La tengo desde hace muchos meses dentro de mí. Se agita, da vueltas, desaparece, me grita, me retuerce, a veces incluso se ríe conmigo. Nos vamos conociendo.
A menudo nos observamos en silencio, sobre todo por las mañanas, cuando voy en el metro leyendo sobre la construcción dramática y sus ojos cada vez se van haciendo más grandes, fijos en mí, como susurrándome: "¡Dame forma, estoy aquí, me tienes aquí!". Voy dibujando mejor su rostro; sus rasgos más duros que bellos, su mueca de frustración y su mirada oscura pero firme, enmarcada por una melena larga y rebelde, recogida en decenas de trenzas que contrastan con el tono enfermizo de su piel. Nunca ha visto el sol.
Se ha criado en un mundo escondido del astro rey, encerrada en los Subsuelos desde que nació, alimentando su ira y sus ganas de conocer esa luz cegadora a partes iguales. Por eso lleva una espiral en el hombro, le pidió a su abuela que se la tatuara mientras la anciana torcía el gesto reconociendo en su nieta algunos toques de la personalidad de aquel cuyo nombre ni siquiera quería pensar. Pero eso Ictria no lo sabe.
Ictria... Creo que no hay día que no piense en ese nombre, y cuando yo marqué de nuevo mi propia piel ahí estaba ella también: diminuta pero poderosa, golpeando con sus deditos el cristal de mi imaginación. Está creciendo, y me parece increíble: cada día aprendo algo de ella.
Lo que no cambia es su testarudez, su tesón, su fuerza volcánica, siempre dispuesta al arrojo, a la aventura. Siempre dispuesta a romper todas las barreras, a salir ahí fuera y vencer a esas otras criaturas que llaman hombres, y que tampoco ha visto jamás. Se cree aventajada, pero sabe tan poco...
Aunque, supongo, que lo mismo que yo sé de mí y de los días que me quedan. Lo que sí sabe son los días que pasamos juntas, arrancándole la piel muerta al verano y esperando con paciencia a que creciera la nueva, una versión mejorada de mis días. Es lo que ocurre con las heridas: la piel que forma la cicatriz suele ser más dura, más oscura, como si así recordara que está preparada para la siguiente batalla. ¿Cuántas horas pasé con Ictria a pesar de las lágrimas? ¿Cuándo elixir vertió en mis labios para llevarse el veneno que me estaban inoculando?
Cada vez que quería rendirme a las consecuencias de la cobardía ajena, ella me recordaba que ser valiente era la única opción y que al final la cobardía y las mentiras solamente repelen la autenticidad. La muchacha con el sol en el hombro...
No sé qué pasará, no tengo el control total sobre ella aunque muchos caigan en el error de pensar que sus creaciones están supeditadas a su capricho. No es así. A veces nos cogen, se agitan, dan vueltas, desaparecen, nos gritan, nos retuercen, incluso se ríen acompañándonos... Y nunca dejan de enseñarnos.