lunes, 30 de diciembre de 2013

I.

Claudia se sentía intranquila. Introdujo tres veces la cucharilla en el tarro de azúcar y dejó caer el polvo blanco en el café repitiendo el gesto de manera mecánica y distraída. Mientras le daba vueltas a la mezcla edulcorada sentía que la cucharilla socavaba su propio pecho. Claudia volvía a notarse ese agujero que se extendía de entre sus clavículas a su estómago, y no quería beberse el café porque significaría ampararse en una rutina simulada, embustera.

Miraba una y otra vez el reloj de la cocina al tiempo que los minutos eran como bofetadas en sus mejillas temblorosas. Respiraba entrecortadamente, el frío estaba presente en sus manos, no sabía cómo hacer que el tiempo corriera más deprisa. O que se detuviera. Claudia no sabía nada; había vuelto a ese dolor silencioso y confuso que le deja a uno en la estacada, provocando que pierda todas sus facultades medianamente racionales. Tenía miedo, el dolor le traía miedo... Pero también se encontraba muy cansada.

Luis debía haber vuelto hacía una hora. Había salido temprano porque quería jugar un partido de pádel pero una llamada de Pedro, su compañero en los escarceos deportivos, había provocado que a Claudia le oprimiera de nuevo el corazón la garra del desasosiego. Luis no había ido. Pero tampoco había vuelto a casa.

Claudia entonces bebió un sorbo del café remontándose a años atrás, con la misma escena, y pensando que en otras ocasiones una lágrima suya se habría mezclado con ese líquido marrón y despierto. Sin embargo, esta vez ya no había lágrimas ni lamentos porque Claudia estaba infinitamente agotada. Estaba intranquila, porque no sabía dónde estaba Luis, pero ya se había cansado de llorar. Los sollozos nunca habían solucionado nada.

Fue en ese momento de regresión vana cuando se escuchó la puerta del ascensor y acto seguido una llave buscando la cerradura de casa. Claudia permaneció inmóvil, y tampoco se movió cuando por fin la puerta se abrió y Luis apareció en el umbral rehuyendo la mirada de su esposa. No necesitaba ninguna palabra porque el olor que acababa de irrumpir en casa era, por desgracia, el mejor de los testimonios. Luis no dijo nada. Se limitó a esperar unos segundos allí plantado para después ponerse en marcha y dirigirse al dormitorio de invitados. Claudia lo escuchó trastabillar por el pasillo un par de veces. Su mente se llenó de gritos y recuerdos y se vio a sí misma suplicándole a Luis que jurara por sus hijos que no había vuelto a hacerlo y también vio a Luis jurándolo una y otra vez, aunque fuera mentira.

Lo había vuelto a hacer. Claudia escuchó la puerta cerrándose del dormitorio y en el silencio de esa prisión de reiteraciones e insuficiencia se levantó y tiró el café por el fregadero de la cocina. Miró el reloj. Sin decir nada, abrió el grifo y metió los dedos debajo del chorro de agua caliente hasta que lo sintió templado. Sin más, se puso a fregar los cacharros de la cena y del desayuno mientras en su pecho seguía ese latido nocivo. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. Claudia llevaba años sintiendo cómo le dolía el corazón.

No hay comentarios: