Existe la bondad; la he visto en tus ojos.
miércoles, 30 de octubre de 2013
lunes, 28 de octubre de 2013
Como esos viejos árboles.
A veces la vida depende de una transfusión de sangre. Es curioso cómo pueden separar la vida de la muerta apenas unos latidos que no dependen de nosotros. Cómo alguien presta ese preciado líquido carmesí para que otra vida siga adelante. Cómo la salva, permitiendo que su corazón siga bombeando gotas de existencia.
Pero, ¿qué ocurre cuando no sólo de sangre se alimenta el corazón? ¿Por qué no pueden condensarse en milímetros cúbicos las fuerzas, las ganas, el aguante? Quiero dárselo todo igual que me lo dieron ellos a mí. Pienso en que ojalá la sangre lo arreglara todo, y no sólo la falta de vida, porque iba a dársela toda. Quiero librarme de la piel, del corazón, de cualquier cosa que esté en mi ser y dependa de mí. Porque todo lo que dependa de mí quiero dárselo. Incluso las lágrimas que ya ninguno tenemos; para que puedan desahogarse y, al menos por el efímero instante de calma que sigue al llanto, sean libres.
Quiero quedarme vacía, con las rodillas clavadas en el suelo, jadeante, al borde de la expiración si así puedo salvarlos. Quiero salvarlos. Quiero salvarlos porque ahora sé que esto no va a parar nunca. Sé que va a caminar con nosotros de la mano como una de esas realidades intrínsecas que nos llenan de sombras y nos clavan las uñas en el alma. Por eso quiero que se salven, que esto siga pero ellos se salven, y así ya no habrá lugar para mis gritos cuestionándome la injusticia o el equilibrio. Si ellos están fuera, me dará igual.
Cuando algo así sigue ocurriendo, el resto de problemas pierden importancia. Cuando una y otra vez acosa esta realidad dolorosa y tan constante, las pequeñas preocupaciones se me antojan apenas rasguños, arañazos inconscientes. Ojalá esto dependiera de una transfusión de sangre. De un mero intercambio de glóbulos rojos y plasma.
Así intentaría al menos curaros las heridas desde mis venas, e iría remitiendo este frío en mis costillas. Frío que grita vuestros brazos, fuertes o débiles, abrazándome, siendo parte de mí y recordándome el concepto. Lo que significa, a pesar de todo el daño y los recuerdos manchados, a pesar de los pinchazos de angustia y los momentos de pánico. Recordándome lo que significa la sangre. Algo tan cotidiano y tan vital como la sangre.
miércoles, 23 de octubre de 2013
- Tina...
- ¿Sí...?
- ¿Sabes cómo se siente una persona en un desierto sin arena..., sin insectos..., sin aire... ? Así me siento yo.
Alfonso Vallejo.
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Es increíble Madrid. Son las seis de la mañana, hace frío, es martes y ya hay gente en las calles. Siempre he pensado que eso de que las calles no están puestas aquí no se cumple porque creo que no se quitan nunca.
Volviendo a casa pienso en otra mañana, cada vez más lejos, en la que San Sebastián me daba los buenos días. Estaba muy gris San Sebastián. Y recuerdo que pensé en que era una mañana perfecta para un domingo, con el mar en calma y el cielo encendido en plata impulsando esa pesadez que se pega a la piel cuando el día está nublado. Como una invitación al alma, para que lo acompañe. He recordado que a pesar de todo sonreía, y el día no me podía parecer más amable, a pesar de las ganas de dormir y descansar por fin.
He conectado estos dos momentos porque en los dos mi sonrisa estaba cansada pero a gusto. En los dos momentos en mi mente brillan con fuerza ciertos reflejos a pesar de la oscuridad o el ambiente gris. Reflejos azules. Si cierro los ojos todavía puedo verlos.
viernes, 11 de octubre de 2013
Estoy sentada en silencio, pensando, cuando noto que alguien se sienta a mi lado y me abraza por detrás. Sé exactamente quién es sin necesidad de verle el rostro o escuchar su voz. Siempre acude a mí en ocasiones como esta. Jamás falla.
- Sólo estoy reflexionando. Necesito tiempo. Pero gracias por venir.
- Lo sé, por eso sólo me quedaré aquí. Contigo. Un rato más.
Cierro los ojos y me acomodo más en su pecho mientras pienso que ella piensa que no voy a aguantar mucho más sin hablar. Que al final siempre hablo. Exploto. Y ella está ahí para escucharme. Es algo que sé.
- Simplemente duele, ¿entiendes? Es una de estas veces en las que está el dolor bien adentro y tengo que esperar a que deje de gritar para asumirlo y afrontarlo.
- Lo sé, pequeña. Pero yo sé que puedes.
Volvemos a quedarnos entonces en silencio y a los minutos comienza a notar mi cuerpo trémulo, y desde las yemas de sus dedos me calma el agua y sal de las mejillas y me susurra que todo va a ir bien, porque estamos juntas. Yo sonrío amargamente pero agradezco su presencia. Como siempre.
- Recuérdalo, nunca debes responder a la amargura o a la venganza. Estás tú, antes que todo lo demás, y en tu integridad reside la clave para no volverte loca, pequeña. Asúmelo, como siempre. Acusa el golpe pero sigue adelante. Siempre habrá dolor... Así que no dejes de luchar cuando te haga mella. No te fíes, pequeña. No termines de fiarte nunca.
- Lo sé, pero...
- Tienes el mejor ejemplo en casa. Sabes lo que las decepciones pueden hacerle a un ser humano. Sabes cómo pueden reforzar la debilidad más primigenia. Sabes que puedes acabar como él si te abandonas a ti misma.
La miro atónita. Aprieto su mano entre las mías. Me calma.
- ¿Sabes qué? Cuando volvía a casa había en mi calle una chica joven llorando y gritándole a un chico que caminaba unos pasos por delante de ella. Le preguntaba a lágrima viva por qué la hacía sufrir así, que qué le había hecho ella a él para merecer ese trato. Yo he pensado al verla que podría estar como ella. Llorando y gritando. Incluso he recordado que hace años estuve así alguna vez. De verdad. Pero ahora prefiero parar y pensar. Reflexionarlo. Y, si lloro, no llorarle a nadie.
Ella me sonríe mientras me acaricia el pelo y yo voy notando el calor de nuevo en mi pecho, y cómo se va extendiendo por mis venas curándome el dolor que se me ha quedado atrapado debajo de la piel. Estoy lista para dormirme relajada y en paz, a pesar de que sé que va a marcharse, que va a dejarme sola otra vez. Pero esto funciona así.
- Te echo de menos-le digo.
- Volveremos a vernos, pequeña. Siempre que me necesites.
Y me besa y la beso segundos antes de verla desaparecer. Se disipa su imagen en blanco y negro y me quedo en la oscuridad de mi habitación pensando en ella. El dolor sigue aquí, pero con ella siempre recuerdo que puede pasar a formar parte de mí sin rabia, sin rencor, sin amargura. Como forma parte de nosotros alguien que se ha ido, a quien dejas de ver sin que puedas hacer nada y quien te hace aprender a convivir con su ausencia quieras o no. Pero sigue ahí. De alguna manera... Sigue ahí.
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martes, 8 de octubre de 2013
Monica Vitti y Richard Harris se decían a sí mismos en El desierto rojo, de Michelangelo Antonioni, que tal vez existía un lugar en el mundo donde se estuviera mejor. Hastiados y confundidos, observaban un mapamundi con dicho interrogante en los ojos. Ese era su anhelo. Porque sólo así podrían escapar. Escapar de esos paisajes desolados que presentaba Antonioni y también de ellos mismos, de sus desviaciones e incertidumbres.
Yo nunca he dudado sobre si existe un lugar mejor en el mundo. Sé que sí, aunque también sé que depende en gran parte de si queremos dar con ese lugar o no. Sin embargo, hoy ante mi propio mapamundi no puedo evitar preguntarme si existe un momento de pausa, de paralización total de la existencia.
Apenas un instante en el que pueda vaciarme por completo y no ser más que un ente. Nada más que un espíritu todavía sin corromperse o mancharse, sin haber sido llenado de absolutamente ninguna experiencia. Quiero una pausa. Un momento de amparo en el que no tenga que contestar preguntas, cuestionarme, sostener a nadie más, preocuparme, tener que sonreír aunque no quiera, fingir que todo va bien, tener paciencia, dar explicaciones, cometer actos racionales, pensar en los demás, sentir todo lo que sienta, reflexionar, hablar, consolar a alguien, escuchar. Quiero desconectarme. Ser solamente un recipiente que tenga que volver a llenarse. Respirar fuerte o lentamente con la tranquilidad de que nadie va a escuchar mi aire, o mis sollozos. Vaciarme. Aunque sea consciente de que pasados unos segundos tendré que recoger mis miserias del suelo y volvérmelas a cargar a la espalda para seguir caminando.
Estoy exhausta. Lo noto en el dolor en el pecho y en mis pasos vacíos cuando camino a cualquier parte. Estoy tan cansada que sólo alcanzo a extender ese mapa tan mío, tan visceral, y acordarme de esos dos personajes, perdidos y a ratos derrotados, que el maestro italiano erigió con ayuda del celuloide. Así como de la frase que puso en sus labios, y de la que me adueño tras una ligera modificación, porque de alguna manera la llevo grabada en la piel.
Quién sabe si existe en el mundo un instante donde se esté mejor. Tal vez.
domingo, 6 de octubre de 2013
miércoles, 2 de octubre de 2013
Hey, open wide here comes original sin
- Nunca quisiste ser la novia de nadie y ahora eres la mujer de alguien.
- Hasta a mí me sorprendió.
- No creo que yo llegue a entenderlo nunca. Vamos, que no tiene mucho sentido.
- Surgió sin más.
- Pero eso es lo que no entiendo, ¿cómo surgió sin más?
- Sólo... Sólo me levanté un día y lo supe.
- ¿El qué?
- Pues lo que no supe seguro contigo.
(500) Days of Summer |
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