No hace mucho alguien me acusó de individualista porque me gustaba escribir. Me dijo que lo mío con las letras no era más que un reflejo de esa parte de mí misma que no quiero compartir con nadie, que estaba siendo egoísta. Después de haber salvado lo contradictorio de la acusación, y tras haber asimilado esas palabras no muy afortunadas -¡ni siquiera bien construidas!-, ahora sé que la persona que me lo dijo sólo pretendía que yo no tuviera ninguna relación íntima con nada ni nadie, ni siquiera con la escritura.
Desde entonces valoro más que nunca el derecho a expresarnos y a crear a partir de lo que albergamos en nuestros adentros. De verdad que pienso, y siento, que sólo así podremos ser verdaderamente libres.
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