De noche el mar es más inmenso. La escasa iluminación en este pequeño pedazo de civilización en esta isla salvaje me brinda un cielo negro, perfecto. Tan perfecto que no se llega a distinguir su rotura contra la gran masa salada, y acaba difuminándose hecho espuma, entre la negra arena volcánica. Por un momento siento que estoy en un paraje mágico y desolador a la par; mi sitio... Un sitio donde podría estar tranquila para siempre, justo en la línea imposible que no conaigue separar el mar del cielo en la madrugada.
lunes, 22 de agosto de 2011
A quien mejor me conoce y más se sorprende de mí:
Después de todos estos meses, es muy agradable para mí saber que vos reposáis tranquila. Que ha vuelto el color a vuestras tímidas mejillas y poco a poco vuestra respiración es más estable. Llegué a temer por vuestra escueta sonrisa, llegué a pensar que os iba a engullir ese misterio que os acompaña, mi señora, y que en estos meses se había multiplicado desmesuradamente. Recé a los dioses para que regresarais conmigo, y aunque fracasé en muchas ocasiones, la dicha me embarga cuando pienso que no me di por vencida.
Porque, ¿qué me iba a quedar a mí, mi Lady, si vos os marchabais? Ya sé que eso sólo podían decidirlo vuestros agitados pensamientos, pero podría haberme arrancado la piel para que durmierais tranquila, haciéndoos un abrigo con ella para que no se os comiera ese frío del que tanto hablabais. Mi señora, la luz ha vuelto a vuestros ojos, puedo verla, y perdonadme si sonrío demasiado, pero me siento tan plena al ver que vos sois más feliz...
Os equivocasteis y nunca un error fue tan dulce. Os equivocasteis cuando decíais que no ibais a salir de este foso, que vuestras venas se estaban volviendo cada vez más azules porque los latidos os habían abandonado para siempre. Mentíais, señora, ¡y me alegro tanto de ello! Pese a todo, no me arrepiento de haberos secado ni una sola de las lágrimas que encharcaban vuestra delicada alma cada día. Estáis tan guapa sin llorar, contagiáis esa esencia infantil que temí se os agotara. Gracias al cielo mis temores no se cumplieron.
Mi señora, sigo estando a sus pies. Con vos siempre, cada día y cada noche, pues cuando vos sentís frío yo también, y cuando os sentís arder yo me siento de la misma forma. Las dos sabemos que esas malas noches no se irán del todo, pero sí podemos asegurar que respiramos tranquilas, que han cesado los temblores, que podemos mirarnos directamente a las pupilas sin miedo.
Mi Lady, perdonadme si alguna vez dije que os dejé de amar, pues fue una de las mentiras más viles que han salido de mis labios... Mis labios, que no son más que los vuestros, porque compartimos persona y cuerpo, y así será hasta que podamos, o hasta que una de las dos deje de amar a la otra, aunque creo que esto nunca ocurrirá.
viernes, 12 de agosto de 2011
Olfatea la puerta del ascensor esperando a que se abra, como siempre, con infinita impaciencia. Quiere salir ya a la calle, aunque al menos ya se le ha pasado el ímpetu inicial. Sigue respirando con fuerza con la mirada clavada en la gran puerta de metal, pero cuando oye el primer sollozo roto vuelve la cabeza y me mira con cautela. A la segunda sacudida de hombros se acerca hasta a mí, sin dejar de mirarme, y comienza a llorar suavemente, hasta que le rasco la cabeza y la junta con mi muslo.
Con mis mejillas apoyadas en la parte superior de su hocico, dejo que las lágrimas se pierdan en su pelaje blanco mientras le doy sonoros besos en la coronilla, y pienso que si bien es el recordatorio más nítido de por qué sufro, también es el alivio más importante que conozco. Soy consciente de que puede que en un periodo corto de tiempo sea otra quien lo saque cuando su verdadero dueño no pueda, y sea en otra en quien apoye su cabeza cuando los tres estén sentados o tumbados en el sofá. Sé que arañará otros brazos y probablemente lama otras lágrimas, pero en este preciso momento, en la quietud del ascensor y en la intimidad de estar solos en esa casa... Su inocencia me cura. Me quiere, a su manera, me mira con esos ojos marrones llenos de infancia y dejo de sollozar, porque no quiero asustarlo y porque Platón tiene razón en una cosa. Simplemente, vive.
sábado, 6 de agosto de 2011
Sandra me habla del regalo de cumpleaños que le hizo su chico, y me relata los días increíbles que pasaron en la playa, y la sorpresa que se llevó cuando él le explicó en qué iba a consistir el regalo. Mientras tanto, en otra conversación comento con un amigo que a veces quedarme en casa es mi mejor alternativa, porque ninguna otra opción me suele satisfacer, y las mismas paredes azules que pintamos hace tres años -cuando todo era muy diferente- acaban haciéndome daño en los ojos si las miro mucho rato.
Me hastía el calor, esas paredes azules, que hayamos dejado atrás los tiempos en los que pintamos esas paredes, los mismos paisajes, la falta de ganas de recorrer otros, otro fin de semana desperdiciado a pesar de que en teoría iba a ser lo único que íbamos a tener... Me desesperanza que siga fallando lo mismo, que los problemas sean los mismos, y mis anhelos me cambien, pues todavía noto esas ausencias, a la espera de que acepte que no se van a llenar jamás. Que cada uno es como es, y en aceptar a las personas está la gracia, pierdas lo que pierdas, con tal de comprender que son así.
Y si hay algo que me falte en el aire, en los adentros, tendré que buscarlo en otra parte, en otros ojos o en otras líneas. No es injusto, sino uno de los hechos más justos que nos ofrece la naturaleza. Si todos fueran como nosotros y cumplieran nuestras expectativas y lo que esperamos de ellos... ¿qué gracia tendría? Aunque tal vez sí se mitigaría, a cambio, mucho más este dolor que me pone de los putos nervios.
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