Sólo alcanzo a musitar que ahora es cuando la distancia duele más. Porque comienza siendo una constante para mutar en circunstancias como estas a una completa sensación de inutilidad. Quiero estar ahí aunque no pueda hacer nada, aunque parándome de pie donde he estado siempre sólo me salga dejar a la rabia precipitarse a través de mis ojos. Aunque ya no sepa de dónde sacar las fuerzas y el universo se torne de repente un ser huraño y cruel. Prefiero eso a coger un autobús en silencio y que cada kilómetro que me aleja del problema sea una astilla que me infecta más y más la herida. No me importa el silencio que va a cumplir ya 21 años; me importa no estar ahí ofreciendo mis pupilas, titilantes, para que bebáis de ellas como yo bebo siempre -siempre- de las vuestras.
Aquí en Getafe no salgo de la espiral de susurrarme que no es justo. Que quiero que se acabe ya este fantasma que nos ha acosado siempre y que nos acrecienta el dolor cada vez que se alza inabarcable y nos engulle. Una y otra vez. Cuando lo que debería hacer es estar ahí. En pie, como siempre, aunque el alma implore caer de rodillas y rendirse ante esta reiteración tan dolorosa. Sintiendo cada latido como un toque de atención, un recordatorio de por qué tengo esta sangre y no otra. Siendo parte de vuestro soporte. Igual que vosotros sois y seréis siempre el mío.
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