viernes, 28 de julio de 2017

Etapas.

Al vacíar mis cajones no me he sentido triste. Tal vez porque todavía me queda mañana; o porque aún no lo he asimilado; o igual es consecuencia de haber tomado esta decisión yo misma. El caso es que sólo podía pensar en las etapas, en cómo se van sucediendo una tras otra desde que salimos del camino premarcado de los estudios obligatorios, y en que cada vez -creo- me es menos difícil desprenderme de todo lo acumulado en ese fragmento de camino.

¿Será porque de verdad nos va siendo más fácil? ¿Será porque nos hacemos más duros o simplemente más insensibles ante la pérdida? ¿Es porque maduramos, o cambiamos, o sencillamente nos volvemos más egoístas? ¿Acaso cambia cómo percibimos la intensidad de todo lo que nos ocurre?

No sé cómo será mañana, con mis cajones vacíos y mi escritorio limpio. Con la presencia de Chuchi a mi izquierda por última vez y la nostalgia por adelantado de su piel morena, sus gafas de pasta y su sonrisa blanca y reparadora. O con la verdad inevitable de que a Mary le queda poco, muy poco, y a lo que me quiera dar cuenta no sólo no estaremos juntas en el café de media mañana, sino que ella se habrá marchado a Soria y será más imposible todavía volver a reírme con ella entre burbujas de cerveza.

Siempre me han horrorizado los cambios. Se me dan fatal los principios de cualquier etapa. Pero cada vez creo con más firmeza que el movimiento llama al movimiento, y que si hay algo que no me gusta tengo que atacarlo y modificarlo para poder buscar mi bienestar.

En ocasiones así, veladamente, acude a mí el recuerdo aprendido de mi abuelo paterno, y siempre acabo preguntándome si vendrá de su sangre este rechazo a las normas que considero injustas para el ser humano. Puede que sea ingenuidad, juventud, espíritu poco machacado; puede ser, no lo niego. No obstante, de momento quiero seguir mi propio camino. No sé adónde me llevará. Pero ahora puedo, y de eso se trata.

Y sí sé que en estas dos últimas semanas he vuelto a sentirme feliz, a amar Madrid como lo hacía antes y a recorrer sus calles con ganas y no con rechazo gris a sus junglas de cemento. He vuelto a disfrutar de la compañía de los míos, y a sentir que los echaré de menos si algún día me marcho de verdad, y a mis venas ha vuelto la percusión que parecía haberse marchitado en los últimos meses. Todavía no sé si esto es lo correcto, pero sé que es lo que necesito. 

Y sé que me siento bien.

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