sábado, 3 de septiembre de 2011

La charla se disuelve sin miradas directas ni palabras de despedida. Ella ni siquiera es capaz de enfocar la mirada para contemplar, quién sabe si por última vez, a esa pequeña criatura blanca que enciende el ánimo siempre.

Él, el de estar solo consigo mismo y deseo de no estar con nadie más, se va porque ahora lo que desea es acudir a una cita. Ella, quien no había pensado en la soledad voluntaria y tenía una cita a la que ya ni llega ni es capaz de ir, se retira con mirada temblorosa a su casa para no volver a salir.

Irónico, vacío, con falsa valentía. Se invierten los papeles. A destiempo. La soledad ha de ser soledad perpetua, sobre todo si es escogida, y nunca a medias. Nunca una excusa. Sobre todo si hay lágrimas. Sobre todo si ha existido la crueldad de una última arremetida fría mientras ella intentaba calmar su temblor. Las palabras de él... Se guardan en el archivo donde se guarda todo lo que ocurre cuando te atraviesa la espalda como un puñal el llanto. Un archivo borroso, lleno de dolor, poco útil para la vida.

Más útil habría sido evitar el Deja de lloriquear, una última mirada, hablar más bajo cuando él dice que se va a ir ahora porque ha quedado, demostrando su entereza. ¿Por qué no asumimos la carga de nuestras palabras? Este juego destructivo.

Ella quiso hace tiempo que se acabara. ¿Por qué no lo hizo? Porque en el amor siempre son dos, y las decisiones de uno afectan al otro. Por eso... No por ser cobarde. Por pecar de ingenua, como cuando tenía quince años y la cegaba la falsa maravilla de algo que ni siquiera tenía forma.

1 comentario:

Euforia dijo...

Muchas gracias por querer compartir tus palabras conmigo, significa mucho :)
Espero que sólo sea un mal momento y que las cosas cambien a tu alrededor... Cambios. Son tan inesperados que sigo sin entender algunos.

Besos de cristal y ánimo