martes, 28 de junio de 2016

Atardecer. (IV)

...

- Y después de esto, ¿qué es lo que queda?

Kairum la miró y esperó a que Ictria siguiera hablando. Despuntaban las últimas luces del atardecer, que cubría sus cuerpos de un tono naranja que recordaba vagamente al fulgor de las llamas de los Subsuelos. Aunque eso Kairum no podía saberlo. 

La muchacha no continuó, y por ello decidió apremiarla.

- ¿A qué te refieres?

Ictria cogió un bolígrafo y empezó a jugar con los restos de cemento fresco. Miraba sin ver, absorta en un pensamiento que creyó que no iba a revelar nunca. Pero Kairum era diferente, aunque ser consciente de ello le provocaba un revolcón sísmico en el estómago que no hacía más que recordarle por qué estaba allí.

- Vine aquí porque ya no me quedaba nada allá de donde venía. Por la rabia. No sabía qué quería hacer, sólo sabía que quería vengarme de lo que le habían hecho a las mías.

Kairum asintió y se acercó a ella. Ictria se separó ligeramente mientras fijaba su vista en el horizonte.

- Y ahora... ¿Qué va a pasar cuando se termine lo que vine a hacer aquí? -. Él la miró fijamente, comprendiéndola- No tengo ningún tipo de objetivo. En realidad, creo que me da absolutamente igual, y eso es lo que me asusta. ¿Qué hay más allá de toda esta ira? No me importa. No quiero saberlo.

El sol ya se había escondido del todo detrás de los altos edificios de piedra. La estampa les hablaba de opresión y miseria. De promesas por cumplir.

Ictria dejó el bolígrafo y comenzó a incorporarse para levantarse. Kairum quiso frenarla y ella no le dejó.

- Mañana, cuando el sol se ponga, seguramente esté muerta. Y me da igual. Me da igual, Kairum. Estoy vacía.

Y se fue.

Kairum intentó disimular el abismo en su pecho. Era como si un cañonazo comenzara a comerse su piel desde el estómago hasta las clavículas. Notaba los pinchazos de ansiedad en el pecho, y se sintió un cobarde.

Observó los restos de cemento. Su amiga había escrito su nombre inconscientemente, pues no había prestado atención a sus garabatos ni un solo segundo. Coronando la segunda i, Kairum reconoció una espiral simple.

Suspiró inevitablemente. Y se preparó para lo que les esperaba en las próximas veinticuatro horas.

***

martes, 21 de junio de 2016

Lena.

Llevo unos días pensando en escribir esto, pensando en volver a escribir en segunda persona. En verdad, era cuestión de tiempo. Y hoy he pasado por casualidad por delante del restaurante turco en el que casi rogué poder usar el cuarto de baño la noche de mayo que me rompiste en dos, y luego ha sonado Use Somebody de Kings of Leon y he sabido que estaba preparada para hacerlo.

Sé que lo estoy porque desde hace días siento que me estoy reconciliando contigo. Lo sé porque ya no hay rabia ni tropiezos con los peores recuerdos. Siento que hay coherencia, y es esa simpleza tan calma la que me permite apreciar todo lo que obtuve gracias a ti. O a nosotros, cuando nuestros cuerpos formaban ese pronombre y nos llamábamos de manera diferente. ¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas. Lo sé porque todavía me lees, igual que yo sigo reparando en que aún lo haces. Aunque ya hayan pasado un par de años.

Después de años llena de hielo encontrarte me hizo volver a sentir. Cuando me había acostumbrado a alimentarme de las historias de amor que experimentaban otros, aparecieron tus ojos gigantes y amarillos e hicieron saltar por los aires todos mis esquemas. Y eso no lo puedo negar, ni desdeñar, por muchas cicatrices que albergue con tu nombre ni por muchas veces que se resienta mi piel cuando bajo la guardia y se vuelve a impregnar de los juegos sucios y los recuerdos más oscuros y dolorosos que también protagonizamos.

Gracias a ti he aprendido que hasta el alma más entumecida puede volver a agitarse por la pasión que otro despierta, pero también he aprendido a conocerme mejor y tener más claro lo que merezco y lo que no. ¿Quién no puede llegar a una conclusión parecida, haciendo balance? Pero lo cierto es que no puedo negar que voy a llevarte tatuado siempre. Y asumirlo sin rencor es como darme una ducha de agua caliente después de un día agotador.

Y es que formaste parte de mí, de igual manera en que ahora formas parte de mis días pasados. Soy como soy porque tú apareciste. Crecí contigo. Y en el fondo de mi ser, aunque a veces pueda olvidarlo, siempre va a haber un agradecimiento tímido hacia ti por ser una parte más de mi camino.

martes, 14 de junio de 2016

viernes, 10 de junio de 2016

Cosas que hacer antes de irse de Madrid.

Salir toda la noche.
Ser las reinas de la pista del Candela.
Desayunar en San Ginés.
Ver amanecer desde el planetario.
Ver atardecer desde las Tetas de Vallecas.
Cenar empanada casera.
Recordar batallitas como si fuéramos viejecitas de 70 años.

Sentirnos (afortunadas).

miércoles, 8 de junio de 2016

Hoy se ha materializado ante mí el equilibrio. Lo he visto, y sé que no he podido disimular que la expresión de mi cara ha cambiado durante esos segundos. Hace años, elaborando el regalo de cumpleaños de un amigo, me topé con una frase de la serie Me llamo Earl que desde entonces no he podido borrar de mi cabeza.
Todo lo que va, vuelve. Haz cosas buenas y cosas buenas te pasarán. Haz cosas malas y volverán para atormentarte.
Por supuesto que es difícil para mí hablar sobre el equilibrio. Todavía algo se retuerce en mis adentros cuando soy consciente de que pasé la mayor parte del año pasado llorando a escondidas; en mis hogares, en el trabajo, en el transporte público. Pero no voy a clamar al cielo. No voy a exigir justicia divina. No voy a culpar al universo de los golpes. Y tampoco voy a proponerme que, si acabo devolviéndolos, no será mi culpa, sino de los que antes me hicieron daño a mí.

De alguna manera, cuando era todavía más inexperta y los sentimientos y las emociones se me desbocaban sin que yo supiera, ni quisiera, tomar el control, me di cuenta de algo revelador para mi vida: sólo voy a estar bien cuando me pare a recomponer mis pedazos. 

Pero me costó. Demasiado, porque en ese proceso soy consciente de que herí a otras personas. Sin embargo, desde entonces no encuentro otra manera de ordenarme y sanarme, de alcanzar la paz. Tuve que dejar de correr. Tuve que obligarme a frenar en seco y enfrentarme a mí misma y a mis circunstancias, aunque a veces duelan demasiado y sea muchísimo más fácil, pero mucho, seguir hacia adelante sin rumbo fijo, simplemente hacia adelante, todo lo rápido que la cordura lo permita, dejando atrás lo que nos atormenta aunque anude nuestro camino.

Si lo alejo, no me afectará.

Pero afecta. Al final siempre acaba volviendo igual que la marea devuelve los objetos que se ha tragado el inmenso mar. Para mí el equilibrio es concentrarme en conseguirlo conmigo, encarando lo que viene. Siempre duelen los golpes, sobre todo los que vienen de puños ajenos, pero estos años me han enseñado que la única manera de seguir adelante es centrándome en lo propio, en mí, en todas mis partes esenciales.

Carmen me decía esta mañana que había leído que las mejores historias son las que nos cuentan lo que ya sabemos. Y tiene razón. Y por eso me gustan tanto las historias de otros, porque a veces subrayan en el momento justo lo que he estado ignorando, por muy evidente que pueda resultar, y hacen que una luz se encienda dentro de mí, ya sea de alerta o de alivio.

Mientras escribo esto recuerdo un capítulo de una serie en el que él, herido por una relación intensa y reciente, discute con ella y defiende su pasividad y su agresividad aludiendo a una supuesta maldición que tiene su familia y que les impone un bloqueo emocional que les impide tener una vida plena. Ella, una chica que está conociendo después de encapricharse de ella rápidamente, le mira decepcionada y le manda un ultimátum:
Esto ha hecho que vea las cosas realmente claras. De todo lo que va mal en tu vida, culpas a alguien: a tu madre, a tu ex, incluso a tu abuelo muerto, joder. Lo cual significa que, si algo va mal entre nosotros, vas a culparme a mí. 
(...)
Mira, te quiero, Cole. Pero no puedo deshacerme de tu "maldición". Tienes que hacerlo tú mismo.


Y, es que, si no nos preocupamos de hacerlo nosotros mismos, de conocernos y encargarnos de lo que somos y alcanzar lo que queremos ser, internamente..., ¿cómo será posible que en el futuro no cometamos los mismos errores una y otra vez?