Al salir de trabajar estaba descolocada. Desorientada. Aun así sabía el camino que había tomado los días anteriores; no me iba a perder. Supongo que era otro tipo de desorientación. La de saberme las dos veces anteriores que hice ese tramo en una situación diferente: la primera, de tu mano; la segunda, caminando apresurada porque en unas horas iba a verte.
A pesar de todo entre las luces de los coches yo sólo veía tus ojos y la fuerza que me insuflan cuando los tengo lejos. Me deshago en ganas de que sea viernes y pensándome así con una sonrisa un poco torcida sólo puedo pensar que habrá más días. Habrá más días.
Aun así al llegar a casa mi habitación me dolía un poco, porque todavía me hablaba de ti, de cuando te he tenido aquí, de cuando me he abrazado a ti con fuerza y sentía el corazón latir en mi garganta y me agarraba a tu piel casi desesperada. Como esta madrugada despertándome y topándome contigo, con tu barba a punto de desaparecer, con esos ojos que me alumbran ahora y que anoche eran ojillos dormidos y tranquilos, con tu sonrisa de calma. Era otra cama, otra habitación, y por eso, sólo puedo pensar... Habrá más camas. Más habitaciones. Más tú en mi cama. Habrá más.
Habrá más días, más de tus ojos, más paseos con frío o con calor, más visitas al muelle de las ranas, más kilómetros de coche y mar, sal, montaña, niebla y croquetas de cazón, más París, más escaleras que subir contigo, más siestas improvisadas de momentos dramáticos, más canciones, más viernes sabiendo que voy a verte, más miradas en la penumbra de una sala de cine, más Cinema Paradiso...
Más recuerdos a los que darle tu nombre, intencionadamente o no, de manera improvisada, como aquella tarde en la que estábamos sentados, comiéndonos un helado, y en broma te dije que si llamábamos a ese número y llamaste... Y me vi y me imaginé contigo. Allí. En ese piso sin amueblar en la calle Alfonso.