- ¿De verdad que vas a acompañarme?- preguntó él extrañado, mirándola a esos ojos claros.
- Pues claro. ¿Qué te crees?
- Entonces dame la mano y cierra los ojos. Escúchame.
Y, valiente y decidido, se la llevó bien lejos. Le enseñó los secretos mejor guardados de los bosques; la infinidad de criaturas que allí habitaban, entre raíces y ramas, agazapadas y temerosas del aparente odio del ser humano a sus frutos. Ella se aterrorizó al principio, cuando las conoció, a todas, felices de una forma triste, condenadas a permanecer escondidas en los troncos de los árboles, o donde fuera.
Y, valiente y decidido, se la llevó bien lejos. Le enseñó los secretos mejor guardados de los bosques; la infinidad de criaturas que allí habitaban, entre raíces y ramas, agazapadas y temerosas del aparente odio del ser humano a sus frutos. Ella se aterrorizó al principio, cuando las conoció, a todas, felices de una forma triste, condenadas a permanecer escondidas en los troncos de los árboles, o donde fuera.
Más tarde escuchó atenta sus
historias, y se le llenó el alma con la ilusión que todos aquellos seres
otorgaban a cada palabra. En sus ojos sintió titilando las emociones, y cómo se
derramaban hasta sus labios las sales que habían permanecido en sus adentros
demasiado tiempo. Pero siempre estaba él, con su luz, cogiéndola de la mano e
impidiendo que se cayera. Guiándola. Tuvo que despedirse de todos ellos, pero
prometió que volvería, siempre que la necesitaran, y que los escondería de
cualquier peligro, incluso del ser humano, al que temían tanto.
- ¿Y por qué me has pedido que te acompañara? - le preguntó ella cuando se alejaban de los bosques.
- Quería que vinieras conmigo. Que estuvieras aquí.
Ella sonrió de esa manera tan suya, tan gris, y esperó al siguiente destino.
- Quería que vinieras conmigo. Que estuvieras aquí.
Ella sonrió de esa manera tan suya, tan gris, y esperó al siguiente destino.
La paseó por los océanos y los
ríos, le presentó a las criaturas que habitaban las nubes, y le susurró que
había muchas más, que ya ni siquiera salían a la luz, que iban muriendo poco a
poco porque se habían dado por vencidas. Ella contempló la Tierra en toda su
extensión, y pensó en los millones de recovecos que resbalaban a la mirada de
la gran mayoría por culpa del descuido de muchos y el temor de unos pocos. Esos
pocos… ¿Y si desaparecían?
- ¿Por qué?
Él no respondió a su pregunta.
Simplemente la abrazó y ella sintió todo su calor, allí mismo, y decidió
deshacerse de las alas de metal que arrastraba y se sintió libre, entre sus
brazos. Y volvió a llorar, esta vez de verdad, aliviándose de ese quiste de
tristeza que se le había ido formando en las entrañas.
Y así vio la Tierra también el primer
Arcoiris, desperezándose del inesperado nacimiento, mientras la Lluvia y el Sol se
abrazaban en silencio. Todavía sale, a veces, cuando el llanto de ella es tan
desconsolado que él acude, una vez más, y la mece en silencio hasta que apaga
sus penas. Pero ella sonríe. ¿Por qué? Porque les prometió a esas criaturas que
volvería. Y cada vez que lo hace y ve que siguen en pie llora, hablándoles así,
contándoles que lamenta que sigan vivas sin que nadie más pueda verlas,
disfrutar de su presencia. Solamente preguntarse a qué viene este aguacero, si
querrá decirnos algo, por qué parece que llueve con tanta fuerza.
NOTA: cuentecillo escrito en 2008 y recuperado hoy de casualidad haciendo limpieza de correo electrónico.
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