martes, 27 de enero de 2015

The Affair.

"Tenías demasiado dolor. Por eso cerraste tu corazón."

Esa frase activa inesperadamente mis recuerdos. Pienso: yo también hice eso. Al segundo: ya apenas lo recordaba. Noto la sangre latir en el pecho y siento un súbito soplo de vida en él. Súbito, pero no nuevo. Puedo percibir cómo lleva aquí meses. Abierto. Aprendiendo. Reviviendo.

Es de noche ya; no tardaré en irme a dormir. Ya es martes. Como todos los martes: te echo de menos.

jueves, 22 de enero de 2015

Fiebre.

Elena desayuna mientras yo me hago la comida. Me cuenta, con el semblante dolorido por la jaqueca, que ha tenido sueños extraños esta noche. También me dice que se encuentra peor; ella también está empezando a incubar este catarro que parece estar afectando a casi todos. Le digo que habrá tenido fiebre durante la noche, porque la febrilidad, por algún motivo que escapa a mi escaso conocimiento, provoca que los sueños sean peores y más intensos. Al menos en mí. Estas últimas noches a mí también me ha ocurrido.

Pienso si puedo culpar a la fiebre también de la parte de mis ojeras que responde a mi tristeza creciente, a esta sensación de desatino que hoy, anímicamente defectuosa, se me antoja devastadora. Pienso si puedo echarle la culpa de las lágrimas a la fiebre, si así sentiré algún tipo de consuelo o de apoyo quimérico que me reconforte.

Internamente, sonrío de manera amarga. Claro que puedo. Puedo culpar a la fiebre de todo lo que quiera. Lo que no puedo conseguir es que yo misma me crea esa desmoralizada justificación.

domingo, 18 de enero de 2015

Redundancia.

Me siento realmente afortunada de, en los tiempos que corren -eso que la gente solemos decir para referirnos a la infelicidad e insatisfacción que han derivado de todos los malos tragos de una economía infecta e injusta-, sentirme afortunada. Feliz y satisfecha. Y agradecida.

Vidas corrientes.

miércoles, 7 de enero de 2015

Un piso sin amueblar en la calle Alfonso.

Al salir de trabajar estaba descolocada. Desorientada. Aun así sabía el camino que había tomado los días anteriores; no me iba a perder. Supongo que era otro tipo de desorientación. La de saberme las dos veces anteriores que hice ese tramo en una situación diferente: la primera, de tu mano; la segunda, caminando apresurada porque en unas horas iba a verte.

A pesar de todo entre las luces de los coches yo sólo veía tus ojos y la fuerza que me insuflan cuando los tengo lejos. Me deshago en ganas de que sea viernes y pensándome así con una sonrisa un poco torcida sólo puedo pensar que habrá más días. Habrá más días.

Aun así al llegar a casa mi habitación me dolía un poco, porque todavía me hablaba de ti, de cuando te he tenido aquí, de cuando me he abrazado a ti con fuerza y sentía el corazón latir en mi garganta y me agarraba a tu piel casi desesperada. Como esta madrugada despertándome y topándome contigo, con tu barba a punto de desaparecer, con esos ojos que me alumbran ahora y que anoche eran ojillos dormidos y tranquilos, con tu sonrisa de calma. Era otra cama, otra habitación, y por eso, sólo puedo pensar... Habrá más camas. Más habitaciones. Más tú en mi cama. Habrá más.

Habrá más días, más de tus ojos, más paseos con frío o con calor, más visitas al muelle de las ranas, más kilómetros de coche y mar, sal, montaña, niebla y croquetas de cazón, más París, más escaleras que subir contigo, más siestas improvisadas de momentos dramáticos, más canciones, más viernes sabiendo que voy a verte, más miradas en la penumbra de una sala de cine, más Cinema Paradiso...

Más recuerdos a los que darle tu nombre, intencionadamente o no, de manera improvisada, como aquella tarde en la que estábamos sentados, comiéndonos un helado, y en broma te dije que si llamábamos a ese número y llamaste... Y me vi y me imaginé contigo. Allí. En ese piso sin amueblar en la calle Alfonso.