de escarcha y más que nada llora con quien en ese momento se le atragantan las angustias...
Sin poder decir aquí acerté y aquí fallé. Sin poder decir nada, sin poder conservar nada.
Son preguntas de fuego que congelan el alma. Sin embargo hay algo que en ningún caso cambia: la vida siempre late y el que quiera asomarse a su pecho puede escuchar que no su pulso no acaba.
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