sábado, 30 de abril de 2016

La muchacha con el sol en el hombro. (III)

La tengo desde hace muchos meses dentro de mí. Se agita, da vueltas, desaparece, me grita, me retuerce, a veces incluso se ríe conmigo. Nos vamos conociendo.

A menudo nos observamos en silencio, sobre todo por las mañanas, cuando voy en el metro leyendo sobre la construcción dramática y sus ojos cada vez se van haciendo más grandes, fijos en mí, como susurrándome: "¡Dame forma, estoy aquí, me tienes aquí!". Voy dibujando mejor su rostro; sus rasgos más duros que bellos, su mueca de frustración y su mirada oscura pero firme, enmarcada por una melena larga y rebelde, recogida en decenas de trenzas que contrastan con el tono enfermizo de su piel. Nunca ha visto el sol.

Se ha criado en un mundo escondido del astro rey, encerrada en los Subsuelos desde que nació, alimentando su ira y sus ganas de conocer esa luz cegadora a partes iguales. Por eso lleva una espiral en el hombro, le pidió a su abuela que se la tatuara mientras la anciana torcía el gesto reconociendo en su nieta algunos toques de la personalidad de aquel cuyo nombre ni siquiera quería pensar. Pero eso Ictria no lo sabe.

Ictria... Creo que no hay día que no piense en ese nombre, y cuando yo marqué de nuevo mi propia piel ahí estaba ella también: diminuta pero poderosa, golpeando con sus deditos el cristal de mi imaginación. Está creciendo, y me parece increíble: cada día aprendo algo de ella.

Lo que no cambia es su testarudez, su tesón, su fuerza volcánica, siempre dispuesta al arrojo, a la aventura. Siempre dispuesta a romper todas las barreras, a salir ahí fuera y vencer a esas otras criaturas que llaman hombres, y que tampoco ha visto jamás. Se cree aventajada, pero sabe tan poco...

Aunque, supongo, que lo mismo que yo sé de mí y de los días que me quedan. Lo que sí sabe son los días que pasamos juntas, arrancándole la piel muerta al verano y esperando con paciencia a que creciera la nueva, una versión mejorada de mis días. Es lo que ocurre con las heridas: la piel que forma la cicatriz suele ser más dura, más oscura, como si así recordara que está preparada para la siguiente batalla. ¿Cuántas horas pasé con Ictria a pesar de las lágrimas? ¿Cuándo elixir vertió en mis labios para llevarse el veneno que me estaban inoculando?

Cada vez que quería rendirme a las consecuencias de la cobardía ajena, ella me recordaba que ser valiente era la única opción y que al final la cobardía y las mentiras solamente repelen la autenticidad. La muchacha con el sol en el hombro...

No sé qué pasará, no tengo el control total sobre ella aunque muchos caigan en el error de pensar que sus creaciones están supeditadas a su capricho. No es así. A veces nos cogen, se agitan, dan vueltas, desaparecen, nos gritan, nos retuercen, incluso se ríen acompañándonos... Y nunca dejan de enseñarnos.

jueves, 21 de abril de 2016

lunes, 18 de abril de 2016

viernes, 8 de abril de 2016

No hace mucho alguien me acusó de individualista porque me gustaba escribir. Me dijo que lo mío con las letras no era más que un reflejo de esa parte de mí misma que no quiero compartir con nadie, que estaba siendo egoísta. Después de haber salvado lo contradictorio de la acusación, y tras haber asimilado esas palabras no muy afortunadas -¡ni siquiera bien construidas!-, ahora sé que la persona que me lo dijo sólo pretendía que yo no tuviera ninguna relación íntima con nada ni nadie, ni siquiera con la escritura.

Desde entonces valoro más que nunca el derecho a expresarnos y a crear a partir de lo que albergamos en nuestros adentros. De verdad que pienso, y siento, que sólo así podremos ser verdaderamente libres.

martes, 5 de abril de 2016

II.

***

Le sorprendió la puerta entreabierta y se lo tomó como una invitación. Las facilidades que tuvo durante el último tramo del gran torreón le hicieron sospechar que la estaban esperando. No se equivocaba. No dudó, puesto que por algo había llegado hasta allí, y cuando empujó la puerta de madera maciza su voz la recibió, áspera y venenosa, como la que tendría una serpiente si alguna vez Ictria hubiera conocido sus palabras silbantes.

- Y aquí está, la muchacha con el sol en el hombro.

Ictria no se movió. Le mantuvo la mirada desde el otro lado del gran despacho, revestido de paneles de madera blanca, y se mantuvo en guardia. Le ardían en las uñas las ganas de llevárselo por delante, pero se contuvo. Acarició con fuerza la octavilla que Marzul le había dado y que ahora guardaba en su chaleco y se dijo que debía contenerse, al menos de momento. Al menos por lo que quedaba de la Resistencia.

- ¿Qué escondes ahí?

Él se acercó hasta ella, con una rapidez inusual para su edad. Ictria se sobresaltó al notarlo tan cerca, pero no se movió, y aprovechó el recorte de distancia para estudiarlo. Había algo extraño en sus arrugas, algo que producía rechazo. Tal vez fuera su mueca de superioridad, rayana en la locura. A Ictria no le importaba; había llegado hasta allí para matarlo y estaba dispuesta a cualquier tipo de intercambio, incluso el de su propia vida. Apretó los dientes.

Él también la miró, y sonrío con suficiencia. A las comisuras de sus labios asomaban la maldad, e Ictria pudo adivinarlo relamiéndose desde el cristal del despacho observando ese mundo artificial y sin vida que había creado. El poder nublaba los sentidos, ahora lo sabía. Funcionaba de manera parecida a su rabia, aunque sabía que el veneno del poder duraba muchísimo más en la sangre.

Con un chasquido de dedos él ordenó que dos Uniformados entraran, y la agarraron para que no pudiera moverse. Él le acarició la cara y contempló su creación.

- ¿No es increíble cómo, a pesar del proceso del Cambio, la belleza de la inquilina puede todavía vislumbrarse al contemplar el rostro del hombre en el que es convertida? Sé que eras preciosa, lo sigues siendo, aunque no funcionara con tus adentros. ¿No tienes curiosidad? ¿No quieres saber por qué tu consciencia permaneció en ti a pesar de dejar atrás tu cuerpo de mujer y tomar esta nueva forma?

- No - se limitó a contestar Ictria.

- Mejor. Porque aquí nadie se lo explica. Eres la primera con la que ocurre esto, y no creas que no has levantado ampollas. Pero no temas... El sistema es demasiado perfecto, la ecuación ha sido estudiada y comprobada demasiadas veces, pequeña. No hay brecha que pueda con este mundo, con nuestro poder...

Ictria escupió y uno de los Uniformados le dio una bofetada.

- Ictria... ¿Para qué asesinar a las mujeres si puedo eliminarlas convirtiéndolas en hombres? Admítelo: es inteligencia pura. Es progreso. Es, por fin, la uniformidad natural de todas las cosas. Pero, dime, ¿qué escondes ahí?


***