martes, 22 de septiembre de 2009

Cuando nadie le vea, tal vez, delineará líneas, todas curvas, para escapar del riguroso trabajo y diseñar, diseñar como siempre, pero diseñar mundos imposibles concurridos de ideas, de cuentas matemáticas... de serotonina.

Sé que a pesar de su alma científica y preguntona querrá soñar porque sueña tanto como yo, o más, o menos, no sé, pero sueña. También se entristece, y me pilla un poco con la guardia baja, porque estoy acostumbrada a que sean mis palabras las grises y no las suyas. Pero me agrada sentirme parte de su posible consuelo, cuando dice que quiere que hablemos, como vía de escape, o como una conversación nocturna más, antes de que nos eche mi madre, o su hermana, o la somnolencia de que mañana nos espera un día más.

No sé por qué llevo unos días pensando en regalarte un par de palabras. O algunas más. Porque me gusta verlo por aquí y que insista en que escriba, porque percibo que intuye por qué hace tanto que no escribo. Escribo para mí, para muchas personas, pero también para dicho delineante soñador que me insiste y me saca los colores.


Por esos pequeños detalles. Para un arquitecto. O un proyecto de. Me debes muchas almendras, que te quede claro.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Se acerca un momento importante, que puede marcar una muesca muy profunda en mi mapa de la vida. Es complicado aceptar que a los sueños se los agarra de los pelos para que no escapen, y convencerlos a susurros que no te dejen escapar a ti aunque ahora te parezca una locura. Puedes acabar suplicándoselo, de eso estoy segura.

Es fácil decir que lo importante es perseguirlos, coger ese tren, pero la complicación viene cuando el billete te lleva demasiado lejos, tan lejos que su perspectiva en parte duele y aviva más la llama del qué debo hacer. ¿Qué debo hacer? Lo tengo claro, y me siento feliz por haberme decidido al fin, pero hay más preguntas cuya respuesta me desagrada. Dónde, en qué circunstancias, durante cuánto... con quién. Me angustia que esta ciudad no vote por las artes de ningún tipo, que cualquier joven que quiera explotar su lado colorido tenga que volar del nido, más por obligación que por devoción. Preguntadle a artistas de cualquier tipo: amantes de la pintura, empedernidos títeres de un escenario, soñadores, como aquí servidora, que sueñan con una vida entre cámaras y estrés infinito, bullir de emociones, historias en los dedos que hagan vibrar a la gente.

Y ahora que sé qué es lo que quiero me da miedo. No temo a un inesperado cambio de opinión, pues sé que si ocurre será sincero y estaré a su merced; pero, llanamente, no quiero marcharme. No a la ciudad del agobio y el metro colapsado de caras somnolientas. Quiero salir de aquí, quiero experimentar en otros sitios, pero no lejos de mi hogar. Este hogar que han construido las personas que acuden a mi mente durante el día, con los que discuto, converso, hago locuras, estudio, observo... A los que quiero, ante todo, y me han hecho echar raíces allá donde vayan. Allá donde vaya.

Mis sueños han estado conmigo toda mi vida, cambiando de forma, y por ello les llevan ventaja. Pero me apena tanto tener que dejar mi pequeño imperio, mi mundo repleto de más, como siempre, de más mundos. Nunca he podido odiar al tiempo tanto como ahora. No es por tedio ni la angustia de la espera, sino por encaminarse hacia mí afilando los dientes y agitando en sus manos un gran lazo. Quiere atraparme, para llevarme con él. A cumplir parte de mis sueños, pero a pesar de ello siempre pensé que sonaría muchísimo mejor hacerlo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

No esperemos sin más. Un año más llega mi otoño y me trae razones que purifican los cansancios sudorosos del verano que nos abandona con garantías de volver en cuanto la primavera le deje. No esperemos porque esperar me quema y mata el tiempo, hagamos lo que sea menos esperar.

De momento puedo conformarme con esperar que no quebrantes mi libertad sino que sigas masajeando mis alas con tus dedos firmes y si, es posible, volar juntos algún día en el que no duela nada. O, si duele, que nos curemos las heridas el uno al otro. Me nutro ahora se sentir la magia de intuir que has escrito y comprobar que es cierto, de bucear en tu interior con o sin permiso para acabar conociéndote mejor y sonreír cuando me sorprenda.

El misterio que mata la rutina, que a veces espera temblando demasiado escondido pero resurge tarde o temprano. Por el momento me conformo con ello, con sentirme mejor compartiendo contigo todo lo que me atormenta aunque en ocasiones el dolor se siente con nosotros en nuestra conversación.

Con eso me quedo. Con eso y con que sencillamente acabamos siendo dos niños que juegan con la ilusión y la pasión y se enfrentan también al miedo. Dos criaturas que aprenden, que sienten, que temen, que aman.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Qué difícil era la copa vacía y el carmín etéreo flotando muy lejos de ella. Ir danzando con los platos en la mano como siempre, esquivando momentáneamente un asiento, una ausencia, un vacío infinito, un recuerdo. El tiempo corría despacio porque ya no venía la que siempre llegaba primero. Se sentaba, pausadamente, quejándose de su corazón y sus piernas las últimas veces, llenándonos de dolor con sus gritos ahogados, su no puedo más, y nuestro y nosotros qué.

Las velas extinguidas y las lágrimas escondidas en las habitaciones en penumbra, la infancia que anhelo muchas veces recorriendo el pasillo, una felicidad extraña, un parche que flaqueaba en las pieles de nuestra alma.


Hoy llueve en las pupilas por el dolor sordo de dolores pasados, del pecho subiendo y bajando, porque echar de menos no es suficiente en la única pregunta sin respuesta que nos asalta cuando nos dejan. Para no volver. Algún poeta puede cantarles indirectamente preguntándose que y adónde van, pero eso es todo. Por la picadura, también, fugaz o quizá no, de otro tipo de ausencias, más difíciles de tratar, porque son salvables. Pero igualmente duelen.